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Entrevista:Diálogos intrépidos

Monseñor y el poeta

El presidente de la Conferencia Episcopal, Elías Yanes, conversa con el escritor y académico de la Lengua Ángel González

Manuel Rivas

Fue una aventura absurda, bella y triste que aún estremece a los aficionados: ¡Qué cornada, Dios mío, qué cornada! (Ángel González, El Cristo de Velázquez)"La única disculpa que tiene Dios es que no existe". La sede de la Conferencia Episcopal, española, en Madrid, es un edificio moderno. Sin símbolos externos. Por el aspecto, podía albergar al consejo de administración de una corporación industrial, o las oficinas de una compañía de seguros. Pero en su interior hay una luz y un silencio de sacristía. Ni siquiera los teléfonos parecen hacer ruido al sonar.

Cuando el poeta Angel González soltó esa frase de fuste volteriano, "la única disculpa que tiene Dios es que no existe", temí que todo ese orden se vendría abajo, que estallarían en añicos los vasos de agua, que el magnetófono echaría humo, que por la ventana entraría un rayo. Y que monseñor daría por terminado el diálogo.

Pero no. Monseñor Elías Yanes habla hacia dentro. Quiero decir que sus palabras, después de salir de los labios y antes de ser oídas, parecen viajar al interior de una caracola que las devuelve como un murmullo isleño, de mar calmo. Habíamos hablado del "retorno de Dios", del revival del sentimiento religioso. Y habíamos hablado de las imágenes de Dios a lo largo de la historia. Del Diós del temor de Dios, del Dios de la guerra, pero también del Gran Compañero. El poeta del mundo le llamó Whitehead.

Está la imagen de la infancia. El ojo que nos mira (¿vigila?) desde un triángulo. Realmente, ¿cómo es Dios?, le pregunto a Monseñor.

"La forma más sencilla es ir a la Escritura tal como está. El Dios cristiano se revela como un Dios que es amor. Es el Dios creador, ciertamente, pero es el Dios que se revela en Jesucristo como Dios del amor. Eso lleva. consigo una visión del hombre. La afirmación de Dios es inseparable de la afirmación de la dignidad humana. Es ahí donde hay una gran posibilidad de diálogo entre creyente y el no creyente. Es verdad que hay distancias fundamentales, pero es posible coincidir en la defensa la dignidad humana. Esa dignidad puede ser afirmada desde el pensamiento filosófico, pero creo que a la luz del pensanuento cristiano todavía aparece más grandiosa y profunda. Otra cosa es que seamos consecuentes con ese pensamiento".

Es entonces cuando el poeta recuerda unos versos, los que aparecen en su libro Teoelegía y moral. "Ni Dios es capaz de hacer el universo en una semana. No descansó el séptimo día. Al séptimo día se cansó".

Y Ángel González añade: "Todo esto que dice don Elías yo lo veo de una forma muy distinta. El Dios en que creí de niño era un Dios muy elemental. casi de cartón piedra. Un señor poderoso, justo, bueno, etcétera. Todavía lo recuerdo. Pero resulta que después, en las manifestaciones de ese posible Dios, no se ve que sea muy amoroso con el género humano. Vivimos una serie de catástrofes y miserias ante las cuáles Dios parece reaccionar con absoluta indiferencia. Dentro del maravilloso orden cosmológico hay también un principio de irracionalidad en todo. Viendo la historia y la realidad actual, uno no tiene motivos muy razonables para pensar que por encima del mundo hay un Dios que es amor, una inteligencia superior. Es demasiado contradictorio".

