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Relinchos

Los asuntos sobre los que debaten e ironizan los diputados autonómicos rara vez tienen repercusión fuera de sus fronteras, lo que les obliga a rizar el rizo del ingenio incluso sobre cuestiones de poca monta como la del caballo Madrid, antes Remondo, esa preolímpica inversión, pedestre al tiempo que ecuestre, esa vieja gloria de la hípica dispuesta a reverdecer sus laureles y a pasear el nombre de nuestra villa en triunfo sobre las pistas de Atlanta, montada por un jinete autóctono al que podríamos vestir de pichi para más promoción y para darle mayor variedad indumentaria a una especialidad cuyos practicantes visten de señoritos ingleses, cazadores de zorros, o de militares con graduación, cazadores de hombres.El infeliz caballo Madrid ha sido objeto de una arriesgada casi decaballada inversión promocional. Primero, porque aún está por ver si se clasifica o no se clasifica para la cita olímpica. El noble bruto y su nobilísimo y probable jinete, Cayetano de Alba, son dos pura sangres de impecable pedigrí, pero los blasones ni corren, ni saltan, ni puntúan. En segundo lugar, la hípica es un deporte selecto y por lo tanto minoritario con bajas cotas de audiencia televisiva. Puestos a invertir en promoción olímpica habría compensado más y habría salido más barato apadrinar a un atleta de élite, nacionalizarle español y cambiarle el apellido. Hasta ahora, el mayor triunfo del caballo Madrid ha sido convertirse en protagonista de un debate de antología, antología del género chico, aunque en él no se hablara de zarzuela, sino de ópera. Antología fue la frase de uno de los veladores del équino que, para defender su adquisición, comparó al caballo con la Caballé cuando ésta difundía a gritos, subvencionados y exquisitos, el nombre de Barcelona en todo el mundo. Un desafortunado, pero ocurrente, paralelismo hípico-lírico que encendió la chispa del ingenio parlamentario, enzarzándose sus señorías en recitativos, arias y duetos sobre el canto de los caballos, la cantada de la operación hípico-autonómica y la desafinada y grosera comparación del defenor equino entre una dama del bel-canto y un semental más o menos saltarín, comparación calificada por algunos observadores como una auténtica burrada, más rebuzno que relincho.

Ruiz-Gallardón, fanático de la música y se supone que aficionado a la hípica, debería cuidar el lenguaje de los diputados de su grupo, porque de poco sirve ir por ahí promocionando los deportes de élite y la música selecta si luego el portavoz de turno sale hablando como un carretero y no como un gentleman de casaca y gorrita. Los carreteros, al fin y al cabo, usaban su mal hablada jerga para hacerse entender por sus caballerías, no por sus señorías, y nunca hubieran ofendido de palabra a una señora a no ser que ésta les hubiera agredido previamente.

Lo que está claro es que los populares de la Comunidad quieren marcar ciertas diferencias de estilo con sus predecesores socialistas, ellos, se dicen, son populares, no populacheros, y por cierto era de lo que solían vestirse los mozos de Malasaña para celebrar el 2 de Mayo en la plaza antes de que llegara la movida con sus crestas. En el bingo de las efemérides culturales, el centenario de Goya es un premio gordo y con bote, y su tirón de táquilla está más que probado como pueden certificar los porteros del Museo del Prado. Esto de los centenarios, bicentenarios y quintocentenarios les encanta a los funcionarios de la cultura que en cuanto casan dos cifras redondas con la misma, terminación ya no tienen que romperse más la cabeza pensando en la programación cultural de la temporada y en el reparto de las correspondientes subvei1ciones.

Goya da mucho juego, he visto su poderosa cabeza utilizada como mascota en pegatinas y anuncios, viajando en los autobuses de la EMT, y hay que reconocer que da mucho mejor que Ramoncín, por ejemplo, como cabeza de cartel. Y además no cobra, ni protesta, ni canta, ni va por ahí saltando vallas con grave riesgo de desgraciarse una pata y fastidiarnos la inversión. Con Goya se pueden hacer corridas goyescas, bailes goyescos, programar un fino concierto con las Goyescas de Granados, montar una elección de majas, vestida y desnuda; incluso se le puede poner su nombre a una yegüa para que vaya a hacerle compañía a Madrid a ver si se anima y nos da una alegría.

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