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Mi amigo Termes

Oigo un rasgueo, no de guitarras, sino de vestiduras ante el mero anuncio de la próxima publicación del Libro blanco sobre el papel del Estado en la economía española, que dirige Rafael Termes. En espera de la impresión del tomo, no ha hecho Termes sino presentar ante la prensa en los locales de la CEOE el prefacio de esa obra colectiva, y ya le están poniendo como no digan dueñas.Es don Rafael un bicho raro en la comunidad pensante española (cada vez más numerosa, sobre todo en las ciencias, mal que les pese a quienes dicen que esto sólo lo arregla Maastricht): es católico fervoroso y radical defensor del libre mercado. La tradición intervencionista del catolicismo español se remonta al menos a la obra Sobre la justicia y el derecho (1553 y 1554) de Domingo de Soto, quien dijo que "sería mucho más prudente ( ... ) que la Autoridad por medio de la ley, siempre que ello fuese posible ( ... ) fijase el precio de todas las mercancías". En 1619 Sancho de Moncada propuso que la Inquisición castigara la exportación ilegal de capitales. En el último siglo, se ha divulgado una llamada "doctrina social de la Iglesia", que, para confusión de los fieles intenta mantenerse equidistante entre el socialismo y el liberalismo. El Papa Juan XXIII nos avisa a menudo de los peligros que entraña un mítico grifón llamado "liberalismo salvaje" pero hay otras personas de acendrada religión que creen que, si Dios ha concedido a los humanos la libertad de elegir, no es quién el príncipe para retirársela. Recuerdo haber oído a Lucas Beltrán, otro amigo del libre mercado, confesar que "moriría como católico penitente y liberal impenitente".

Entre los autores del Libro blanco se encuentran grandes amigos míos, católicos y agnósticos: no es al caso su religión, sino su amor a la libertad, en especial la libertad del individuo para contratar a su albedrío mientras no emplee la violencia, la coacción y el engaño. Me satisface además ver que este grupo de economistas inteligentes no se contenta con invocar los grandes principios del individualismo y la defensa de los débiles, que son la base del sistema capitalista, sino que se enfrenta con lo más peliagudo para todo aspirante a reformar la sociedad: lo que los juristas llaman "las disposiciones transitorias", es decir, cómo desarmar a quienes temen perder con el cambio. Nuestra izquierda conservadora busca callar a los inconformes plantándoles en la boca alguna etiqueta descalificadora, como la de "neo-liberales" o "thatcherianos". No es de recibo condenar el cuidadoso estudio dirigido por Termes, que casi alcanza las 800 páginas, sin atender a sus argumentos.

La descalificación se ha concentrado en algunas propuestas prácticas que, si se analizan, están llenas de sensatez. Para refórmar el mercado de trabajo, proponen los autores que la indemización por despido quede limitada a un máximo de 12 mensualidades y que se haga cuidando de paliar los posibles efectos de la mayor movilidad sobre los asalariados con menos ingresos. Tras notar que el Banco de España ha observado que el 80% de los desempleados elegibles para percibir el subsidio de paro encuentran trabajo en el mes inmediatamente anterior o posterior al vencimiento de tal subsidio, proponen que la ayuda no pase del 65% del sueldo o salario y no dure más que un año. En materia de pensiones, proponen una pensión mínima e igual para todos financiada con el impuesto general, completada por un segundo escalón de ahorro obligatorio cuyos capitales sean gestionados por compañías privadas: es el sistema suizo y británico y vale la pena discutirlo sosegadamente. La asistencia sanitaria, sugieren, debería privatizarse incluso si subsiste el derecho de todos a una atención suficiente; y la subvención a los medicamentos debería ser inversa a su valor terapeútico. Todo ello será discutible, pero no despreciable.

Lo más interesante del Libro blanco, sin embargo, es la negativa a aceptar que una reforma es "políticamente imposible" si resulta sensata y se ha probado con buenos efectos en otros países. Los autores definen los objetivos finales sin concesión alguna a la timidez. Luego abocetan una política de acercamiento gradual y abierta a los efectos inesperados. Y por fin buscan modificar la opinión pública para convencerla de que lo que más conviene a sus intereses es la ética de la libertad ¿Les tildarían ustedes de utópicos, autoritarios y antidemocráticos?

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