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El mundo de los 'chelnoks'

Muchos rusos quieren creer que el posible final de las hostilidades en el Cáucaso liberaría a su país de una carga insoportable de gastos militares y contribuiría a la curación de su economía. Los únicos escépticos son los economistas, prácticamente de todos los. campos, que lamentan en primer lugar la pérdida de control del mercado interior ruso por parte de los productores nacionales. Todos los días me hablaban de ello en Moscú y, además, el problema de la "reconquista del mercado interior" figura en los programas de todos los candidatos a la presidencia, incluido el de Borís Yeltsin.¿Qué es lo que está pasando? En la época soviética, el Gosplan (comité estatal de planificación) favoreció durante décadas la industria pesada en detrimento de la de bienes de consumo, lo que llevó a la penuria y las colas en las tiendas. Para acabar con aquello, el nuevo poder democrático abrió ampliamente las fronteras a los productos extranjeros. Sin embargo, no hizo nada por modernizar la industria ligera rusa y darle una oportunidad de recuperar sus posiciones en su propio mercado. Las estadísticas sobre la caída de la producción en ese sector son aterradoras: la producción textil, por ejemplo, ha bajado 4,3 veces; la del calzado, 7 veces; la de prendas de lana, entre 6 y 7 veces; la de televisores, 4,5 veces... Y podría seguirse con la lista. La agricultura, también privada de inversiones, sobrevive por inercia, pero todos sus indicadores están en baja y sin perspectiva de mejorar. Una parte de la oposición sostiene que la culpa es de una privatización parasitaria que ha permitido el enriquecimiento escandaloso de una minoría ligada a la mafia, sin liberar fondos para inversiones ni para el presupuesto del Estado. Los comunistas, por su parte, señalan acusadoramente a los occidentales, que según ellos han practicado la competencia desleal, con precios excesivamente bajos para colonizar el mercado ruso y utilizarlo para colar productos de calidad dudosa. En ese último punto, Borís Yeltsin parece darles la razón al afirmar, por ejemplo, que los tomates importados de Alemania saben a hierba y son a duras penas comestibles.

Pero el mercado no sólo está saturado por productos importados legalmente y sometidos a los derechos de aduana.- Privados de golpe de sus ahorros por la inflación de 1992, y con unos salarios pagados con cuentagotas, los rusos han buscado una salida en la economía en la sombra vendiendo y revendiendo cualquier cosa. Por lo demás, el Gobierno les incitaba a dedicarse al comercio para que los que se enriquecieran fundasen nuevas empresas. De ahí nació una nueva figura social: el chelnok, literalmente, la lanzadera de un telar, que va y viene continuamente. "Actualmente tenemos entre seis millones y diez millones de chelnoks que recorren el mundo buscando bienes de consumo baratos, que venden posteriormente sin pagar el menor derecho de aduana", me explica Serguéi Panfilov, del Instituto de Realizaciones Económicas Internacionales. Ni él ni los investigadores de otros institutos son capaces de evaluar el volumen exacto de ese comercio, que se calcula entre los 30.000 millones y los 60.000 millones de dólares. Por otra parte, Grigori YavIinski cree que toda la economía "no es sino un mercado negro legalizado y generalizado". Efectivamente, lo que sorprende en el panorama de las ciudades rusas es la omnipresencia y envergadura del comercio callejero. Incluso en los subterráneos que llevan a la plaza Roja y al Kremlin, los vendedores ambulantes venden cigarrillos, ropa y cerveza, todo de: origen extranjero. ¡He visto a algunos ofrecer caviar iraní rebajado! Pero Serguéi Panfilov barre mi observación con un gesto de la mano. "Sólo ha visto usted la punta de un enorme iceberg que afecta muy gravemente al desarrollo -o más bien al declive- económico de Rusia".

Me explica que la fuerza de choque de los chelnoks se compone de los que van a buscar las mercancías a China, a Chipre o a Turquía, aunque algunos también tienen redes de suministro en Italia, Francia y otros países ricos. "Todos esos chelnoks trabajan como animales: es muy duro y también muy peligroso. Corren el riesgo de que los saqueen en los trenes -el año pasado hubo más de 40.000 pillajes en los ferrocarriles- o más todavía en las carreteras. Después venden sus mercancías en mercados mayoristas, aunque nunca obtienen suficientes beneficios al estar sometidos al impuesto de la mafia". Se trata de una extorsión prácticamente legalizada, puesto que funciona a plena luz del día sin que la milicia intervenga. Para no acabar con la gallina de los huevos de oro, los extorsionadores aplican unas tarifas justas, conocidas de antemano y, por así decirlo, aceptadas. La segunda categoría de los chelnoks se compone de los que viajan entre una ciudad y otra, y saben cuál es la mejor aprovisionada o la más prometedora. Por último, están los que, dentro de una ciudad, buscan productos de poca monta en el mercado mayorista y los venden en su barrio o junto a las murallas del Kremlin. Para enseñarme cómo funciona ese mecanismo ya establecido, Serguéi me ofrece una visita turística al mercado de Konino, en las afueras de Moscú, junto a la carretera de Kaluga. Deberíamos haber ido muy temprano, pero el coche de Serguéi renquea bastante y no llegamos hasta las nueve, después del periodo de más actividad. El aparcamiento cuesta 10.000 rublos, aunque sólo sea para una o dos horas. El sitio está limpio, bien cuidado, con edificios de madera decorados al estilo ruso, pero también quioscos más pequeños donde se venden, sobre todo, cigarrillos. Primera observación: un cartón de Camel (con 10 paquetes) cuesta aquí 27.000 rublos, mientras que en la ciudad se vende un paquete por 4.600 rublos. Serguéi no sabe explicarme las razones de esa diferencia de precio, y se limita a señalarme que un moscovita dotado de una cierta paciencia puede ganar 19.000 rublos diarios revendiendo en la calle un solo Cartón: "Ningún profesor de la MGU (Universidad Estatal de Moscú) gana tanto en un día", concluye.

