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Tribuna
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El Rif checheno

Recién presentado en Madrid su último libro, Annual 1921, el desastre de España en el Rif, Manu Leguineche ha emprendido viaje a Moscú, para cubrir las elecciones rusas. No sé si Leguineche tiene previsto acercarse a Chechenia, pero si lo hace se encontrará en esa república caucásica con una guerra que, salvando todas las distancias, tiene semejanzas con la larga y sangrienta expedición colonial española de los años veinte en el norte de Marruecos.El pasado 3 de junio, Pilar Bonet publicó en este. periódico un escalofriante botón de muestra. Contó Bonet desde Moscú que soldados de una unidad de reconocimiento del Ejercito ruso habían exhibido en un popular programa de la televisión estatal las orejas cortadas a los independentistas chechenos. Los soldados se justificaron asegurando que habían visto a camaradas suyos "crucificados" por los chechenos, y añadieron: "No nos iremos (de Chechenia) hasta que hayamos matado a todos. Hay que aniquilarlos. Son fieras". Alexandr Nevzórov, el presentador, informó a los telespectadores: "Yo les puedo decir con certeza que es difíciI encontrar un soldado de reconocimiento que no tenga en el bolsillo una oreja chechena".

Cortarles las orejas -y las cabezas- a los moros de Abdelkrim, que habían humillado al Ejército español en Annual y se habían cebado en sus soldados caídos, fue práctica corriente de los legionarios dirigidos por Franco en la guerra del Rif. Que aquellos musulmanes defendieran sus tierras con tanta eficacia y tanta saña frente a la civilizadora penetración española, les parecía a nuestros militares africanistas la prueba suprema de que no eran seres humanos, sino bestiales. Todo valía para doblegarlos.

Juan Goytisolo acaba de regresar de Chechenia, donde ha pasado unas semanas documentándose para una serie de reportajes. El miércoles me adelantó, espantado, sus impresiones: el centro de Grozni está devastado como Dresde en 1945; los soldados rusos han. efectuado a lo largo y ancho de toda Chechenia cientos, miles de ejecuciones sumarias, y han enterrado a sus víctimas en fosas comunes; es vox populi que exhiben como trofeos de guerra las orejas cortadas a los chechenos... El paralelismo con la campaña española en el Rif también puede encontrarse en el estado material y anímico del Ejército ruso: los oficiales actúan descoordinados entre sí y ajenos a lo que diga Moscú; los soldados estan tan mal abastecidos y tan desmoralizados que, a cambio de una botella de vodka, franquean a los periodistas el paso a las posiciones chechenas...

Estamos, pues, ante una guerra colonial. Tras el hundimiento del imperio soviético, Borís Yeltsin decidió salvar, al menos, el ruso, y éste no puede perder las posiciones conquistadas por las tropas zaristas en el Cáucaso, su limes frente a turcos y persas, su vía de acceso a Oriente Próximo. El problema estriba en que, como intuyó lúcidamente Ryszard Kapuscinski en sus viajes por el Cáucaso de 1989 (recogidos en su libro El Imperio), los Pueblos conquistados y anexionados por Rusia tradujeron enseguida por independencia las primeras declaraciones a favor de la democracia que se escucharon en Moscú, la Tercera Roma. "Las minorías étnicas que habitan el imperio aprovecharán la más leve brisa de democracia para separarse, para. independizarse, para autogobernarse", escribió Kapuscinski, adelantándose a los acontecimientos.

El incendio estalló en Chechenia en diciembre de 1994 y desde entonces se ha cobrado unas 30.000 vidas. Ahora bien, excepto a los propios chechenos y a los soldados rusos y sus familias, ¿a quién le importa lo que ocurre en esa república? ¿No forma parte del indiscutible patio trasero de Rusia? ¡Pues que se encargue Borís de poner orden! Salvo que los rusos sufran un Annual, lo cual es muy improbable, Yeltsin -o su sucesor en el Kremlin- seguirá teniendo las manos libres en Chechenia.

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