_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Parada militar

Pan y circo, pan y toros, pan y desfiles militares, fueron fundamento de viejas políticas, tanto que ya se utilizaban, con gran éxito de público, en la república ateniense y en el imperio romano. Lo taurino era sui géneris, a causa del precio de las localidades, remediado por el castizo trámite de empeñar el colchón para ver a Frascuelo. Es imagen que me sobresalta: largas colas ante las ventanillas del Monte de Piedad, con el jergón al hombro, para adquirir la andanada o el tendido se me ocurre la bobada de que quizá por eso se llame así-, corriendo luego hacia la calle dé la Victoria para comprar- el boleto. ¡Portentoso!Frecuente era el espectáculo gratuito de la parada en la explanada del Palacio Real, el cambio de guardia dominical, ofrecido al pueblo madrileño. Me llevaron alguna vez, en los albores de mi existencia, y aún destella el recuerdo de aquellas evoluciones, a toque de corneta y al son de las marchas militares, pasmo de ojos y oídos infantiles. De allí supongo que salía la afición a los baratísimos soldaditos de plomo, que reclamaban cierta imaginación, me atrevo. a suponer que superior a la habilidad para manejar los programados supernintendos japoneses. Como capital de la nación, era la ciudad una espolvoreada guarnición de las más. escogidas tropas, que desfilaban con gran frecuencia, acompañadas por el tranco infantil, al borde de la adolescencia, punteando los marchosos pasodobles.

Vuelvo alguna vez -cuando me invita el coronel Acedo- a contemplar estos acontecimientos, que se desarrollan en los vastos recintos cuarteleros. Amplio es éste, tan ligado a Madrid, a lo largo de distintos emplazamientos, definitivo ya en el pueblo de Valdemoro, el Colegio de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada. El otro día tuvo lugar una parada -significa hacer alarde de tropas en una solemnidad- con motivo de la entrega de despachos a 198 muchachos y 25 chicas que allí cumplieron los 17 años y el primero de un riguroso adiestramiento. Una perfecta coreografía.

La ceremonia la admiran varios centenares de conmovidos familiares de las mozas y los mozos, y tuvo la pompa y aparato que le es habitual, con la novedad de que asistiera el nuevo presidente del Gobierno y su ministro del Interior. El evento congregó a una multitud de generales, que quizá se hubieran saltado a la torera la fajina, aunque ya se sabe el rudo tirón que tiene el poder civil para algunos guerreros. Acto, como es costumbre, lúcido y, satisfactorio. Tan unánimes las evoluciones como las que siempre ejecutaron las bluebell-girls, del Radio City neoyorquino, vaya como parangón considerable. Con rutilante uniforme de época, la Compañía de Fusileros y de gala el Batallón y Guardias dieron la bienvenida a los distinguidos convidados y asistentes; fueron despedidos por el deslumbrante escuadrón de Caballería, al frente, cáracoleando, su barbado comandante.

Me considero espectador entusiasta y curioso. Detecté la abultada presencia de varias decenas de paisanos, la mayoría con gafas oscuras y ternos de todas las gamas del azul oscuro. Al no sentarse, ocupando impertérritos dos de los lugares, en la primera fila de aquella tribuna -lo que limitaba la vista panorámica del patio de armas-, deduje que eran guardaespaldas de la nutrida nómina del séquito presidencial. Avizoraban en todo momento, eso es lo que cabía sospechar, y uno imaginaba aquellos ojos vigilantes, cargados de sospecha, desparramados sobre el medio millar de guardias, sus padres, hermanos y demás parientes.

Todo bajo el control de la disciplina como estado natural. Reseño otro incidente, que quizá pasó desapercibido para la mayoría: la demasiada espera bajo el sol, que avanzaba: hacia el Cenit, causó el derrumbamiento de uno de los veteranos, que dio con el cuerpo en el cemento. Un flas, una concesión a la galería de que somos humanos, incluso en formación. Estaba de más la suspicacia de que se hubiera previsto la fugaz ocurrencia, pues no figuraba en la relación escueta de actos.

Las compañías se replegaron, a paso ligero, para el posterior desfile. Miraba aquellos rostros juveniles y serios, y pensé: "Cualquiera de estos muchachos o muchachas puede salvarme la vida. O ponerme una escalofriante multa de tráfico". En cualquier caso, así sea.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_