"Es verdad, claro está, que el mal existe", responde monseñor. "Pero también en el mundo hay experiencias positivas. Existe el bien. Es difícil saber qué prevalece, el bien o el mal. Cada ser humano puede valorar su experiencia. Pero en lo que tiene de orden, sentido, orientación, medios relacionados con un fin, la vida está reclamando una inteligencia creadora. Hay quienes dicen, que en el principio, era el caos o la nada. Otro Planteamiento es que en el origen está ese Dios que es amor y que es inteligencia. Son dos maneras de ver el asunto. ¿Cuál es la más razonable? Hacer compatible a Dios y a este mundo, con su catálogo de cosas buenas y de barbaries, es cierta mente un misterio para el hombre Pero un universo de compléjidad reciente, sin Dios, es un absurdo. Hay que elegir entre el absurdo y el misterio".

El misterio. La palabra se queda suspendida en el aire, aletea entre nosotros. El poeta se fija en ella. Si se escribe, parece pensar, es por ti, misterio. No la deja escapar.

"Claro que hay un margen de misterio", dice González. "Tal vez la muerte de Dios se produjo en un momento muy optimista en que parecía que la razón lo iba a resolver todo. Y tal vez el renacimiento del sentimiento religioso en formas tan dispares y tan distintas se deba a que luego se ha comprendido que la razón no lo resuelve todo. Es fácil caer en teorías del absurdo cuando uno ve que no hay soluciones. La falta de explicación de la vida, el para qué... Cuando uno no tiene un pensamiento religioso, la falta de trascendencia es dolorosa. Unamuno odiaba la razón porque le impedía creer. Pero a mí esa actitud no me cae simpática. Con todas sus insuficiencias, hay que apelar a la razón. Y creo que, con excepciones, ese revival religioso tiene consecuencias muy negativas. Yo vivo mucho tiempo en Estados Unidos y lo percibo de una forma más intensa que en España. Lo del reverendo Jones, provocando un suicidio colectivo. Lo de Oklahoma y Vaco. Los predicadores con una Biblia en la mano y un arsenal de armas en la otra. No digamos el fundamentalismo. Todas estas mezclas de nacionalismos furiosos y sentimiento religioso están provocando verdaderas catástofes".

"No crea usted", dice Yanes, "yo tampoco lo vivo con simpatía. Son fenómenos muy ambiguos, y de hecho, en la historia del cristianismo, el antagonista de la fe cristiana no es el no creyente, no es el ateo. Es el hombre sometido a religiones supersticiosas y crueles que son muy difíciles de desarraigar, en las cuales la dignidad humana no ocupa un lugar central. Yo también comparto esa preocupación. Hay religiosidades, por ejemplo las de tipo budista, que no tienen esas consecuencias, que tienen otros valores. Pero ciertamente ese revival hay que evaluarlo con mucho sentido crítico".

Durante la guerra del Golfo, todos los contendientes, invocaban a Dios. Recuerdo haber oído a un teólogo, Andrés Torres Queiruga, plantear e intentar responder a esta tremenda pregunta. ¿Podían rezar de verdad al mismo tiempo Sadam Hussein y George Bush? Ahora la digo en voz alta. Miro hacia monseñor. "El mundo del islam es muy distinto al nuestro. Ellos creían que era su causa justa y desde esa conciencia acuden a Dios. Pero las guerras... Un cristiano lo que tiene que hacer es rezar para que la guerra acabe cuanto antes y si es posible que no empiece. Eso es lo más cristiano".

"Eso sería lo más cristiano", interviene el poeta. "Pero yo creo que los cristianos también rezarían para ganar la guerra creyendo que la suya es la causa justa, la causa de Dios. El Dios de los ejércitos está vivo en la Iglesia".

Monseñor entrecruza los dedos de las manos y los aprieta al hablar, como quien quiere conjurar un viejo dolor del mundo.

"Hay toda una historia sobre el intento de someter los conflictos a un tratamiento ético. Intentar justificar el cuándo la guerra es justa, lícita, y cuándo no. Pero son todos intentos teóricos. En la práctica, todas las guerras arrastran un peso enorme de injusticia por parte de todos los contendientes. Por eso es necesario crear una cultura de la ética común a todos. Todo lo que sea descalificar la conciencia ética es muy grave".

