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Sabiduría y política

¿Cuánto tiempo y errores evitaríamos si supiéramos aprender de los que nos precedieron y, a fuerza de experiencia, plasmaron la sabiduría de la vida?Por eso voy a espigar y escoger aquello que mejor puede servir a esa política que queremos en el futuro; y que, a veces, desconfiamos de alcanzar, después de tantas ilusiones fallidas. Pero hemos de hacer un esfuerzo por recuperar la confianza, y esperar que los que rijan nuestros destinos -en el Gobierno y en su apoyo al mismo o en la oposición- sepan tenerlo en cuenta.

Ya no es suficiente, ante los graves problemas de nuestro país, gobernarlo sin pactos y sin cooperación de todos en la mayúscula tarea que nos espera, teniendo además en cuenta el futuro europeo que nos presiona, para entrar en él razonablemente, y hacerlo bien y no quedamos como esclavos de una cola poco alentadora.

Aprendamos a meditar, los de arriba y los de abajo, como acostumbraban los antiguos sabios gobernantes de aquella China o aquella India que tuvieron a un Confucio y a un Asoka, y que se basaron para gobernar en una buena filosofía de la vida. Pero no por medio de una meditación lucubrante e ingeniosa, sino contemplativa de la realidad, para aprender de ella y no inventarnos lo que ya está inventado.

Hay que "saber lo que uno sabe y lo que no sabe", decía un pensador y gobernante chino. Porque nuestra desgracia es que no nos damos cuenta de lo mucho que no sabemos. Otro gran sabio de aquel Oriente lejano, Tsé-Mieu, lo expresó así: "Lo que el hombre sabe es nada en comparación de lo que no sabe". Al final es verdad que "no sabemos ni una cienmillonésíma de nada", de acuerdo con la experiencia del más prolífico inventor de cosas prácticas y renovadoras, el paciente y constante Edison.

Es cierto que estos grandes hombres de la humanidad, que supieron contribuir a hacerla más humana, fueron excelentes contempladores de la realidad, se acostumbraron a ver lo que la generalidad no veía; y usaron de su experiencia sabiendo que "los hombres son sabios no en proporción a su experiencia, sino a su capacidad para aprender de ella", según decía el paradójico Bemard Shaw. Y esa sabiduría es la que nos da la previsión inteligente de lo que puede sucedernos como resultado de nuestros actos políticos. Y, en escoger y aprender de los otros, no debemos pararnos en las personas, porque "no mires quién lo dice, sino lo que dice", del sabio y desengañado Kempis.

Es nuestra razón la que nos ayudará a escoger; pero la razón, no nos engañemos, depende del corazón. Lo dice el desengañado Pascal: "Todos nuestros razonamientos se reducen a ceder al sentimiento". Y a la imaginación, porque "no nos domina la lógica, sino la imaginación" (Carlyle).

El sentimiento es algo importante en el Gobierno, porque hay muchas cosas atendibles en política que obedecen más al sentimiento legítimo de los grupos, regiones y naciones, que a otra cosa,, Hay una nación nacional, valga la redundancia, compuesta de otras más pequeñas para las que es preciso que aquélla tenga en cuenta lo que señala el historiador británico J. A. Frotide: "Una nación para la que el sentimiento no representa nada está en camino de cesar p9r completo de ser una nación". Esos son los criterios que deben gobernamos, "los que provienen de un noble, profundo y desprendido corazón".

La lástima de la experiencia es que no la tenemos en cuenta nada más que cuando es demasiado tarde (J. P. Richter).

Muchas veces he repetido algo muy olvidado hoy entre nosotros: que nuestros problemas no son las leyes las que los arreglarán, sino una acción política inteligente y razonable y un rearme moral del país. Lo demás es inútil y hasta contraproducente. Ya Tácito, con su gran experiencia política, decía: "Cuanto más corrompido se encuentra el Estado, más leyes hay". Y es que las leyes, recordaba F. Bacon, son como las telas de araña, que sólo quedan prendidas en ellas las moscas ingenuas, que son los ciudadanos corrientes; pero los poderosos moscardones fácilmente las rompen. Por eso "toda reforma, excepto la moral, resulta ineficaz" (Carlyle). Incluso una interpretación demasiado legalista y literal de las leyes resulta injusta, porque desde la época de Tito Livio deberíamos saber que "es el uso, la costumbre, lo que corrige las leyes", y su mejor intérprete. Y además, "¿para qué sirven las leyes sin la costumbre?"; porque "la costumbre es más segura que la ley", observaba Eurípides. Además, la ley debe ser concisa para que los inexpertos puedan recordarla fácilmente, como pedía Séneca. Y las que existan deben "expresar la aspiración general, ser útiles para todos y responder al latido del corazón del pueblo" (Mazzini).

El pueblo tiene que aprender a ser responsable, porque "tu poder es grande; pero eres fácil de seducir, ya que te gusta ser adulado y engañado", proclamaba Aristófanes en Los caballeros. Sin embargo, también es sensible al ideal; y, si se fomenta en él la inteligencia y el sentido de responsabilidad, la multitud se estremece (Víctor Hugo). Lo malo es que la política tenga que ser el arte de engañarlo (D'Alambert). Lo peligroso del gobernante es además que finja ignorar lo que se sabe y fingir saber lo que ignora, o incluso fingir no oír lo que se escucha y pasar por aparecer como un personaje por cualquier medio a su alcance; y querer justificar los medios inaceptables que usa con el aliciente de los fines que se quieren alcanzar, criticaba Beaumarchais en Las bodas de Fígaro.

Los antiguos maestros taoístas de Huainan señalaban que "la tarea fundamental del Gobierno es conseguir seguridad para el pueblo; la seguridad se consigue satisfaciendo sus necesidades, y para ello es preciso minimizar los gastos y exigencias del Gobierno, moderando sus deseos, volviendo éste a lo que es esencial, eliminando la carga de las imposiciones; y así habrá apertura y ecuanimidad, llegando de este modo al Tao".

Los males que padecemos tienen una clave: que algunos gobernantes no han dado ejemplo; y "y la gente imita lo que hacen, no lo que dicen". Al final señalan ellos que, cuando se da ejemplo, las leyes resultan liberales, no hay apenas nadie en las cárceles y todos tienen lo mismo y son gente fiel. De lo contrario, la gente lucha en competencia inhumana, y triunfan los pícaros. Y, en ese caso, "todos los vicios que están de moda, pasan como si fueran virtudes", según observa con acierto Molière en su Don Juan. Por eso no hay que caer en la ingenuidad de creer lo que dicen los líderes, sino ver lo que hacen, siguiendo el consejo de Confucio.

Y mucho cuidado con el Parlamento, pues el nuestro ha sido lo que dice el popular refrán: "Parlamento, charlamento, porque cuanto allí se habla se lo lleva el viento".

Las máximas de Maquiavelo de poco sirven, porque él mismo "vivió pobre y despreciado, y murió desdichado y aborrecido", como recuerda el inteligente observador que fue el padre Feijoo.

Y la solidaridad es necesaria, porque "no puede llover en la casa del vecino sin que se mojen mis pies". Es el necesario "altruismo recíproco" del sociobiólogo Wilson. Un altruismo que a la larga trae cuenta.

Y, ante los problemas que no podemos resolver, adoptemos el consejo del filósofo Spinoza: "Si queréis que la vida os sonría, tened primero buen humor". Con él conseguiremos más que con nuestra falta de humor.

E. Miret Magdalena es teólogo seglar

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