El subtexto
El subtexto recorre sigilosamente la actualidad política de España. El subtexto, en Retórica, es aquello que actúa en el texto sin mostrarse. Su sentido es diáfano, pero está escrito con tinta simpática y jamás se escucha su voz. Es la caja B del pensamiento, si se quiere: una doble contabilidad muy útil en lo literario, provincia donde no sobran los estafadores y donde el subtexto permite salir, grácilmente, de situaciones comprometidas. Uno se topa con el genio creador en la calle y le increpa: "¡Oye, que me has llamado sinvergüenza en tu novela. ¡Quiá!", regatea el genio: "En el subtexto digo que eres un trozo de pan". Pero es en lo político donde el dispositivo alcanza cotas de perfección. Un subtexto hizo fortuna en nuestra historia reciente: "OTAN, de entrada, no", decía sin decir en sí. Ahora, a pocos días de la formación del nuevo Gobierno, el subtexto es el rey. Un crujido de codazos se escucha en las depuradas sobremesas de Madrid. Todo el mundo parece saber ya que si nacionalistas españoles, catalanes y vascos llegaron al acuerdo fue por la obligada rima del subtexto. Ellos mismos son los primeros en decirlo, cuando se alude a sus convicciones olvidadas. Ceñudos, muy serios, ensayando una mueca de desprecio parecen decir: "¿Es que no sabe usted con qué subtexto está hablando?". La identidad de ese fluido subterráneo es lo de menos. Puede tratarse de Maastricht, la CIA, ETA o la Trilateral: depende quién hable y quién escuche. Lo sustancial es que el subtexto político, su imperio, libera automáticamente de responsabilidades y es capaz de convertir en hombres de Estado a un pobre ignorante, a un profesional del poder o a un canalla. Cuando el texto -las ideas, las convicciones- se volatilizan no hay -más remedio que echar- mano del subtexto para salvar la cara. La cara: el poquito de texto que les queda.
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