Gracias, Milhoud
Hasta hace bien poco pensaba que los héroes pertenecían al mundo de la imaginación, o en cualquier caso, al de la historia, al pasado; gente que de ningún modo podía tener cabida en el desarrollo cotidiano de nuestra vida. El joven que salva a la doncella de las garras del malvado: qué ideal para una novela, qué ridículo para la vida real. "¡No existe gente así!", pensaba yo. El otro día lloré viéndote en televisión; de pena por tu trage-
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día, de emoción por tu gesta. Por una vida mejor, que bien mereces, te embarcaste hacia Europa, donde ha habido recelo y desprecio hacia ti. Hace falta mucha gente como tú; a cambio de un ojo y una pierna tuyos he recuperado gran parte de mi fe en la humanidad. Nunca podré pagarte, Milhoud. Sólo espero que la vida sea generosa contigo, en Argelia, en España o donde quiera que vayas, porque ante ti las puertas se deben abrir solas, sin esperar a que llames.
Sé que jugabas al fútbol en tu tierra, quizá puedas ser entrenador; en mi corazón ya eres "campeón del mundo"-