Ángel y Elías. El poeta de Palabra sobre palabra, premio Príncipe de Asturias, nacido en Oviedo en 1925. El obispo de Zaragoza, presidente de la Conferencia Episcopal, nacido en la Sabina, Mazo, isla de La Palma, hace 68 años. Intento imaginarlos hace 60 años. Angel, enjuto y soñador. Un muchacho de familia media ovetense, huérfano de padre. Elías, de complexión más fuerte. Un niño campesino, con padre emigrante. Veinte años en Cuba. Los dos eran entonces tranquilamente religiosos.

Alguien le regala a Ángel dos patatas. Las cuecen para él. Las mira en el plato. De repente, una de las patatas se mueve. Debajo se había metido una cucaracha. Esa imagen, la memoria de la guerra.

"Mi madre era una mujer muy creyente. Sin embargo, mi padre, a quien no conocí, pues era casi el ateo oficial de la ciudad. Aquel matrimonio funcionó muy bien. Los dos eran muy tolerantes, los dos tenían una visión del mundo profundamente ética. Mi madre tuvo el detalle de transmitirse esas dos herencias, su humanismo religioso y el humanismo laico de mi padre. Todos esos principios, todo se mundo armónico, se vino abajo con la guerra. Estábamos del lado de los perdedores. Un hermano asesinado, otro en el exilio, y los medios de la familia arrebatados. Ése fue mi paso de la infancia a la adolescencia. Quedé desarbolado. Y puesto que estamos en esta casa y en este caso, debo decir que me aparté de las creencias religiosas como quien huye de una pesadilla".

-¿No hubo figuras o experiencias que le hicieran repensar las cosas?

-La verdad es que perdí completamente el temperamento religioso. Pienso que la Iglesia apuesta a todos los paños, tiene colocados peones en situaciones antagónicas. Pero, bueno, una personalidad que me despertó simpatía fue la de Juan XXIII. Abrió caminos de convivencia no solamente religiosos, sino también humanos. También simpatizo con ese sector minotario de la Iglesia que vive de cerca los problemas reales del Tercer Mundo, que se compromete en

la defensa de los derechos humanos.

En el campo palmero, el niño Elías vivió la guerra como una experiencia mas remota, por referencias indirectas. "En mi vocación sacerdotal no tuvo una influencia decisiva el ambiente familiar. Me ayudó, eso sí, en el sentido en que era un ambiente de rectitud de costumbres, de honradez, de trabajo. Pero llevaban sus creencias con bastante sobriedad. Lo que más influyó fue la personalidad de los sacerdotes de mi parroquia y mis propias lecturas. Mi temperamento en estas cosas, incluso mi vivencia religiosa, es marcadamente racional. Mi espíritu es poco propenso a dejarme llevar por impulsosemotivos".

-Pero, ¿puede un obispo permitirse dudar?

-El creyente acepta el misterio, pero no lo acepta de forma irracional. La teología es un fenómeno original del cristianismo, un esfuerzo por descubrir los elementos que hacen razonable la fe. A la hora de indagar hay que hacerse preguntas. Y esas preguntas no son nada retóricas, plantean problemas profundos. A veces se necesitan siglos para irlos esclareciendo.

En un hombre que puede hablar de siglos de espera, la mirada desprende tanta prudencia como firmeza. Tengo la impresión de que siempre debió ser así, incluso cuando, a principios de los sesenta, en un ambiente de jerarquía reaccionaria, fue señalado como una especie de cura rojo. "Compartías el deseo de unas libertades políticas que estaban limitadas". Una experiencia decisiva fue el paso por Asturias, como obispo auxiliar, en los primeros setenta, donde vivió de cerca los conflictos mineros. "Los trabajadores huelguistas eran acogidos en las iglesias porque era la única forma de expresarse, y eso irritaba mucho a la autoridad política". Más tarde, como estrecho colaborador del cardenal Tarancón, operó en la sala de máquinas de la transición. Un historial del que podría desprenderse un lema: "Estuvo donde tenía que estar". Ahora es quien dirige la Iglesia española. Parece más cómodo con Aznar, pero no descabella a Felipe.

