Sonia: "Yo no falsifiqué recetas. Para eso hay que saber mucho"
La hija de la 'viuda negra' de L'Hospitalet esquivaba ayer a los medios informativos que asediaban el barrio
Niega que falsificara recetas: "Para eso hay que saber mucho". Niega tener nada que ver con el caso. La hija de Margarita Sánchez Gutiérrez, la viuda negra de L'Hospitalet (Barcelona), acusada de cuatro homicidios por envenenamiento y tres tentativas por el mismo método, esquivaba ayer a los medios informativos por las calles de su barrio, sin tutela alguna. La joven de 16 años, acusada ella misma de colaboración en los delitos imputados a su madre, se preguntaba, en una mezcla de excitación y pavor, qué debía declarar ante las cámaras que la perseguían. "Hablen con la abogado", era su respuesta más frecuente. Y acto seguido daba un número de teléfono para huir del acoso.Sonia vestía ayer tejanos oscuros, zapatillas chinas y camiseta de algodón azul moteada de blanco. El pelo recogido en una coleta, raya central tensa, un diente partido en diagonal en algún juego adolescente. Un corazón azul y una imagen de santa Gema -la patrona de la vista: su madre es bizca, y en el barrio algunos la han apodado la tuerta- colgaban de su cuello. "¿Qué tengo que decir?", se preguntaba, oteando el horizonte del barrio temiendo alguna cámara próxima.
La televisión era ayer la obsesión de esta niña que deambulaba sin rumbo conocido por las calles de L'Hospitalet, sin asistencia de ningún tipo. Su convulsa preocupación del momento era estrictamente mediática. "¡Qué agobio!", espetaba con voz entrecortada por la excitación. En la terraza de un bar del barrio bebía un agua mineral y leía con forzada atención un diario del día para ver qué se decía del caso. La acompañaba su hermano Javi, dos años menor que ella, espigado, pelirrojo, media melena, auténtico experto del barrio: saludaba a unos y otros con suficiencia adulta, pero era fácil deducir que las respuestas que obtenía eran más esquivas que las que le correspondían en días pasados, cuando el drama familiar que ahora vive no ocupaba aún las portadas de los periódicos.
A Sonia la dejaron libre el miércoles, tras una detención que duró siete horas. Policías vestidos de paisano la retuvieron en plena calle a la una del mediodía para llevársela a comisaría. De allí pasó al juzgado. Por la noche quedaba en libertad y volvía al barrio. Este hecho le daba ayer alas para decir: "Yo no tengo nada que ver. Por eso el juez me ha dejado volver a casa". No sabía dónde se encontraba su madre exactamente e inquiría con aire ingenuo si estaría bien atendida.
"¿Qué es homicidio?"
"¿Homicidio? ¿Qué quiere decir homicidio?", se preguntaba, mientras hojeaba un periódico. Su rostro no cambiaba visiblemente de expresión cuando se le aclaraba que quería decir asesinato. Acto seguido se dedicaba a encontrar gazapos en la información: "¿46 años mi madre? ¡Pero si sólo tiene 41!". Y con aire adulto añadía: "Yo ya entiendo que los periodistas se tienen que ganar la vida con esto, pero también ellos han de entender que nosotros lo estamos pasando muy mal". La repetida aclaración de que se hallaba ante un periodista, aunque no llevara una cámara a cuestas sino tan sólo un bolígrafo y un papel, no provocaba en la chica ningún efecto que destacar."¿Infarto inexplicable? ¿Por qué inexplicable?", volvía a la carga la joven, ante un titular que calificaba de este modo la muerte de su padre, sucedida en 1992 y atribuida ahora a envenenamiento por parte de su madre. De una carpeta azul extraía con aplomo el certificado de defunción del hombre: "Paro cardiorrespiratorio. Encefalopatía posanoxia cerebral". "Además, no fue el 26 de octubre cuando le ingresaron. El 26 de octubre murió. Le ingresaron en agosto", rectificaba sobre lo publicado.
"¿Saldremos en 'Se busca'?"
"¿Saldremos en el programa Se busca?", se preguntaban los dos chavales. La cadena de televisión que emite ese programa acababa de realizar una breve entrevista a la chica a pie de calle. No era probable que atendiera al día en que está programado ese espacio para lanzar al aire sus palabras. "El informativo es a las tres. Iremos a casa a verlo", decía Sonia."Yo no he dicho nada, he dicho que se pusieran en contacto con la abogado que lleva el asunto", añadía. "¿Tengo obligación de contestar a las preguntas?". Sonia escuchaba con rostro severo que una cosa es el interrogatorio del juez y otra, muy diferente, el de los periodistas, al que no estaba obligada a responder. Ella vivía ayer ambas situaciones indiscriminadamente, con idéntica excitación, sin que ninguna asistencia se hallara presente para aclararle la sustancial diferencia. Tampoco tenía claro si su rostro aparecería en los informativos. "Cuando salí del juzgado me taparon la cara. Creo que no pueden sacarme. Me han dicho que un periódico da la foto de boda de mis padres. No sé de dónde habrá salido. Los de la televisión me han pedido fotos de mi madre. Les he dicho que no tenía ninguna. ¡Claro que tengo, pero no quiero dársela!".
"Y eso de la viuda negra, ¿a qué viene?". Los chicos, lógicamente, no habían oído hablar nunca de Marie Besnard, la viuda francesa a la que acusaron de 13 asesinatos entre 1924 y 1941 y que finalmente fue absuelta tras un largo juicio. Pero sabían ya que su madre había pasado a ser conocida públicamente por ese sobre nombre. De ella decían simplemente que era una persona normal, con la que siempre habían mantenido una relación normal. Sonia no va a la escuela. Muy rápida, aclara que acabó 8º de EGB -la escolarización obligatoria- en un colegio del barrio. Luego hizo un curso de informática en una academia. Ayer añadía con convicción que el próximo año piensa seguir esos estudios. Su hermano Javi tampoco va al colegio.
Ayer, los dos menores tenían previsto comer en casa de una tía suya. Pero temían encontrarse con una concentración de cámaras ante la vivienda. "¿Cómo se enteran los periodistas de que son familiares nuestros?", preguntaban a este periodista. Hacia las dos de la tarde, hora de telediarios, unos niños alborozados llegaban a la terraza del bar con la buena nueva: "¡Ya se han ido, se han ido todos!". Y Sonia y Javi enfilaban confiadamente una calle cualquiera de L'Hospitalet, llamaban a un interfono y desaparecían escaleras arriba.
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