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Tribuna:JUEGOS OLÍMPICOS
Tribuna
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EL CUADERNO DE VALDANO

Jorge Valdano

Los límites del espectáculo. Los atletas entran estos días en nuestra sala de estar con sus gestos rabiosos, lánguidos o sufrientes. Da miedo mirarse al espejo después de ver cuerpos que se aproximan tanto a la perfección. La televisión distribuye la gloria de ese paisaje humano singular y algunos atletas, que entendieron rápidamente que el mundo pasa por una cámara, utilizan recursos actorales para robar primeros planos. Es la inevitable sucursal estúpida de todo gran espectáculo que choca violentamente contra la veracidad del deporte. La sociedad de las apariencias no encuentra encaje en la sinceridad extrema del atletismo, en donde los méritos no le pueden mentir al reloj, a la distancia y a los rivales. La austeridad gestual de la etíope Fátima Roba después de ganar el maratón, es el espectáculo de la dignidad, del respeto a los adversarios, de la emoción como sentimiento demasiado auténtico como para vendérsela al mercado de la mirada.Cómo ver un pésimo partido de madrugada. Sillón cómodo y largo porque empezaremos a mirar el partido sentados y terminaremos despachurrados por el aburri miento y el sueño. Se trata de encender el televisor sin ninguna confianza en la calidad del espectáculo y tener el mando a distancia a mano, o mejor, en la mano. Si empieza el partido y se confirma la peor de las sospechas: que el entrenador lo considera a usted, espectador, un pedazo de carne con ojos, y le da igual torturarlo a altas horas de la noche con un juego insoportable, váyase sin ningún complejo de culpa, a otra cadena. Puede que encuentre a un tipo de 1,50 metros, nacido en Bulgaria, pero de nacionalidad turca, dispuesto a levantar unas pesas que son igual de altas que él y como dos veces y media más pesadas. En el intento, le temblará todo el cuerpo, se le desorbitarán los ojos y hasta los mofletes parecerán a punto de estallarle, no se sabe bien si de alegría o de esfuerzo. Puede que él logre su propósito y que usted comparta la inmensa felicidad de ese desconocido.

De vez en cuando hay que volver al fútbol porque uno, en el fondo, es creyente. Ahora bien, si los blancos insisten en darle el balón a los rojos y los rojos se lo devuelven a los blancos, o el partido es una antología de pelotazos a cualquier parte, o se interrumpe a cada minuto porque él árbitro permite un concurso de patadas, o todo eso junto, tómelo como una cuestión personal y abandone para dar un nuevo desfile zapeador; siempre encontrará un gimnasta crucificado entre un par de aros, dos yudokas con cordiales ganas de matarse, o veleros a todo tren a punto de colapsar el mar con un gran atasco. Usted al día siguiente debe trabajar, es posible que ya sean las tres de la mañana y no debe olvidar que la culpa la tiene el fútbol. Es el momento de darse el último gusto. Vuelva al partido, tome el mando a distancia, espere un primer plano del tipo al que cree responsable mayor de la mierda de fútbol que se quedó a ver, apúntele a la cabeza y apriete el botón rojo. Cuando el televisor se apague, sentirá un alivio de asesino legal porque el pensamiento no delinque. Levántese y abandone el lugar sin mirar el lamentable estado en que dejó el salón. Un tipo duro no se preocupa por el desorden.

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