-Usted, Angel, ¿cómo juzga hoy a la Iglesia española?

-Es obvio que la Iglesia fue uña y carne con la dictadura. En general, estuvo muy implicada con el franquismo, aunque Franco también había matado sacerdotes en el País Vasco y en Cataluña. Esa parte del horror se silenciaba. En un momento determinado soltó anclas, se distanció del franquismo, porque aquello era muy negativo para su imagen, y se situó en una oposición más o menos discreta. Así es como yo veo esa parte de la historia. Ahora pienso, y es una idea probablemente injusta, pero es lo que pienso, pues pienso que tiende de nuevo como bloque a pegarse al poder. De hecho hay facciones, como el Opus De¡, con mucha influencia en la Iglesia de hoy que buscan sin disimulo tener el poder y controlar el poder.

Monseñor no pestañea. Toda la expresión se concentra en la mirada y en las manos entrecruzadas. Medita una respuesta.

"En la historia contemporánea de la Iglesia -española", dice por fin, "un factor decisivo ha sido el Vaticano II. Significa un modo de tender las relaciones de la Iglesia con la sociedad y de la Iglesia con los poderes políticos. Es un cambio profundo, no improvisado, no de conveniencia, al que nos sentimos vinculados los católicos. Son documentos que están ahí, que nos obligan a seguir una línea de conducta en muchos aspectos diferente a lo que era vigente en épocas anteriores. Ese es auténtico factor de evolución. Yo creo que con toda verdad, se le atribuye un mérito especial al cardenal Tarancón. Pero él "sino decía que se sentía apoyado por el episcopado".

"Pero, ¿no hay una vuelta atrás?", pregunta Ángel González. "La guerra civil se planteó como una cruzada, con el apoyo tácito, si no expreso, del Papa. Luego se trató de borrar eso y el concilio tendía en esa dirección. Pero en las beatificaciones recientes de "mártires" -lo digo con comillas- por el papa Wojtyla, de sacerdotes asesinados por las "hordas marxistas", ¿no late la intención de plantear otra vez la guerra como si, en efecto, fuese una cruzada? El Papa sólo ha beatificado a víctimas de un bando, cuando lo cierto es que también hubo víctimas de religiosos y cristianos por parte del franquismo. Me parece que sólo se quiere destacar un aspecto del drama".

"Sobre toda la historia de la Iglesia y la guerra civil española", responde Elías Yanes, "están apareciendo estudios cada vez más rigurosos y que nos ayudan a liberarnos de imágenes estereotipadas. En lo que se refiere a las beatificaciones de los mártires, el papa Pablo VI dio la norma de detener ese proceso, lo que técnicamente se llama el dilata. Le parecía que todavía había transcurrido poco tiempo y podrían no tener un efecto pacificador. Esto se ha mantenido durante bastantes años. Juan Pablo II ha retirado el dilata, pero no pensando en España sino en todas las iglesias en las que ha habido persecuciones religiosas. En su pontificado ha habido muchas beatificaciones, pero no sólo de mártires españoles, sino también de Vietnam, de Europa del Este y Centroeuropa, de México...".

"Sigo pensando que tienen un sentido político", sostiene González. "A estas alturas resulta muy hiriente enfocar de esa manera el drama".

"Estos procesos", afirma monseñor, "no pretenden ser una acusación contra los perseguidores. No son procesos contra nadie. Tiene que haber certeza absoluta de que son personas que dieron su vida, que sufrieron martirio, por móviles antirreligiosos, no políticos. Se trata de personas de conducta ejemplar ya antes del martirio y en los que hay una actitud común, la del perdón hacia los que le causan la muerte. Los mártires al morir perdonando invitan a la reconciliación. La voluntad del Papa es ajena a la intención de suscitar discordias. Ahora es verdad que el hecho de que todavía vivan protagonistas de aquellos acontecimientos, ciertamente puede causar conturbación, sobre todo allí donde la confrontación fue más violenta. A mí me ha tocado como obispo visitar zonas en que hubo mucha tragedia y, desgraciadamente, las huellas no se han borrado del todo. Cada persona es un mundo".

