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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reencuentro en una nueva fase

DESDE LA igualdad y el respeto muutuo, todo es posible; nada, sin embargo, desde pretensiones hegemónicas e injerencias. Ése ha sido el mensaje que el sindicato CC OO ha dirigido a Izquierda Unida (IU) en el primer encuentro oficial mantenido ayer entre ambas organizaciones después de la trifulca explicitada en el último congreso del Partido Comunista de España (PCE). Es, por otra parte, el mismo mensaje que la UGT había transmitido a IU en un encuentro previo. Las dos centrales mayoritarias están también de acuerdo en el marco en el que deben desenvolverse las relaciones entre los sindicatos y las fuerzas políticas. Tras las elecciones del 3 de marzo, IU ha considerado que debía ponerse en contacto con los sindicatos y ofrecerles su apoyo para hacer llegar sus demandas al Parlamento. La iniciativa es coherente con lo que deben ser las relaciones normales entre una fuerza política de izquierdas y las organizaciones sindicales. Pero en el caso de CC OO, esa iniciativa tenía una lectura especial, dados los especiales vínculos mantenidos con el PCE desde la fundación del sindicato y el posterior distanciamiento entre ambas organizaciones.

El mensaje de CC OO ha sido claro. Su secretetario general, Antonio Gutiérrez, se ha mostrado agradecido a IU por su oferta de apoyo político y parlamentario, pero ha manifestado con rotundidad que "CC OO no necesita a nadie como referencia". En esta frase se encuentra la clave de cualquier relación posible entre CC OO e IU, o mejor, entre ese sindicato y la fuerza política dominante en dicha coalición, el PCE. El coordinador de IU y secretario general del PCE, Julio Anguita, rechazó cualquier mensaje de este tipo en vísperas del último congreso de CC OO, pero es posible que los resultados del 3-M hayan hecho cierta mella en su visión hegemonista de la izquierda.

El último comité ejecutivo del PCE parece haber modificado sensiblemente el esquema de relaciones con fuerzas políticas u organizaciones que se definen de izquierda. Se ha decidido tirar por la borda la vieja y herrumbrosa herramienta de la hegemonía, obsoleta en el escenario surgido tras la caída del muro de Berlín. Y ya no se habla del sorpasso, término que, lejos de ser un lema triunfal, se había convertido en un recurso para el chiste fácil.

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Al PCE le ha costado tiempo dar este elemental paso, al que le ha conducido el tímido e insatisfactorio avance obtenido en las elecciones del 3 de marzo y el reconocimiento de que seguir aferrado a estrategias tan negativas tendría en el futuro un alto coste. Claro que siempre quedan en la cúpula del PCE algunos resabios que inducen a sus dos máximos dirigentes, Julio Anguita y Francisco Frutos, a señalar a este periódico y a la cadena SER como instigadores de una campaña anticomunista. Hacer de cada crítico un conspirador nos retrotrae a tiempos que creíamos superados.

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