La izquierda en el crisol
En uno de los momentos más brillantes de El pasado de la ilusión, François Furet analiza las actitudes de los intelectuales que fueron incapaces de denunciar la barbarie del estalinismo por considerar que éste respondía al "destino inevitable" de la historia y que asumir una posición crítica equivalía a alinearse con las fuerzas regresivas. Eran las suyas, afirma Furet, "racionalizaciones amnésicas" y "juicios borreguiles" que, añadiríamos, acabaron convirtiéndose en señas de identidad de todo progresismo maniqueo. Una posición en definitiva conformista e incapaz de entender que si algo ha legitimado la acción de la izquierda des de hace más de un siglo ha sido el espíritu crítico: del Marx que rechazaba ser "rnarxista" frente al socialismo científico acuñado por su yerno Lafargue, al vuelo de águila de Rosa Luxemburgo sobre la caja de Pandora que encerraban las fórmulas de poder leninista, a la crítica de Kautsky contra el terror bolchevique, y a tantos ejemplos más recientes (Marcuse, Claudín, Thompson). El inundo de la izquierda no puede ser el de las adhesiones inquebrantables a causas dudosas, por mucho que éstas ocupen posiciones claves del espectro político y que la derecha sea una realidad bien tangible. Conviene recordarlo cuando entre nosotros la tradición dualista del marxismo-leninismo de los sesenta, vigorosa aún en organizaciones y líderes de opinión, bien en sus viejos odres, bien pasada a otros nuevos, pretendería mantenernos en el redil del citado progresismo maniqueo.Porque desde la "racionalización amnésica" todo resulta muy fácil. En la circunstancia actual, habría dos fórmulas para recuperar el poder: concentrar todos los votos en el flanco útil, el PSOE, o conjugar los esfuerzos dentro de una estrategia de unión de izquierda. De hundirse el PP en una mala gestión, tendríamos de nuevo en el poder a Felipe González y a su PSOE. Pero es dudoso que eso pudiera considerarse como victoria de la izquierda.
La cuestión de fondo no es de siglas ni de programas. Aunque esté bien atender mediante acuerdos a una superación de la espectacular pérdida de poder municipal y regional de PSOE e IU, contraria al voto del electorado, o coordinar actuaciones parlamentarias. Pero lo esencial es entrar en una revisión a fondo de estrategias, cada, uno en su terreno. En el caso de IU, haciendo trizas de una vez ese muro que es la concepción anguitiana de la alternativa, ahora aplicada a cavar un nuevo foso con la cruzada anti-Maastricht. En el del PSOE, abordando una autocrítica de todo lo que no fue ni izquierda ni modernización en la práctica- política de los últimos trece años. En la política económica, partiendo de que hubo aspectos válidos, de gestión eficaz favorecida por la integración en Europa, pero también despilfarro, neutralidad ante unos poderes económicos combatidos sólo cuando ya habían edificado sus bastiones de corrupción, y una actuación en la reforma del mercado de trabajo que acabó situando a los sindicatos en la posición de enemigos a abatir, con su voz sofocada y deformada por los medios publicos. Peor aún, la integración de partido y Estado, de un lado, y la aceptación de un legado de procedimientos delictivos de otro, llevaron a la proliferación de núcleos de! corrupción económica y de actos de violación del Estado de derecho. Con el envilecimiento consiguiente de las formas de hacer política, regidas por un maquiavelismo descarnado en la afirmación del propio poder -a escala organizativa e individual-, cuyo último emblema fue la propaganda de destrucción ensayada con éxito en la reciente campaña. Alguien dijo que el primer deber de la izquierda consistía en la profundización de la democracia. Desgraciadamente, tras el Gobierno largo del PSOE, sigue siendo una asignatura pendiente, y ello no puede ser olvidado al plantear hoy la necesaria unidad de acción ante la derecha.
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