"Adiós a tí, del ruso sucia patria"
Con el derrumbe de la URSS y la nueva proclamación de la independencia chechena, la historia reitera sus ciclos
La historia de la implantación rusa en Chechenia y sus altibajos durante casi dos siglos ha originado una bibliografía escasa en cuanto al número de publicaciones, pero de gran calidad. En la primera obra de referencia sobre el tema, The Russian Con quest of Caucasus, J.F. Baddeley expone de forma pormenorizada las distintas etapas de la expansión zarista hacia el sur y las atrocidades de la guerra colonial contra los montañeses islamizados una centuria antes. El general Yermólov, comandante en jefe del ejército imperial entre 1816 y 1827 -y cuya, estatua presidía la plaza mayor de Grozni hasta su derribo en 1990-, se había propuesto, como el exministro de Defensa, Pável Grachov, la eliminación pura y simple de los "bandidos chechenos". La resistencia tenaz de los pueblos montañeses, vertebrada por las cofradías sufís -especialmente la Nakchbandía y la Kadiría-, se extiende desde la segunda década del siglo XIX a 1859, fecha de la derrota y exilio a Turquía del imam Shamil. Los murids o miembros de las cofradías, descritos por militares, funciona rios y cronistas de la época en términos muy similares a los de los portavoces y cortesanos del "demócrata" Borís Yeltsin, lucharon con porfía por su independencia y sufrieron ya los devastadores efectos de la estrategia de "tierra quemada" aplica da hoy sin rebozo por los amos del Kremlin.Otro libro de gran interés, Le soufi et le commissaire, de Alexandre Benningsen, traza por su parte un cuadro exhaustivo de los turuk (plural de tarika, cofradía) que aglutinan y encarnan la voluntad de supervivencia de un pueblo de un millón y pico de almas enfrentado a un enemigo infinitamente superior. El conocimiento cabal del terreno por los chechenos, espíritu de sacrificio, culto al yigit (bravura) y práctica colectiva del zikr -preces colectivas y bailes extáticos que tanto, sorprenden e inquietan al invasor- les permitieron sobrevivir y preservar su, identidad, alternando la guerra santa con el ketmán -disimulo y sumisión aparente- a la espera de las circunstancias propicias al retorno a la primera, como acaeció tras la Revolución de 1917, cuando proclamaron la independencia del Emirato del Norte del Cáucaso bajo la autoridad de un viejo imam nakchbandi.
Aunque la rebelión fue finalmente aplastada en 1924, los murids extendieron su influencia a los pueblos vecinos de Ingusetia y Daguestán, y su guerrilla antisoviética, pese a la destrucción, sistemática de "nidos de bandidos" y ejecución de sus jefés, se prolongó hasta las grandes purgas del 36 y la posterior invasión nazi, con la subsiguiente deportación de la totalidad del pueblo checheno a Asia
Las guerras del Cáucaso del siglo XIX -la del imam Shamil y la que le sucedió entre 1864 y 1877, encabezada por el "guía" kadiri Kunta Haxi- tuvieron un efecto desastroso en el interior de la sociedad rusa: como la invasión de Afganistán un siglo más tarde, provocaron el descontento del pueblo llano, cansado de enviar a sus hijos al matadero, y sembraron un espíritu de duda y autocrítica en una pequeña pero selecta minoría de oficiales y soldados que participaron en ellas. La creación del cuerpo paramilitar cosaco frente a los "bandidos chechenos" fue un expediente ideado por los mandos zaristas para evitar las consecuencias peligrosas del cansancio y derrotismo de la población. Después de la audaz incursión de Shamil Basáiev en Budenovsk en junio de 1995, asistimos a una rehabilitación y reactivación de dicho cuerpo, impregnado de una mística tradicionalista y odio a los pueblos caucásicos, abolido por los soviéticos por su colaboración con los rusos blancos durante la guerra civil.
Con el derrumbe de la URSS y la nueva proclamación de la independencia chechena por el general Dudáiev, la historia reitera sus ciclos: el pasado vuelve a ser presente, sin que sus amargas lecciones se asimilen. Si un responsable de la política de "pacificación" de Chechenia declaraba en 1834 "lo único que se puede hacer con este pueblo es borrarlo de la faz de la tierra", las recientes palabras de Borís Yeltsin, "hay que exterminarlos [a los "bandidos"] como a perros rabiosos", prueban el arraigo secular de unos clichés mortíferos entre un amplio sector del nacionalismo y paneslavismo rusos, para el que "un checheno sólo puede matar; y si no es capaz de matar, es bandido y atraca; y si no es capaz de esto, roba; y si no, entonces no es checheno" (véanse las declaraciones del general Barsukov, uno de los favoritos de Yeltsin, recogidas por el corresponsal de EL PAÍS el 21 de enero de 1996). Inútil añadir que el uso y abuso de ese lenguaje prefigura de forma ominosa el recurso a la limpieza final".
La desventurada epopeya de los montañeses atrajo la atención y simpatías de algunos escritores rusos del XIX. En su juventud, habían partido voluntarios, por afán de aventura, o fueron enviados de modo forzoso a "pacificar" el Cáucaso y adquirieron allí un conocimiento directo de los hechos y del ánimo combativo de los presuntos pacificados". Entre los testimonios más o menos novelados, destacan los de dos grandes maestros: Mijaíl Lérmontov (1814-1841) y León Tolstoi (1828-1910). Los sucesos evocados en sus relatos ofrecen un cuadro muy vivo de sus prejuicios, emociones, simpatías, admiración por el enemigo, esto es, de los sentimientos contrapuestos que generaron en sus autores. La rebeldía romántica de Lérmontov contra el autoritarismo ruso distaba mucho de la actitud más reflexiva, y por ello más eficaz y demoledora, desde la atalaya retrospectiva del viejo Tolstoi.
