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Hayek / Barea

Von Hayek, el patrón liberal, dedicó Caminos de servidumbre, un ensayo político y económico que puede ser leído como una espléndida novela de aprendizaje, "a los socialistas de todos los partidos". Con esta apelación transversal, que tenía muchas intenciones, Hayek reconocía implícitamente una de las mayores virtudes del pensamiento igualitario: su capacidad de penetración en todas las ofertas políticas. Frente a la inexorabilidad igualitaria, los muy liberales alzaban un orgulloso islote, frío, próximo a la impiedad, que después de todas las depuraciones de argot -filosófico, económico- se resumía en esto: un hombre debe contar sólo consigo mismo. El cuerpo a cuerpo de los muy liberales contra el sentido común socializante tuvo hermosura. Los liberales se defendieron a partir de la estricta observancia de su ortodoxia: en una soledad impávida, subversiva, sin más corazas que su razón misma.Cincuenta años después, la situación ha cambiado de manera muy radical. Los muy liberales siguen diciendo lo mismo sobre el hombre. Pero ya no se baten hermosamente solos en el campo: se ayudan con el sistema. Cuando José Barea, director de la Oficina Presupuestaria del Gobierno, uno de los afilados machetes de que se ha provisto el PP para ir abriendo camino a través de la maleza, declara que la adecuación de las pensiones al IPC "pone en peligro al sistema" resulta muy decepcionante. Acudir al sistema -interesante eufemismo siempre- no es lo propio. No es lo propio moralmente: roza la estafa hablar así cuando resulta que el sistema es precisamente el mantenimiento del nivel de vida de los pensionistas. Ni es lo propio intelectualmente: ampararse -¡cobardicas!- en el sistema es el principal camino de servidumbre de la inteligencia.

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