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Después buscamos a un tal Borís Pavlovích, doctor en ciencias económicas, que tiene un puesto en el edificio central con trajes made in Italy. Es un cuarentón con bigote, grande y robusto, un amigo de toda la vida de Serguéi, y nos confiesa enseguida que ni él ni su socio han ido nunca a Italia. Los trajes vienen de China, pero según él no hay engaño con la mercancía: "Los chinos tienen manos de artista, saben hacer todo, especialmente trajes de estilo italiano". Los venden por 900.000 rublos, mientras que en las tiendas de lujo de la ciudad cuestan prácticamente el doble. Y si un cliente de provincias adquiere un lote importante, tiene un descuento del 10% al 15%. En un momento dado llega precisamente una pareja de provincias procedente de Naberezhiniye Chelni, una ciudad industrial en el Volga conocida por su fábrica de camiones Karmaz. Han pasado 31 horas en el tren para venir a Moscú y, al llegar, han hecho cola durante Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior hora y media para comprar el billete de vuelta (en el lugar de partida no se venden). Los dos son jóvenes todavía; el hombre es encargado en la fábrica de camiones, y su mujer es profesora, pero con sus dos salarios no podrían sobrevivir. Se toman tres días de vacaciones sin sueldo para esta agotadora expedición y después dedican su tiempo libre a vender trajes en el mercado local. "Así no se puede vivir", dice el hombre, que no tiene vocación de chelnok, y me anuncia espontáneamente que votará a Ziugánov. Su mujer todavía está indecisa, pero la campaña anticomunista de Yeltsin la incita a seguir el ejemplo de su marido. Ese chantaje con la vuelta al pasado me resulta francamente insoportable, porque en aquel entonces yo vivía de mi sueldo y no estaba obligada a acarrear maletas de un extremo del país a otro". Para enfriar la atmósfera, Borís PavIovich, que no se mete en política, nos invita a tomar el té en la terracita del café instalado en medio del tropel, como en un zoco turco. Mi amigo Serguéi, siempre, dado a las bromas, plantea un pequeño cálculo: "Comprando un traje a Borís por 900.000 rublos y, revendiéndolo a menos precio que en, las tiendas, por 1,6 millones de rublos, por ejemplo, ganaría 700.000 rublos; es decir, dos meses de mi sueldo de doctor en ciencias económicas. Tal como están las cosas, toda la población activa -70 millones de rusos- acabará estando implicada en la actividad de los chelnoks".

No es cosa de risa. Un estudio de la Fundación Reforma, firmado por Stanislas Shatalin, miembro de la Academia de Ciencias, afirma que, si no se cambia radicalmente de política, el declive económico de Rusia se hará irreversible. El producto nacional del país ha descendido a la mitad. La renta media per cápita en 1995 fue sólo de 4.085 dólares, lo que representa menos del 14% del nivel estadounidense. "En ese sentido, nuestros indicadores nos colocan muy cerca de Paraguay, Marruecos o Guatemala, y por debajo de Túnez, Argelia, Irán o Panamá", puede leerse en el informe de Shatalin, basado en datos oficiales. Las remuneraciones de los asalariados en Rusia (incluso teniendo en cuenta los beneficios sociales que aún les quedan) representan apenas el 10% del nivel estadounidense, que tampoco es el más elevado de los países industrializados. Aun teniendo en consideración la bajada del producto nacional, se puede afirmar que los trabajadores rusos sólo ganan el 40% de lo que debieran. Todo eso explica el descenso del consumo, la reducción del volumen del mercado interior, el desarrollo del trueque y el hecho de que un tercio de la población obtenga sus suministros fuera de los canales normales. "La mayoría de los productos importados de Occidente se podría haber producido en Rusia o, en el peor de los casos, haberse importado de las ex repúblicas soviéticas. ( ... ) El país no puede vivir vendiendo hidrocarburos e importando todo lo demás": el veredicto es inapelable.

Ningún candidato a la presidencia lo discute, ni siquiera Borís Yeltsin, a pesar de que éste debería defender el balance de sus cinco años de gestión en el poder. Pero en los programas de los aspirantes a la presidencia busca uno en vano los remedios necesarios para reactivar la producción con el fin de reconquistar el mercado nacional. Se reconoce que el fenómeno de los chelnoks representa una anomalía peligrosa y priva al Estado de los ingresos de una parte muy grande del comercio minorista.

El viceprimer ministro para Asuntos Económicos, Vladímir Kadannikov, propuso la semana pasada instaurar un impuesto de cinco dólares para los chelnoks que traigan del extranjero más de 50 kilos de equipaje. Al día siguiente, Borís Yeltsin le desautorizó y afirmó que no permitiría que se tocara a esa gente. Y, desde su punto de vista, hace bien: mientras las rentas rusas sigan siendo tan anómalamente bajas, este comercio paralelo constituye un amortiguador social que impide el estallido del hambre y la rebelión. Habría que atacar el problema desde otro lado, aumentando radicalmente todos los salarios, pensiones, becas y prestaciones sociales. Pero el Fondo Monetario Internacional, muy exigente, no lo permitirá nunca, igual que no aceptará que Rusia cierre sus fronteras a las importaciones de Occidente. Eso significa que el margen de maniobra del futuro presidente se mirá siendo muy estrecho, sea quien sea el vencedor en las elecciones del 16 de junio.

K. S. Karol es experto francés en cuestones del Este de Europa.

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