Valverde
José María Valverde solía leer esta columna y la escribo con la ilusión de que la lea Pilar y de que yo acierte en un tono nada necrológico, al contrario, beligerante, dentro de la teoría y práctica del uso político de la palabra. En la miserable y represiva universidad franquista de los años cincuenta y sesenta, que hace buena la más masificada de las masificadas universidades españolas actuales, Valverde fue algo más que un excelente profesor de Filosofía o de Estética: fue el constante cómplice del contado grupo de alumnos y profesores combatientes por la reconstrucción de la razón democrática. En la sociedad católica que se recuperaba del cainismo de la guerra civil, Valverde fue un agitador incansable desde su ejemplo de cristianismo dispuesto a construir una esperanza terrenal mediante la lucha social y cultural contra la dictadura y sus oligarquías corresponsables. En la sociedad literaria que trataba de autoconstruirse por encima de los dogmas oficiales y de los otros, su ejemplo como poeta y como descodificador de lenguajes ayudó a reunir el reino de la necesidad con el de la libertad.Hombre y obra para futuros y necesarios trabajos, de momento, ante el evidente retorno de una religiosidad oficialista, superestructural, de élite para élites, se me ocurre glosar una de las aportaciones prometeicas de José María Valverde, equiparable y coincidente con la de Alfonso Carlos Comín. Quitaron el cristianismo a la Iglesia de la Cruzada cainita y al Opus Dei de los Consejos de Ministros franquistas fusiladores, para dárselo a los hombres como una teoría y práctica de la emancipación, como una teología de la liberación. Gracias a Valverde y otros como él es posible que la Iglesia católica se salve en el juicio final de la historia.
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