En la breve narración titulada Bela, primer capítulo de su novela Un héroe de nuestro tiempo, Lérmontov luce un conocimiento aproximativo de las tierras recién incorporadas al imperio y las leyendas caballerescas de sus habitantes, motea su prosa -como Tolstoi- de vocablos y frases de las lenguas caucásicas -procedentes en gran parte del turco y el árabe- y diferencia cuidadosamente los diversos componentes étnicos de la región: no sólo chechenos, sino también osetinos, cherkeses, kalabardinos, tártaros, sometidos ya al conquistador ruso o exiliados al territorio otomano. La trama de Bela se urde en torno al diálogo del narrador y un veterano de las guerras caucásicas que, al abrigo de una tosca y primitiva posada, le refiere a tropezones la historia del rapto de Bela por Pechorin, héroedel relato, y el final dramático de la aventura de ambos, resuelta a balazos conforme al código de honor tribal. Muchos de los ingredientes de este capítulo evocan, en el lector español los de la novela morisca, Las guerras civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita, o el Tuzani de la Alpujarra, de Calderón: a horcajadas del desprecio e idealización del. enemigo, con un fondo de exotismo oriental o moruno y un homenaje implícito a la temeridad y entereza de un pueblo vencido por el saber y las armas del "civilizador".
El personaje del veterano usa de un lenguaje ya troquelado al referirse a los chechenos y demás pueblos rebeldes: "Unos bandoleros y unos descamisados" que tienden emboscadas al ejército y "nos las hacen pasar negras", pues uno nunca sabe, dice, si al amparo de la fragosidad del. terreno tiene a "algún demonio greñudo de ésos acechándole". Si va a decir verdad, el viejo mílite sirve al propósito del poeta de expresar el punto de vista, habitual de sus compatriotas con respecto al enemigo "asiático", a la manera de ciertos personajes cervantinos erigidos en portavoces de la opinión común cristiana vieja:
"Estos asiáticos son de lo más astuto. ¿Usted cree que azuzan a los bueyes con sus gritos? ¿Y cómo diablos sabe lo que gritan? En cambio, los bueyes sí les entienden. Si quiere, puede usted mandar que enganchen 10 yuntas; pero, mientras griten a los bueyes en su lengua, no se moverán de sitio... Son unos bribones tremendos. Y, ¿qué puede hacer uno?...
Les gusta rebañar los cuartos a los viajeros. Nosotros mismos hemos acostumbrado mal a estos tunantes. Ya verá cómo todavía le piden para vodka. Yo los conozco muy bien. A mí no me engañan".
No obstante la evaluación negativa -hermana gemela de la de muchos rusos de hoy-, el veterano no alcanza a ocultar su asombro ante el arrojo y ánimo guerrero de los rebeldes:
"Son unos bandoleros duros de pelar. He visto a algunos en acción, y los hay que, acribillados a bayonetazos, todavía arremeten con su sable".
Obviamente, el baqueteado militar no se plantea las razones del heroísmo suicida de los murids del imam. Shamil. Y Lérmontov, tampoco. Los tiempos que corrían no favorecían esa clase de preguntas. Mas, para conocer el estado de ánimo del gran poeta será mejor dejar de lado su canción de cuna cosaca y la referencia tópica al "malvado checheno" y detenerse en la sobrecogedora maldición y conjuro a la madrastra patria: una composición que cautiva y avasalla al lector de ayer y de hoy sacudido por la violencia de Lérmontov contra la esclavitud de cuerpos y almas impuesta por la sempiterna tradición autoritaria rusa:
"Adiós a ti, del ruso sucia patria, Nación de encomenderos y de esclavos, Adiós a esas guerreras azuladas, Adiós al pueblo por ellas maniatado.ç
Quizá yo, tras el Cáucaso erguido, Esconderme podré de tus tiranos, De su ojo, que todo lo contempla, De su oído, que nada escucha en vano".
(Versión de Antonio Pérez-Ramos).
Los relatos y testimonios de los movilizados por una patria "sucia", publicados en la frágil y amenazada prensa independiente rusa, rebosan de idéntica amargura y saña. La terapéutica sufrida por el país tras el desplome de la URSS y su conversión a fuerza de alcaldadas y estratagemas matreras a los "valores democráticos y de economía de mercado" ha significado, en corto y por derecho, el hundimiento de todos los sueños, la confiscación del poder vacante por camarillas y taifas, hundimiento del nivel de vida por una inflación galopante, caída vertical de la producción, especulación sin trabas, estampas de dickensiana miseria, borrachos de extremidades amputadas por congelación, ancianos despojados de sus viviendas, gansterismo, behetría, rivalidad de mafias. Cuanto ha surgido tras las efimeras esperanzas de cambio y la reducción de las libertades públicas a las de un casino de juego de apparátchiki de siete vidas y falsos empresarios de la "escuela de Chicago" con inquietantes guardaespaldas que sí lo son, ha quebrantado la moral ciudadana y puesto a Rusia al borde del abismo. Muchos jóvenes apostrofan como Lérmontov a los esclavos y cortesanos del déspota y maldicen las guerreras del ejército y la policía, de distinto color mas de arbitrariedad idéntica. La Rusia del fin del milenio recuerda en muchos aspectos a la sometida en el pasado siglo a los encomenderos del ucase imperial. ¿Qué temible redentor o mesías aparecerá para salvarla?
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