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El Rastro

"El Rastro es la academia del despojo social", escribió don Benito Pérez Galdós. Baroja contaba que allí se vendía todo lo imaginable. Y Ramón Gómez de la Serna le dedicó lo que algunos consideran su mejor libro.Después del Museo del Prado, el Rastro es lo más conocido, internacionalmente, de Madrid. En su Travesía, Francisco Umbral dice que siempre ha visto a Madrid "entre el Prado y el Rastro". Esta ciudad, escribe, no tiene otras opciones. "U organizarse en Museo del Prado o desorganizarse en Rastro...".

Éstos son los dos lugares que, en Madrid, hay que volver a ver, una y otra vez. Son los dos ámbitos que explican, combinándose, todo su ser. El Prado va mostrando sus incalculables, ocultos tesoros y anuncia su ampliación. El Rastro cambia día a día. Ya no es estrictamente un mercado de viejo. Proliferan los puestos y tiendas de género nuevo. Los vendedores ya no son lo que antes se llamaba "tipos populares" de Madrid, al estilo de aquel Tío Carcoma que sólo almorzaba pan y cebolla y llegó a reunir un capital vendiendo trastos viejos.

Ya no se encuentran las gangas de otro tiempo: un mortero de metal que resultó ser de platino; un muñeco que tenía en el serrín del relleno monedas de oro que alguien ocultó; el lienzo que, detrás de una mala pintura, guardaba un greco (si bien alguien vendió, no hace mucho, una cajita que contenía unas supuestas reliquias de santa María de la Cabeza.

Pero el Rastro sigue ofreciendo, en las mañanas de domingo, un fascinante panorama urbano, un abigarrado paisaje que, ha suscitado, desde Lope de Vega, Quevedo o don Ramón de la Cruz hasta los escritores de hoy, mucha y buena literatura. Ir al Rastro sigue interesando a madrileños y visitantes y prueba de ello es que se publican nuevas guías, la última de ellas, la de María Isabel Gea Ortigas, muy puesta al día y llena de datos acerca de su historia.

Ir al Rastro los domingos no ha dejado de ser una costumbre, una de las costumbres más fielmente, más ritualmente mantenidas de Madrid.

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