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Existen

Rosa Montero

El 25 de abril, es decir, pasado mañana, hará 22 años de la revolución de los claveles portuguesa. Muchos sostienen que la guerra civil española fue la última guerra romántica de Europa, aunque no sé si se le pueda adjudicar semejante calificativo a un conflicto bélico, que es siempre un asunto feroz y lamentable. Sí parece claro, sin embargo, que la portuguesa ha sido la última revolución romántica de nuestro continente. Para todos los jóvenes que no la conocieron, y para los mayores que ya la olvidaron, me gustaría recordar que fue incruenta, una especie de fiesta colectiva. Que, como en el más desaforado ensueño de los pacifistas, los soldados se, echaron a la calle poniendo flores en la boca de sus fusiles. Y que la señal secreta para el levantamiento fue la emisión por radio de Grandola, vila morena, la hermosa canción de José Afonso. No se pueden pedir unos ingredientes más puros, una escenografía más espectacular. Parece una revolución de película, un bonito invento cinematográfico de, por ejemplo, Costa Gavras. Pero sucedió. Fue de verdad.Debo decir aquí que desconfío de los nostálgicos irredentos del 68 y de los progres de talante inmovilista; y que la palabra revolución no me produce automáticos babeos de deleite, porque la historia ha demostrado que muchos revolucionarios terminaron siendo en realidad unos asesinos o unos zopencos. Pero me espanta el absoluto vacío de valores en que ahora vivimos, y el desdén por las utopías, y que la modernez consista en parecer muy cínico y en burlarse de los afanes elementales de la vida: la solidaridad, la libertad, el deseo de felicidad y de justicia. Por eso es importante recordar que el pueblo vecino vivió todos esos anhelos hace 22 años, que los llevaron a la práctica, que creyeron en ellos. Que los sueños existen.

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