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Luces y sombras de la ciudad

El infierno es la ciudad, titulaba The Economist en 1993. Pero dos años más tarde cambiaba el mensaje con otra portada: Las luces vuelven a la ciudad. La ciudad, a partir de algunos ejemplos como Barcelona, aparecía como la constructora de un futuro radiante. Parece ser que sobre la ciudad sólo vale el blanco o el negro. También EL PAÍS ha reiterado titulares de editoriales y artículos como El infierno urbano, La ciudad enferma de muerte, La ciudad dura o Ciudades asesinas. Lo cual no es obstáculo para que luego se comparen las maravillas de Madrid y Barcelona, se exalte la capacidad de innovación tecnológica y cultural de las grandes ciudades del mundo, se multipliquen las clasificaciones o simplemente se trivialice para todas las ciudades aquello de "París era una fiesta".Ahora la ONU organiza otra conferencia mundial: La cumbre de las ciudades o Hábitat II (Estambul, junio de 1996). Jefes de Estado y de Gobierno, ministros y alcaldes, dirigentes de ONG y profesionales, empresas de la construcción y organismos internacionales de todo tipo celebran una conferencia que reúne a varios miles de personas, a las que hay que acreditar como altamente cualificadas.

La conferencia intergubernamental y los múltiples foros se supone que están haciendo un balance de los problemas y de las respuestas de un mundo que tiende a la urbanización generalizada. Ya se sabe que las Naciones Unidas, cuya debilidad política no le permite regular una globalización desequilibrada en tre el funcionamiento mundial de un sistema económico (financiero especialmente) e informacional y la fragmentación social y cultural, organiza grandes conferencias. Río 92 (Medio Ambiente), Viena 93 (Derechos Humanos), El Cairo 94 (Población), Copenhague 95 (Cumbre Social) y Pekín 95 (Mujer) han sido importantes momentos mediáticos, frustrantes en cuanto a resultados políticos operativos, pero de indudables impactos culturales. Aunque también es cierto que de Río para acá han ido de más a menos.

La conferencia de las ciudades no será probablemente un acontecimiento tan espectacular como el de Río. Pero puede resultar incluso de mayores efectos prácticos. No es seguro de que así sea. El planteamiento de la conferencia, es confuso: ¿viviendas, ciudades o urbanización? Se corre el riesgo de un falso debate sobre el derecho de vivienda (ya aprobado en Vancouver, Hábitat I, en 1976), puesto que muchos gobiernos se empeñarán en suprimirlo, para no sentirse obligados, y las ONG harán de su proclamación y concreción un casus belli. Aunque en realidad a escala mundial la mitad de la población no recibe su casa del mercado ni de la Administración, sino del trabajo con sus manos. Y mejor sería proclamar el derecho de la gente a vivir donde se ha instalado y a recibir ayuda pública para mejorar vivienda y entornos y servicios.

El derecho que, nos parece, corresponde a este momento histórico es el derecho a la ciudad. No porque la ciudad esté en todas partes, sino porque precisamente ciudad no es igual a urbanización. La dualidad del discurso sobre la ciudad se explica, en parte al menos, por la dicotomía urbanización-ciudad. La globalización acelera los procesos de "ciudad difusa" o urbanización fragmentada, mezclas de zonings y guetos, lugares pobres y centralidades excluyentes. La ciudad, caracterizada por la densidad de relaciones sociales, la diversidad de funciones y poblaciones y la capacidad de autogobierno, es el contrapunto deseable a la urbanización.

Si la Conferencia de Estambul se convierte en un coro de lamentos sobre los males de la urbanización, sólo podemos esperar que los problemas nos apabullen y que la proximidad Norte-Sur derive a la constatación que el Tercer Mundo lo tenemos en casa. Pero si se coloca en el centro de las respuestas la construcción de ciudad y el derecho a la ciudadanía entonces los países europeos pueden convertirse en el referente principal. Por dos razones primordiales. Primero, porque Europa es el continente por excelencia de las ciudades. Y segundo, porque los países europeos han sido más capaces de implementar políticas integrales de ciudad y no únicamente actuaciones sectoriales o aisladas. La experiencia reciente española (que en el ámbito gubernamental se ha expresado por medio de las actuaciones concertadas) tiene una validez relativamente generalizable.

El éxito de la conferencia de Hábitat dependerá no sólo de lo que se debata y apruebe, sino de lo que venga luego, el follow-up, vaya. La gestión de las ciudades es hoy algo que contiene aspectos tan complejos y novedosos que el progreso sólo puede darse si se multiplican los intercambios y la cooperación. Por ello parece lógico plantearse una reestructuración de Hábitat como agencia de las Naciones Unidas, regionalizada por grandes áreas mundiales, que ofrezca una base de datos sobre políticas urbanas y de "best practices" permanentemente actualizados. España en este caso puede desempañar un doble papel, en Europa y en la relación con América Latina.

La agencia de Naciones Unidas para las ciudades lógicamente debería contar con la presencia de las autoridades locales y de una representación de la sociedad civil, y no ser simplemente un organismo intergubernamental como ahora (hay ya el precedente de la OIT). Es una propuesta francesa que esperamos que cuente con el apoyo de los otros países de la Unión Europea, España incluida. Construir sistemas de regulación a nivel mundial compete a los gobiernos nacionales, pero no solamente a ellos. En un mundo urbanizado sería absurdo no contar con las ciudades.

Jordi Borja es urbanista.

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