La larga marcha hacia el pacto
La negativa del PSOE a facilitar la investidura convenció a CiU de que lo mejor era negociar a cambio del voto
A Jordi Pujol le bastó con echar un vistazo a los resultados electorales provisionales que se ofrecían en los monitores de televisión para darse cuenta de lo que se le venía encima. A las once de la noche del 3 de marzo, al comparecer ante la prensa en el hotel donde los nacionalistas celebraban la noche electoral, el líder nacionalista ya tenía claro que en España no habría Gobierno sin el concurso de los 16 diputados de Convergéncia i Unió. Un resultado que muchos dirigentes de su partido temían desde hacía días y así lo confesaban en privado: por supuesto que querían ser decisivos, pero no hasta el punto de que la investidura del líder del PP dependiera de ellos.En las reuniones que celebran hoy los consejos nacionales de Unió Democrática y de Convergéncia Democrática culmina un proceso que Pujol empezó a diseñar aquella noche. El no rotundo a dar apoyo a la investidura de Aznar ha dado paso a un sí que abre la puerta a una etapa política que puede deparar muchas sorpresas.
"El error de los socialistas", explicaba ayer un dirigente nacionalista, "fue no comprender que su negativa a facilitar la investidura de Aznar con la abstención nos obligaba a nosotros a pactar con los populares si de lo que se trataba era de evitar la repetición de las elecciones". Y ya que era necesario pactar, los nacionalistas han puesto sobre el tapete muchas de las reivindicaciones que se habían estrellado contra el muro de un PSOE sólo dispuesto a hacer concesiones con cuentagotas. "Los socialistas hubieran aceptado lo mismo que ahora asume el PP, pero a más largo plazo, haciendo valer las concesiones", opina otro veterano dirigente de CDC.
El acuerdo con el PP, aunque formalmente sólo es para la investidura, se ha hecho con voluntad de duración. Porque cuando uno se embarca en algo así, argumentan en CiU, es con el deseo y la necesidad de que la travesía llegue a buen puerto. El fracaso del Gobierno sería también el fracaso de quien les ha permitido gobernar. "Estos chicos", opina un diputado nacionalista,, refiriéndose a los dirigentes del PP, "van a dar muchas sorpresas: tienen ganas de hacerlo bien y lo conseguirán".
Convencida de que no había más remedio que votar sí a la investidura, la cúpula dirigente de CiU se planteó dos estrategias posibles. Unos, como recomendaba Miquel Roca, creían imposible llegar a un acuerdo cerrado con el PP en el poco tiempo del que se disponía y recomendaban dar el sí al líder popular en la segunda votación de investidura y dejar para luego la negociación de los aspectos concretos. Pujol llegó a estar de acuerdo con ese planteamiento, pero al final se impuso el criterio de quienes, con Joaquim Molins a la cabeza, defendían que sin un pacto escrito y con concesiones muy concretas no era posible el apoyo a Aznar. Argumentaban éstos que, en caso contrario, ni el electorado nacionalista lo entendería ni las bases y los cuadros de la coalición lo podrían aceptar.
El riesgo de fractura interna -sobre todo en Convergéncia- si se pactaba con el PP era muy real en los días inmediatamente posteriores a la fecha electoral. La euforia por el pinchazo de José María Aznar se explicitó claramente en la noche electoral con los gritos, aplausos y silbidos con que los militantes acogían los resultados. No era el caso de Pujol, que aquella misma noche hizo unas declaraciones a una emisora de radio en las que casi se lamentaba del ambiente de rechazo al PP que el electorado catalán había demostrado en las urnas. "Esto no es bueno para nadie", señaló entonces. Para hacerse oír, el líder nacionalista tuvo que acallar y amonestar a jóvenes y no tan jóvenes militantes que coreaban consignas contra José María Aznar, algunas insultantes.
Los nacionalistas habían acentuado su confrontación dialéctica con el PP durante la campaña electoral a medida que las encuestas internas de la coalición les indicaban que eran los socialistas catalanes quienes capitalizaban el voto del miedo ante el avance de la derecha españolista, mientras que CiU podía hundirse hasta los 11 o 13 diputados. La decisión del estado mayor electoral fue intensificar la confrontación con el PP: del "seremos clave" se pasó al "plantaremos cara", equivalente al "no pasarán" que utilizaron los socialistas. El candidato Joaquim Molins elevó el listón del rechazo al PP cuando anuncio que los diputados nacionalistas en ningún caso votarían a favor de la investidura de Aznar. Después de las elecciones afirmó que Aznar aún no le había demostrado que tuviera la talla de líder que necesitaba el 'país.
El sentimiento anti-PP entre militantes y simpatizantes de la coalición nacionalista se tradujo, a partir de las elecciones, en un verdadero diluvio de llamadas telefónicas que bloquearon las centralitas de las sedes de CDC y de UDC. La esposa de un diputado le amenazó con no votarle más si traicionaban el mensaje electoral. La hija de este dirigente regresó a casa cargada de mensajes de padres de sus compañeras que advertían que no perdonarían un apoyo a Aznar. Anécdotas así se multiplicaron en la primera quincena de marzo. Incluso el voto a favor de Federico Trillo para presidir el Congreso provocó más de una trifulca familiar.
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