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La hora de los primos

Los 13 pandas rojos del Zoo toman el relevo a 'Chu-Lin' como estrellas del parque madrileño

A rey muerto, primos en alza. Para los 13 pandas rojos que viven en el Zoológico de Madrid parece que ha llegado la hora de la revancha. Durante los años de vida del gigante Chu-Lin, sus parientes pobres quedaban de segundones a pesar de su rareza y del éxito que los veterinarios han tenido en su reproducción en cautividad.

Desde que el día de Reyes de 1984 llegó al zoo la primera pareja de estos pandas, Chyangba y Maichyangba, ya fallecidos, han nacido 47 crías, de las que han sobrevivido 36. Toda una hazaña de la que los veterinarios se sienten muy orgullosos. Esos primeros ejemplares también fueron, como Chu-Lin, un regalo a los Reyes, en este caso, del Gobierno de Nepal.

Sus descendientes se han repartido por zoológicos de todo el mundo (también se han recibido individuos para evitar la consanguinidad) y desde 1993 se les bautiza con nombres que comienzan con "Ma" para facilitar su identificación como pandas madrileños. Y así se puede encontrar en Sudáfrica, Estados Unidos, India o Australia una graciosa Maruja, una tímida Mati o un orgulloso Mario.

Familias diferentes

Los pelirrojos (mucho más pequeños que Chu-Lin y con costumbres bastante diferentes) no comparten en realidad mucho más que el nombre y la afición al bambú con el panda gigante. Incluso se les clasifica (con muchas controversias entre los científicos) en familias taxonómicas diferentes dentro del orden carnívoro: el gigante en una propia, los ailuropodidos y el rojo, en los procyonidos (con los mapaches)."Tienen un aparato digestivo similar, con tejidos muy duros; también fueron alguna vez carnívoros, y su sistema de reproducción es parecido", explica Manuel López, jefe veterinario del zoo. Y son paisanos: ambas especies provienen de las altas montañas del Lejano Oriente. Fuera de esas coincidencias, el panda rojo se parece más a un gato: tiene unas uñas afiladísimas, le encantan las alturas e incluso se lava con la lengua como un minino.

A pesar de sus atractivos, los pandas rojos no tienen fácil la competencia con los gigantes para conseguir el favor del público. Están casi siempre subidos en los, árboles, donde los propios carteles del parque aconsejan buscarlos, porque no siempre se dejan ver. Pero cuentan con la simpatía de Ángel López, el cuidador de Chu-Lin.

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Sus preferidas son Lola, Mayra y Montse, las más afables, aunque tiene menos confianza con ellas que con el hasta ahora emblema y niño mimado del zoo.

"Viven mucho más libres: no se les recoge todas las noches y sólo se les toca para llevarles al veterinario, así que no les hace mucha gracia", explica Ángel. Sacan las uñas y muerden, aunque no les molesta la cercanía de los visitantes, según comenta López, porque se sienten seguros en su árbol, desde donde dominan la situación. Y su genio no sale a relucir sólo con los humanos, también pelean entre ellos, sin distinción de sexo y sin que llegue la sangre al río. En libertad viven solos o en pareja.

Los pandas rojos desayunan una papilla de cereales con leche a las seis de la mañana, bambú y fruta a las 11.30, repiten menú verde a las 17.30, cenan papilla a las nueve y toman fruta antes de dormir. Son bastante vagos y no es frecuente verlos juguetar en el suelo.

Pero ayer, el veterinario lo achaca al airecillo que soplaba a mediodía, estaban bastante inquietos y no paraban de subir y bajar de las casetas y árboles. Sus refugios de madera sólo los usan para comer, a veces, y para parir a sus crías, generalmente dos hacia el mes de junio, que trasladan de lugar periódica e institivamente para despistar a los depredadores. ¿O también a quienes los ciudan?

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