_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hay que cerrar el gas

Juan José Millás

Cuando estaban a 100 kilómetros de Madrid, camino de la playa, el. padre de familia empezó a dudar si había echado la llave del gas. Con la mirada fija en la serpiente blanca que dividía el asfalto en dos mitades, rememoró sus últimos movimientos por el interior de la casa. Desde luego, había cerrado el paso del agua: se acordaba porque al salir de debajo de la pila se dio un golpe en la cabeza, donde aún tenía un bulto que ahora se tocaba con gratitud: gracias a él sabía que por el lado de las inundaciones no habría problemas. Luego había recorrido las habitaciones bajando las persianas con el cuidado de dejar una rendija por la que la vivienda respirara un poco durante la ausencia familiar. Recordó que la del cuarto del pequeño se atascó y que al desencajarla se había hecho un rasguño en el dedo. Contempló la herida para certificar que no había sido un sueño y continuó el recorrido. Ahora le tocaba el turno a la luz, cuyo interruptor general estaba un poco alto, por le) que era preciso subirse a una banqueta. Tras apagarlo, perdió el equilibrio y al caer se mordió por dentro el labio inferior. Acarició ahora con la punta de la lengua aquella herida de sabor eléctrico y también por ese lado se quedó tranquilo.En realidad, aquellos pequeños accidentes no habían sido fortuitos. Siempre se los provocaba al salir de vacaciones para tener constancia de que las cosas quedaban en orden. Pero, maldita sea, no recordaba haber cerrado el gas. Sin dejar de prestar atención al tráfico, se revisó las manos con cuidado en busca de una uña partida o cualquier otra señal que evocara por asociación ese instante, y no la encontró. Definitivamente, se había quedado abierto. Lo normal es que no sucediera nada, pero si llegara a producirse un escape, por pequeño que fuera, la vivienda se convertiría enseguida en un polvorín. Bastaría con que alguien llamara al timbre de la casa de al lado para que la chispa eléctrica hiciera estallar el gas acumulado y se produjera la catástrofe. Vio la, Casa saltando en pedazos y desvió el coche hacia la derecha para detenerse en el arcén.

-¿Qué pasa? -preguntó su mujer.

-Nada, me ha parecido oír un ruido.

Descendió del automóvil, se fue a la parte de, atrás, abrió el maletero para quedar ocultó a las miradas de su mujer y de sus hijos y respiró hondo varias veces cubriéndose la nariz y la boca con las manos. De este modo (lo había leído en un libro de autoayuda), en lugar de aire, tomaba el anhídrido carbónico expulsado de los pulmones y conseguía una relajación pasajera.

-Había una maleta mal colocada -dijo al ponerse de nuevo al volante.

Arrancó más tranquilo, aunque con la cabeza llena de catástrofes, y entonces el pequeño de los niños hizo la pregunta fatídica:

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

¿Falta mucho?

El crispó las manos alrededor del volante y evitó responder. En lugar de eso, adoptando un tono indiferente se dirigió a su mujer:

-¿No se te habrá ocurrido cerrar la llave del gas?

-Siempre te ocupas tú. ¿Se te ha olvidado?La pregunta de ella coincidió con la del niño que insistía en averiguar cuánto faltaba. Como confesar su descuido habría sido muy humillante se volvió hacia el pequeño y dijo mordiendo las palabras como un perro rabioso:

-Falta una eternidad. Si quieres saber lo que es una eternidad, imagina a una hormiga dando vueltas alrededor de la Tierra, haciendo siempre el mismo recorrido. Piensa en los millones de años que harían falta. para que esa hormiga dividiera la Tierra en dos pedazos. En. este momento ni siquiera habría comenzado la eternidad.

-¿Entonces no llegaremos jamás ni olvidaremos nunca?

-Así es -respondió el padre sin dejar de masticar las palabras como si fueran piedras, al tiempo que se metía debajo de un camión de gran tonelaje. Unos instantes después, en el infierno, comprobó que tenía chamuscadas las cejas y recordó que ésa era la señal efectuada al cerrar la llave del gas. ¡Lástima de accidente!

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_