Indurain nos transporta a los años de Delgado
La nieve dejó la última jornada de los Alpes en una etapa de 46 kilómetros que Riis aprovechó para quitarle el liderato a Berzin
Una nevada reglamentaria en el Irseran (varios centrímetros de nieve, máquinas quitanieves despejando la carretera, un grado bajo cero en la cumbre) y una tempestad en el Galibier (viento de casi 100 kilómetros por hora, nieve, y cuatro grados bajo cero en la cumbre) obligaron a la organización a despedir los Alpes con una mini etapa de 46 kilómetros. Las condiciones del tiempo eran tan terribles que los directores aceptaron sin rechistar la propuesta. No es que hayan modificado el guión del Tour, lo que parece haber cambiado es el calendario por culpa de los elementos. El propio Berzin manifestaba su extrañeza momentos antes de darse la salida definitiva: "Nunca he visto nieve en Rusia en el mes de julio. Allí hace ahora 30 grados". Sin embargo, el clima pasó a un segundo plano sorprendentemente. Hubo etapa y menuda etapa. Lo sucedido representa algo más que un detalle: hay demasiados nervios por suceder a Induráin.Claro está que Induráin sigue vivo y de ello hubo constancia ayer. Induráin necesitaba el Galibier para operar más a su gusto, para actuar en la maniobra de desgaste. Una etapa tan corta no se ajustaba a sus condiciones: los escaladores llegarían con ganas de hablar y la disputa entre los favoritos se haría en un tono menor. Lo sucedido camino de Sestriere fue muy sintomático: tras los primeros movimientos, no hubo otra táctica que seguir la rueda de Induráin. Lo hizo Rominger sin tapujos; lo intentó hacer Olano sin conseguirlo. Lo entendieron Leblanc, Virenque y Luttenberger. Siendo el peor situado de los aspirantes, Induráin sigue siendo la referencia. Sin él presidiendo el pelotón, hay demasiadas dudas.
El ataque de Riis fue el detonante. El pelotón tomó la salida entre desconfiado y sorprendido por lo que se avecinaba por delante. Mas de uno pensó que la etapa se convertiría en un ejercicio rutinario. Los primeros kilómetros se hicieron en grupo a casi 60 por hora y en las primeras rampas se detectaron los primeros saltos. Entre ellos estuvo Zülle, que provocó una reacción en cadena: la arrancada de Riis y la respuesta de Berzin. Ese diálogo violento entre el danés y el ruso (ahora me voy, espera que te cojo, lo vuelo a intentar, aquí estoy yo) produjo un efecto muy televisivo: a los pocos minutos de conexión aparecía en pantalla una verdadera etapa del Tour. El escapado Riis buscando el liderato y el grupo de notables a su caza. Berzin se vio obligado a tomar la responsabilidad de la captura, mientras Induráin decidía ocupar una posición muy secundaria.
Bajo el mando de Berzin y el mutis de Induráin aparecieron las dudas. Las tuvo el Mapei que, por un momento, pareció colaborar con el líder y tuvo que echar marcha atrás. Las evidenció Berzin, que dio la impresión de que juega mejor a la contra, cuando tiene una rueda que seguir. Riis se tomó la jornada como una segunda cronoescalada y aprovechó un perfil que parecía diseñado exclusivamente para él: no le gustan las larga etapas montañosas ni le agrada el calor. El ataque de Riis obligaba a alguien más que a Berzin, pero el Mapei sólo supo esperar. Una vez que Berzin aflojó, hubo un vacío, mientras hombres como Virenque, Leblanc o Luttenberger (los escaladores clásicos) entretenían el intervalo. Fue entonces cuando apareció Induráin. Rominger vio la luz: la rueda de Induráin. El suizo está convencido de que si es capaz de seguirla conseguirá su objetivo.
Así que el clima y el desfallecimiento de Induráin (como si este fuera otro factor exógeno) han cambiado el mapa del Tour y el calendario de Induráin. Como consecuencia de ello, los españoles habrán de modificar sus hábitos: Induráin nos tenía acostumbrados a la puntualidad y a la sabia administración. La nueva situación nos recuerda otras épocas: la remontada, la incertidumbre, la posibilidad de un ataque por sorpresa, la cuenta atrás, géneros muy pasionales, de mucho calado en el aficionado. Induráin está a 4.38 minutos del liderato y a 3.42 de Rominger. Hemos viajado en el tiempo: estamos como en los años de Delgado.
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