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Nueve no le bastan a Carl Lewis

El atleta, tras su triunfo en longitud, intenta correr la final de relevos 4 x 100 para lograr su décima medalla de oro

Santiago Segurola

Carl Lewis quiere más. No le vale con su proeza del lunes, no tiene suficiente. Con un vuelo de 8,50 metros en la final de salto de longitud conquistó la medalla de oro, la novena de su carrera en unos Juegos -ha competido en cuatro- y la cuarta consecutiva que logra en dicha prueba. Pero quiere más. Tan sólo unas horas después de llorar emocionado con el trofeo en la mano, anunció su nuevo desafio: la décima medalla de oro, la décima, la que le separe de la gimnasta rusa Larissa Latinina, el fondista finlandés Paavo Nurmi y el nadador estadounidense Mark Spitz -los otros deportistas que coleccionan nueve oros olímpicos- y le convierte en el más grande entre los grandes. ¿Cómo? Formando parte el sábado del equipo de relevos 4x100 metros de Estados Unidos. Lewis ya consiguió la gloria con el equipo de sprinters norteamericano en dos ocasiones, en los Juegos de Los Angeles 84 y Barcelona 92. Y también con ellos batió en seis ocasiones el récord mundial.Lewis ya ha comunicado sus intenciones, muy diferentes a las expresadas nada más ganar la longitud. "La última medalla ha sido la más hermosa", dijo entonces. Es el mayor momento de mi carrera. No hay forma de que pueda igualar esto". "Me gustaría correr en los relevos", dijo después, ayer, "sería algo bonito porque me daría la oportunidad de tratar de entrar en la historia, pero no voy a presionar. No quiero quitarle el lugar a alguien que se lo merezca".

Joe Douglas, su representante, en cambio, sí ha empezado una maniobra de convicción. Ayer sacó del bolsillo un papel en el que el seleccionador de atletismo de Estados Unidos, Erv Hunt, se comprometió hace unas semanas a incluir a Carl Lewis en el equipo de relevos si lograba meterse en la final de los trials. Lewis lo consiguió, aunque terminó octavo.

Corra o no en relevos, sume o no su décima medalla, Carl Lewis, el hijo del viento, es el más grande. El lunes, de últimas, la noche -y quizá los Juegos-volvió a pertenecer a Carl Lewis. Por una vez había llegado de tapadillo, sin el ruido que le ha acompañado desde su aparatosa irrupción en el escenario atlético. Se suponía que el hombre era Michael Johnson, en busca de la victoria en los 400 metros y del récord mundial. En un lateral del estadio, Carl Lewis se disponía a comenzar su tanda de saltos: un atleta viejo, de 35 años, en el declive de sus facultades físicas, sin ninguna victoria desde 1992. Un hombre que poco a poco había sido retirado de las portadas, de los focos, del papel cenital que siempre había protagonizado. Un hombre canoso que se había refugiado en el salto de longitud, su primera especialidad, como si el círculo de su carrera se hubiera cerrado. Era un secundario. ¿Un secundario? Imposible. Cuando todo terminó, cuando Michael Johnson había ganado la medalla de oro en 400 metros, después de que el etíope Grebresselasie, la francesa Perec y el estadounidense Allen brindaran carreras formidables, un hombre se subió el podio para proclamar que era el mejor atleta de todos los tiempos: Carl Lewis

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