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Vieja nueva izquierda

El mercado de ideas políticas se ha estrechado tanto en las democracias de este fin de siglo que las novedades que de él nos llegan suelen dar cuenta de una progresiva reducción más que de alguna coyuntural ampliación de la oferta partidaria. En España, desde las mil flores abiertas durante los primeros pasos de la transición, la tendencia de los pequeños partidos ha sido a abandonar silenciosamente la escena, bien por cierre empresarial con liquidación de restos, bien por absorción en empresas de mayores dimensiones previa venta de activos. La izquierda española era en los primeros años de la transición un mosaico con nada menos que 33 grupos reclamándose, como se decía entonces, del socialismo y una buena docena del comunismo o sus derivados. El rechazo del modelo confederal, un firme liderazgo, algunas ideas claras y un fulgurante éxito electoral limpiaron de un plumazo el abigarrado mundo socialista en un proceso de rápida centripetación, insólito en los hábitos de nuestra izquierda. Por su parte, el mundo comunista, con su avejentada burocracia centralista, su crisis de liderazgo, su dosis de confusión euroideológica y su fracaso electoral, sufrió continuas escisiones en un imparable movimiento centrífugo. Así, mientras los socialistas se refundaban en un único partido capaz de llegar al Gobierno, los comunistas se empeñaron en dilapidar su herencia condenándose a una oposición marginal.

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Anguita es como el degradado epítome de esa historia. Proclamar. que trabaja por una futura sociedad negándose a mirar los destrozos que el comunismo real ha causado a la sociedad presente es la forma clásica de la impostura clerical. Los sueños de sociedad alternativa terminaron con Stalin, no sin haber pagado antes una carísima factura por tanto ensayo utópico / totalitario. Los comunistas más despiertos de los años cincuenta, los británicos., lo vieron enseguida, cuando las tropas rusas aplastaron la revolución húngara. Desde ese momento, los que renunciaron a la ceguera voluntaria sin avenirse a engrosar las filas del laborismo, lanzaron una nueva iniciativa política y eligieron un nombre que en inglés suena como más contundente, por bisílabo, que en español: New Left.La New Left revelaba lo arraigado de una convicción propia de exploradores británicos: que aún quedaba por descubrir una terra australis incognita, situada en algún lugar equidistante del comunismo y la socialdemocracia. Pero ya aquellos pioneros hubieron de rendirse a la evidencia: todo lo que atisbaron en las márgenes de los dos grandes mares escindidos del tronco común de láInternacional Obrera a causa de la Gran Guerra y de la revolución rusa se reducía a islotes perdidos, refugio de políticos angustiados ante la idea de desmontar su chiringuito o de intelectuales convencidos de que la práctica socialdemócrata estaba condenada a la miseria si no se sometía a una permanente crítica teórica. A la vista de los hechos, aquella New Left, pronto convertida en una venerable old new left, se dedicó a susrevistas, sus libros y Sus debates. Hoy, con todos los mares explorados y todos los comunismos naufragados, la vieja idea de una nueva izquierda no revela más que una pasión inútil: no hay ninguna Australia pendiente de descubrir. La única perspectiva de todos los grupos situados a la izquierda del PSOE para salir de su marginalidad exigiría una refundación como la emprendida por los socialistasentre 1972 y 1979. La diferencia es que los socialistas pusieron manos a la tarea levantando muy altas las siglas históricas del PSOE, mientras que los herederos de la tradición comunista tendrían que proceder, con la debida pompa y circunstancia, al entierro del cadáver del PCE. Pero fundar, como si estuviéramos en 1956 y los rusos acabaran de entrar en Budapest, una nueva izquierda es nacer viejos, destinados a sacar una revista, publicar unos libros o revalorizar activos con vistas a disolver en una empresa capaz de ser gobierno.

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