El tren, el vagón restaurante, el viajero
Comer en los trenes españoles, y beber y vivir, en suma, en estos mensajeros maravillosos de aventura: el primer recuerdo que yo tengo de un vagón restaurante en un tren se remonta a hace unos 20 años, cuando el tren nombrado Puerta del Sol hacía el recorrido Madrid-París, ida y vuelta. Abandoné el avión en mis frecuentes viajes, porque cenar casi muy bien, degustar un vino español o francés, ser acogido y servido por profesionales amantes de su oficio era..., lo dicho, una aventura benéfica para el cuerpo y para la imaginación; además, se hacía sobremesa y luego se acostaba uno, o no se acostaba porque viajaba en primera o segunda.Esta imagen agradable y relativamente reciente se ha ido al cuerno. Sigo siendo un trenero enamorado de la aventura, pero a pesar de los trenes: de los de siempre, o el Talgo, o incluso el histórico AVE; a pesar, quiero decir, de sus restaurantes, convertidos en espacios renacuajílicos y apenas frecuentados por todas las razones que siguen: se come mal debido a que los catering que ahora se multiplican en trenes, y en otros lugares mucho más innobles, son mediocres en el mejor de los casos y enferman al cliente con regularidad no despreciable; se bebe mal porque, de entrada, apenas se puede escoger entre dos o tres vinillos, y, además, todo es caro, incluso los botellines de agua, a 160 pesetas; añádase el servicio/suplicio: en efecto, la inmensa mayoría de los empleados, teóricamente profesionales del comedor, no saben y, lo peor, tratan despectivamente o mal al viajero/cliente.
En tiempos de falta de empleo, de ajuste de costes a todos los niveles, de atención sobresaliente respecto a la calidad de lo que se vende, ¿es posible que la Renfe haya dado de baja también a los gramos de imaginación que serían bastantes para "darle la vuelta a la tortilla"?. En un largo recorrido, como los menos largos, ¿quien no iría al restaurante en un vagón o dos en los que el viajero comensal se supiese recibido, atendido y regalado? Y, si adosado al restaurante hay un bar con todas las de la ley, ¿quién se aburriría en el tren? Y se puede seguir imaginando y creando servicios y puestos de trabajo y formas modernas de generar beneficios.
Hace un par de semanas, en el Talgo Alicante-Gijón, tras muchos viajes con la boca cerrada y desierta, volví a comer en mi asiento porque intuí que algo había mejorado cuando un camarero se dirigió a mí en términos de amabilidad extranjera normalmente a la vida en el tren con restaurante. No me equivoqué del todo, e incluso el hombre/camarero me dijo que "ha habido discusiones y algo se ha mejorado". Mas, que nadie se ilusione... Ahora he querido informar también de lo que piensan los responsables. Pero, sucesivamente, la informadora de Renfe me ha nviado a "relaciones exteriores" y, desde este trampolín, me han catapultado al departamento "de largo recorrido", y allí, un contestador automático me ha dicho que deje mi nombre y número de teléfono. Así sea.
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