Ángel González hablaba de la madre como transmisora del humanismo religioso. Hay una teología feminista que defiende la idea de un Dios que es madre, un Dios femenino, frente a la tradicional imagen del sumo patriarca. Según las encuestas, un 90% de los españoles declara sentirse católico, pero hay un dato que parece incuestionable. El 90% de los fieles que acuden a las iglesias son mujeres.

Monseñor está alerta, después de ese prólogo. Espera la pregunta. ¿No es irracional que la Iglesia católica siga negando el sacerdocio a las mujeres, cuando precisamente son su principal sostén? "Acerca de los rasgos con que describimos a Dios, en la Biblia, Dios mismo es el que recurre a, una comparación. 'Podrá una madre olvidarse de sus hijos, pero yo no me olvidaré de ti'. Está comparando su misericordia, su manera de actuar con el hombre, con el corazón de una madre. Pero proyectar sobre Dios las diferencias sexuales es un poco absurdo... Dios es la plenitud del ser".

Monseñor hace ahora un alto. Ángel, el poeta, es un corsario negro, un gaitero libertario. Un hombre solo. Pero los tres sabemos que Elías Yanes no sólo habla por él. Mide sus palabras en cuartillos, como un labrador el grano.

"En relación con el sacerdocio femenino, lo que ha dicho el Papa es que la Iglesia no se siente competente para cambiar la norma que ella ha recibido de Jesucristo y de los apóstoles y a la que ha sido fiel durante 2.000 años. Para la Iglesia el sacerdocio es un sacramento y la cuestión de llamar sólo a los varones al ministerio apostólico pertenece a la sustancia de ese sacramento, que la Iglesia no puede cambiar. No puede, no está en sus manos, no tiene potestad para alterar esa norma. Eso no significa desconocer las cualidades de la mujer ni voluntad de marginarla. Pero no se trata de un derecho sino de una vocación, no se trata de un honor sino de un servicio, no se trata de una profesión que esté a disposición de la Iglesia. Es algo previo a la Iglesia, de lo que ella no puede disponer a su antojo".

"Usted sabe, don Elías", interrumpe Ángel González con amable ironía, "que la Iglesia lo puede cambiar todo".

"Bueno", responde monseñor, la Iglesia puede cambiar muchas cosas, pero no todo".

Es la primera vez que ríen juntos. Lo volverán a hacer cuando les pregunte su opinión sobre las corridas de toros y el presidente de los obispos españoles cuente que en el concilio de Trento, y entre teólogos del siglo XVI, se planteó el problema moral del sacrificio de los toros. "Después de muchas discusiones, llegaron a la conclusión de que si el torero era español, la corrida es lícita moralmente; si no era español, era pecado". "Tengo una relación muy ambigúa con las corridas de toros", dice Angel González, "por una parte me horrorizan y por otra me he aficionado. Me apasiona una buena faena. Pero tal vez la televisión, que acerca mucho las imágenes, plantea todo lo que hay de horrible en la tortura a un. animal. Me pasa lo mismo con el boxeo. Racionalmente me produce espanto, pero cuando hay un combate, no puedo dejar de mirarlo".

¿Fue usted alguna vez a una corrida de toros?, le pregunto a Elías Yanes.

"Sólo en una ocasión", dice monseñor. "Comparto la sensibilidad de Ángel, con la diferencia de que el boxeo no lo puedo ver. Los toros todavía puedo verlos, pero el boxeo...".

