En Málaga se piensa mucho en ti
Manolita Malasaña. Calle del mismo nombre, s/n. Madrid.
Muy señorita mía:
El que suscribe, Oscar Mardones UNeill, alias Chulin, de 37 años, divorciado; natural de Cardiff (País de Gales), criado en Embajadores y crecido en Chamberí; experto en artes marciales y de las otras; guardaespaldas profesional; se dirige a usted para manifestar:
Me encuentro provisionalmente en Málaga ejerciendo de gorila de la cantante Lolita. Me desagrada salir de Madrid, pero los garbanzos no entienden de patriotismo. Ahuyento la melancolía repartiendo guantazos y espantando comadrejas. Entre torta y torta, desconecto el móvil, me endilgo un guisqui doble, me tumbo en una hamaca y sueño que navego por el estanque del Retiro.
Madrid es una droga y yo estoy enganchado. No sé vivir lejos señorita. Siempre ando con el mono; y si no, con el gorila, que es lo mismo.
Cuando ataca el síndrome, me ocurren cosas extrañas que sólo a usted me atrevo a declarar sin temor a ser tachado de orate. Necesito desahogarme, pero la gente se parte de risa y propalan que estoy como una cabra. Mienten, señorita Malasaña, y usted lo sabe.
Todas las noches se me aparece Lola Flores con peineta y bata de cola. Se lo juro, aunque ello haga dudar de mi cinismo y de mis firmes convicciones agnósticas. No es delirio, amiga mía. Siga leyendo y alucine usted si aún conserva capacidad de asombro.
Cuando la Faraona irrumpió por primera vez en mi habitación, me pellizque las carnes aterrado. Eran las tres de la mañana. Me había tumbado en la cama tras una jornada vertiginosa de refriegas con papparazzis, Lola, sonriente y airosa, llegó rodeada de otros bienaventurados que la jaleaban con palmas y algarabía. Mandó callar a todo el mundo y dijo: "No temas, Chulín, vengo a felicitarte por lo bien que cuidas de mi hija Lolita.
Y como sé que Madrid es lo que más te gusta en este mundo, ahora mismo nos vamos tú y yo a dar un paseo por el Foro". En menos que dura un suspiro, nos ahuyentamos de Málaga y aparecimos en el bar Candela, abanderado del flamenco madrileño, faro de nocturnidades. Lola, como un ciclón; yo, atónito.
El portento acabó como o el rosario de la aurora. Para mi desgracia, el local estaba lleno de listillos. Supusieron en su ignorancia que Lola era un transformista. Las bromas subieron de tono. Y yo me mosqueé.
Antes de tocar a nadie, suelo amagar cola una guantada sin mano. Increpé a un mequetrefe: "¡Tu-bér-cu-lo!". "¿Yo ver qué?", babeó el mamón. "Detesto las algaradas", le repliqué contemporizando, "y no tengo tiempo de, explicaciones, estúpido, dejemos esto para mañana".
Y el telele bramó: "¿mañana? ¡Ahora mismo, cuatroojos! ¿Qué es eso de mañana?". "¡To morrow!", sugerí. "¿Qué le pasa a mi morro, gilipollas?" eruptó estrellando su paso en mis narices. Comencé a dar mandobles sin piedad. Pero ellos eran muchos y me molieron a palos. Lola escapó a la francesa porque los santos tienen prohibido terciar en broncas tabernarias.Desperté en la cama del hotel malagueño. Pero en seguida comprobé, estupefacto, que aquello lo había sido un sueño. Tenía la cabeza ensangrentada, la nariz cimarrona, un ojo a la virulé y el cuerpo entero de pronóstico reservado.
Recuperado de lesiones, Lola Flores vuelve a visitarme. Noche tras noche recorremos Madrid (ella va de incógnito para evitar malentendidos). Mis jefes dicen que estoy majara, que necesito otros aires. Me trasladan, Manolita. Marcho a Monrovia como guardaespaldas de un reportero madrileño. Nuevos desatinos me acechan viviendo tan lejos de usted. Estoy negro.
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