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TOUR 96

El campeon paciente y calmado

El primer danés en ganar el Tour es un magnífico atleta de maduración tardía y, sobre todo, una gran cabeza

Carlos Arribas

El viejo Giancarlo Ferretti, director de Bjame Riis en sus tiempos del Ariostea, pensaba que la vida, el ciclismo, le podía dar pocas sorpresas. "Cuando en diciembre de 1993 llamé a Riis a su casa, como todos los años, pese a que ya entonces había fichado por el Gewiss, para preguntarle por su preparación invernal", cuenta el actual técnico del MG, "me dijo una cosa que yo no podía creer. 'Giancarlo', me anunció por teléfono, ya sólo pienso en el Tour. Creo que lo puedo ganar". Ferretti hacía gestos de estupefacción, de no creer lo que oía por teléfono. Gestos que amplía hasta la desmesura cuando se da cuenta de que el calvo danés cumplió con su promesa: "Estoy estupefacto, pero en el buen sentido, admirado".El ganador del Tour de 1996 guarda buenos y malos recuerdos de su crucial paso por el Ariostea. "Enese equipo cambió mi mentalidad", dice el danés. "Debo agradecer a Ferretti su fe en mí , pero no dejo de pensar que era un tipo duro, muy duro. Estaba todo el día- diciéndome que atacara; se pasaba un pelín, pero con todos, Es un gran psicológo, parcialmente responsable de cómo soy ahora". Era el estilo Ariostea, el estilo Ferretti. Siempre equipos sin líderes ni gregarios. Cada uno era su propio jefe. Un ambiente en el que la llegada de Riis en enero de 1992 parecía lo menos adecuado.Habrá que remontarse en el tiempo hasta los años 70 para entender la transfórmación de Bjarne Riis, que aún recuerda su dura infancia en Herning: "Cierro los ojos y me veo en mitad del largo invierno danés. Yo, un chaval espigado, doblado sobre una bicicleta naranja. Mi padre, detrás, en el coche, con los faros encendidos para que yo pudiera ver la carretera". Riis fue de niño el producto del deseo de su padre, Preben, tipógrafo divorciado, ciclista frustrado y entrenador, instructor ciclista de su propio hijo. "Me exigía mucho, pero me enseñó a trabajar duro".Con el desapego engañoso a su tierra de los habitantes de países pequeños -aún mantiene una casa de vacaciones en Dinamarca aunque vive en Luxemburgo-, Riis, envenenado de ciclismo, tuvo que emigrar para encontrar un espacio vital que se le negaba en un país sin estructuras profesionales. Trabajó de cualquier cosa en Luxemburgo para poder vivir mientras pertenecía a un equipo aficionado. Cayó en el profesionalismo en un entramado belga que le hundió n la rueda de las carreras domingueras, un pozo del que salió -siempre intentando sacar la cabeza- a los dos años para ir a dar a los brazos del segundo personaje de su vida ciclista, Laurent Fignon. "No sería lo que soy ahora si hubiera sido ya un líder desde joven. Estar al lado de Fignon me enseñó a ser fuerte, sobre todo, mentalmente. Aprendí a trabajar y sufrir". Porque sus primeros verdaderos pasos en el ciclismo profesional, Riis empezó a darlos en 1989, a los 26 años, igual que cientos de ciclistas más, como gregario, trabajador devoto de un líder. El danés, tan arrogante como parece, es un gran tímido: "No estaría tan seguro de mí mismo si no tuviera siempre al lado a alguien que cree en mí".Fignon fue el segundo en ayudarle a sacar la cabeza, el primero que le convenció de que podía ser profesional serio. Pero ahí lo dejó.El francés rompió con Guimard y elun caso Castorama en 1991 y se fue a Italia, alGatorade. Cuando Fignon le encontró un hueco a su lado, lue una hora tarde. Riis ya se había comprometido con Ferretti esa misma tarde en que terminó sexto en el Mundial de Sttutgart de 1991. El destino le hizo caer en brazos del tercer per sonaje de su vida. "El primer año con nosotros", recuerda Ferretti, "Riis ni siquiera se metió en una escapada. Fue frustrante, porque nuestro equipo vive de las fugas. No sabía qué hacer con él. Pero él me decía: 'no, yo no valgo para ganar, sólo sé trabajar para otros'. Tenía la autoestima por los suelos. El año siguiente, a base de darle la tabarra todos los días, ese gran atleta que es Riis se decidió y comprobó que podía ganar. Se impuso en una etapa del Giro y en otra del Tour. Y terminó quinto en Francia". Y cambió de equipo. Cayó en el Gewiss. Del Ariostea sólo se quedó con el médico, Luigi Cechini, el mismo que le dirige ahora.

En el nuevo equipo el personaje clave de su vida fue uno negativo para él: Eugeni Berzin. "Era dificil llevarse mal con él. Se llevaba bien con todos, salvo con Berzin", dice Bombini, su director entonces. "Creo que es porque eran muy parecidos". Si Bombini no tuvo un efecto de shock sobre Riis, sí que marcó su carrera, sin embargo. "Es el mejor director que he tenido. Muy profesional y muy atento a todos los corredores, no sólo a los líderes", dice Riis, que ya no era un gregario, era alguien en el camino hacia el triunfo. "Dentro de la calina", dice Bombini, "era un líder. Siempre ha sido igual. Muy serio. Un hombre que cree mucho en ciertas carreras e increíblemente en el Tour". Siguió allí hasta que quedó tercero en el Tour de 1995 y comprendió que en ese equipo no podría ganar el Tour nunca. Oficialmente se fue por dinero. El Gewiss tuvo limitaciones presupuestarias y no le podía pagar los 85 millones que le ofreció el Telekom. Pero, aparte del dinero, estaba Berzin -"le llegó el éxito demasiado pronto y no supo digerirlo"- y estaba la necesidad: Riis quería un equipo enteramente dedicado a su causa, a su Tour.

"Yo sé que lo que es trabajar para otros, quiero decir, trabajar de verdad, subirle a ritmo, quedarte, arriesgar en la bajada para volver al primer grupo, seguir trabajando, reventar y hacer el resto de la etapa pensando en no pasarte del cierre de control. No te quedas con nada para tí, aunque había algunos en el Gewiss que pensaban un poco en sí mismos, que no lo daban todo, pensando en ganar una etapa o quedar entre los primeros 20 de la general. Qué chorrada: 20' o 150' es lo mismo. Sé que no es lo mismo ser líder único en el Telekom que en el Gewiss, aunque éste puede ser mejor equipo. Con los alemanes tengo la seguridad de que todos correrán para mí sin pensar en ellos.

Quizás asistió sonriente al fugaz paso por el liderato de Berzin. Sabía que al día siguiente, en Sestriere, lo despojaría para siempre. Se lo dijo a su mecánico en la salida, igual que le anunció que en Hautacam nadie le seguiría y que en Pamplona pocos aguantarían su rueda.El campeón calmado y seguro había madurado por fin. Adquirió el convencimiento de la invencibilidad propia: "Se necesita tiempo para construir la fortaleza que te permita aspirar a ganar el Tour, pero una vez conseguido no lo voy a soltar. Me veo a este nivel otro par de años. Pienso que puedo ganar un segundo Tour. Estoy muy seguro de mi potencial. Sé que adonde vaya en el Tour, Induráin me seguirá, porque sabe que voy a atacar". "Es un caso excepcional" cierra Ferretti. "Un hombre de excesos: de no creer nada en él a creerse el mejor y serlo".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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