Creo que ambos agradecieron ese quite taurino. Habíamos vivido antes uno de los trechos más tensos del diálogo. Fue cuando se suscitó la cuestión del aborto. "Yo entiendo que la Iglesia prohíba el aborto a sus fieles y que así lo predique", dijo Angel González, "pero lo que no entiendo es que pretenda imponer eso al conjunto de la sociedad, trasladarlo a la legislación penal, presionando a los Gobiernos. El aborto es asunto muy espinoso y difícil, a ninguna mujer le gusta abortar. Por otra parte, su actitud ante la "explosión demográfica" me parece irresponsable. Creo que ese afán de la Iglesia por imponer su moral a todos es lo que crea mucho recelo y no la hace simpática".

"No se trata de caer simpáticos nadie", dijo entonces monseñor. "Se trata de expresar con rigor las propias convicciones. En la cuesión del aborto, la Iglesia entiende que no es un asunto estrictamente religioso. Es una cuestión ética en que no hay que apelar a principios religiosos para descubrir que se rata de algo éticamente inaceptable. Se trata de dar muerte a un ser humano, aunque era un ser humano en la etapa germinal. Y esta visión puede ser compartida por creyentes y no creyentes. Cuando a Iglesia lo proclama no sólo lo proclama para los cristianos, sino para cualquier persona de conciencia recta que quiera escuchara. Proclamar una convicción y razonarla no es imponerla".

"Pero es que luego hay contradicciones", dijo Ángel González. "Por ejemplo, la actitud de la Iglesia frente a la pena de muerte, que tiene el significado indiscutible de destrucción de un ser humano, es más ambigua que ante el aborto".

"La Iglesia", respondió Elías Yanes, "admite la posibilidad de que en relación con la pena de muerte pudieran darse casos en que ésta pudiera tener justificación, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo. Aunque también afirma el Papa claramente que estos casos son hoy prácticamente inexistenes; la sociedad actual tiene otros recursos para defender a sus miembros sin necesidad de recurrir a la pena de muerte; se debe recurrir a otros medios más conformes con la dignidad humana".

"En la historia reciente hay actuaciones terribles", dijo el escritor, "como la de la Iglesia argentina, pasiva ante el drama de los miles de desaparecidos".

"No me gusta juzgar casos lejanos que no conozco bien", dijo el obispo, "pero voy a decirle una cosa con claridad. Nuestra obligación es defender la vida y la dignidad humana. Si no lo hemos hecho así, hemos hecho muy mal. Sea quien sea y sea donde sea. Es legítima la crítica cuando esa defensa no se ha hecho".

El Gobierno prepara una subida en el impuesto de tabacos. El parte meteorológico anuncia una ola de calor. El poeta del Grupo de los 50, el compañero de Carlos Barral, Gil de Biedma y Caballero Bonald, enciende un pitillo. "Para que yo me llame Ángel Fernández. / Para que mi ser pese sobre el suelo...". Desde sus primeros poemas en Áspero mundo, sus versos son como huellas del paso del tiempo, los tatuajes que la vida deja en la piel. Tiene 70 años. Hay personas que, con la edad, vuelven en puntillas hacia el albergue de las creencias religiosas. "Personalmente", dice Angel, "yo no me planteo lo que hay más allá de la vida. Porque yo no creo que haya nada. Las cosas y las personas van desapareciendo en torno a mí y eso me produce dolor Y tristeza. Pero ahí queda todo mi problema del paso del tiempo.

"En la experiencia del hombre", dice Elías, "el tema de la rnuerte tiene la fuerza de que nos obliga a planteamos el sentido de la vida. Qué sentido tiene mi vida. Esa es la gran pregunta del ser humano". "Ustedes tienen suerte", dice el poeta sonriendo con tranquilidad. "Pueden llevarlo mejor que nosotros, los sin Dios. Es muy consolador pensar que uno sigue por ahí después de muerto". Monseñor sonríe. La suya es también la sonrisa de un hombre tranquilo.

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