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Un regreso esperpéntico

Los transportes estaban siendo lo único salvable de la lamentable, en muchos aspectos, organización de los Juegos de Atlanta. Hasta el día clave. Porque el viernes, en la jornada de apertura, fueron también un desastre. En realidad, todo fue un verdadero caos, uno más en la lista.

Por la mañana y hasta media tarde, el cierre de las calles más céntricas provocó innumerables atascos, en los que quedaron atrapados incluso los coches con acreditaciones olímpicas. Pero quizá lo más grave, al ser cuerpo a cuerpo y sudor a sudor, pasaba bajo tierra. El hasta entonces casi salvador Marta, el mínimo metro de esta ciudad (con dos líneas en forma de cruz), quedó literalmente colapsado. Tras esperas de más de media hora, los trenes venían abarrotados y la entrada a la japonesa era obligada, aunque casi imposible salvo para campeones olímpicos de lucha o similares. Las situaciones se fueron complicando progresivamente. Desde pasajeros que no podían salir en estaciones porque el conductor decidía no abrir las puertas, hasta empujones y peleas por bajarse o subir cuando se descubría un hueco.Al caos no escaparon ni los deportistas. Porque la organización planificó cómo introducirlos en el estadio olímpico, pero descuidó como evacuarlos. No prescindió, como parecía al principio, sólo de los periodistas (dos horas pasaron hasta que pudieron volver al centro de prensa). El inicio de la competición reveló que la organización se había olvidado también de lo más importante: los atletas.

Su salida del estadio no se hizo por equipos y en orden. Las formaciones se deshicieron y todos los atletas salieron por la misma puerta. Resultado: se creó un embudo que se trasladaría después a la terminal de regreso. Hubo empujones y momentos de histeria. Los más listos lograron llegar a la Villa Olímpica pasada la una de la madrugada y los que optaron por la prudencia, sobre las 2.30.

La delegación española tuvo aún peor suerte. Vive muy lejos del centro, a unos 20 minutos, y precisaba tomar aún un tren eléctrico hasta su residencia. Nadie se percató de semejante detalle. Gracias a que Italia, Brasil y Bielorrusia compartían problema, y ante las quejas surgidas, la organización se vio obligada a poner de nuevo en marcha los trenecitos.

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