El sastre de la chaqueta verde anda loco
El Masters de Augusta se presenta más abierto que nunca, gentileza de los momentos de terremoto que vive el golf
Nada trasciende de las exclusivas cocinas del Augusta National Golf Club, allí donde se cuece en la más absoluta discreción y respeto a la tradición, el Masters, el torneo de golf más selecto, pero seguro que el sastre encargado de confeccionar la chaqueta verde, símbolo que viste el ganador, anda loco. No se habrá atrevido aún a enhebrar la aguja o a cortar los patrones. La talla de un posible ganador es más enigma que nunca. Cabizbajo paseará por Magnolia Lane o Washington Road; ni siquiera asiste al florecimiento de las azaleas: nunca en los tiempos recientes la aproximación al primer grande de la temporada había sido tan agitada. Algo se cuece en el mundo del golf. Hasta ahora hay más preguntas que respuestas. Quizás el Masters, que se inicia el jueves, empiece a fijar el estado de las cosas.Otros años, los últimos, la pregunta era: ¿podrán los jugadores norteamericanos frenar la irresistible avalancha europea? Ben Crenshaw lo hizo el año pasado. Pero ésa no, es la respuesta, porque en 1996, ausente Txema Olazábal -el úItimo europeo ganador en Augusta- y lesionados o en baja forma Bernhard Langer, Nick Faldo, Severiano Ballesteros, Sandy Lyle -toda la generación del 57-, la pregunta es otra, El poder de la armada europea queda reducido al escocés Colin Montgomerie -el mejor jugador que aún no ha ganado un grande, pero que no es compatible con el campo de Augusta- y al errático galés lan Woosnam, entre los establecidos, y al italiano Costantino Rocca, entre los advenedizos. La pregunta en la primavera de 1996 es ¿podrán los grandes veteranos frenar el irresistible ascenso de los novatos? Todos estadounidenses, claro. El golf estadounidense, el más poderoso del mundo, vive momentos de revolución. Una nueva generación de jóvenes fogueados en circuitos secundarios -el Nike Tour- y en el duro campo amateur han entrado en tromba. Son fuertes y sanos. Poderoso swing y larga pegada, crecidos para el golf con los nuevos palos sobredimensionados. Profesionales de la regularidad que han malvivido hasta llegar al circuito grande y que no se asustan ante la mitificada presión psicológica de las grandes citas. Son los desconocidos Goydos, Herron o McCarron, golfistas que se han ganado su plaza para el Masters gracias a sus inesperadas victorias en los primeros torneos del circuito de la PGA; jugadores que amenazan con hacer viejos prematuros de otros que hace poco representaban a la juventud: el zurdo Phil Mickelson, Davis Love III, el tremendo John Daly o el debutante en Augusta David Duval, del que todos hablan maravillas.
Tamaño terremoto ha hecho a los sabios resguardarse en la nostalgia, en los jugadores que nunca volverán. Hace 10 años, recuerdan, Jack Nicklaus ganó su sexto y último Masters cuando tenía 42 años. Un viaje a tiempos pasados que también debería de compartir el sastre de Augusta, quien, entre duda y duda, estará rezando para que se produzca una vez más una última jornada milagrosa. Un domingo en el que a golpe de genio un gran jugador, un artista, se recupere desde posiciones atrasadas hasta llegar al green del 18 para que Ben Crenshaw le pase la. chaqueta verde que finalmente habrá tenido tiempo de confeccionar el meditabundo sastre.
No le importará entonces que el autor del milagro sea local -Couples, Crenshaw de nuevo, Pavin o Zoeller- o extranjero -Price, Norman, Els o Elkington-; tampoco le importaría que resucitaran Nicklaus o Watson. Todos, amantes de los eagles en las situaciones más comprometidas . Todos, parte de aquellos jugadores que han dado la vuelta a la definición histórica de Mark Twain: "El golf no es más que un buen paseo echado a perder.
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