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Del consultorio al banquillo

Comienza el juicio contra el médico que desnudaba a sus pacientes hasta por un catarro o unas anginas

"Veía los cuerpos de las pacientes como un mecánico ve un coche". Así de expresivo se manifestó ayer ante los jueces de Zaragoza Angel de la Cal, médico de profesión, por 25 mujeres de unas pequeñas localidades aragonesas de vejaciones y abusos cometidos en su consulta. El fiscal también tiene claro lo que ocurría tras escuchar a las denunciantes:" Para recetar aspirinas, supositorios y ante unas anginas un catarro o un dolor de cabeza, el procesado ordenaba desnudarse completamente a las pacientes".El caso, cuyo juicio se inició ayer en la Audiencia Provincial de Zaragoza, reavivó el escándalo que surgió hace dos años en la localidad de La Puebla de Alfindén, situada a una decena de kilómetros de la ciudad. Entonces, varias decenas de mujeres de ese y otros dos pueblos cercanos -Pradilla de Ebro, Alfamén- denunciaron que su médico les hacía desnudarse por completo en la consulta incluso cuando acudían sólo para pedir una pomada. Semanas después, medio centenar de varones de las mismas localidades salieron en defensa del médico. Ahora, 135 personas -denunciantes, testigos de una y otra parte, peritos...-desgranarán ante el tribunal sus versiones. De la Cal se juega una pena que oscila entre los cinco o los doce años de privación de libertad.

Algunos datos conocidos hasta ahora aportan pocas salidas para el médico. A los desnudos se añade el hecho de que el doctor aprovechaba la consulta para fotografiar sin ropa a las mujeres. Las instantáneas quedaban unidas a los expedientes médicos, en ocasiones junto a comentarios como éstos: "Se desnuda con lentitud y fastidio".

De la Cal argumenta que él desnudaba a las mujeres porque, siguiendo una instrucción del departamento de Salud del Gobierno aragonés, toda consulta era aprovechada para hacer un historial clínico de cada paciente. Una denunciante, sin embargo, contó ayer que a ella le hizo desnudarse tres veces en otras tantas consultas. Las fotografías, cuenta el médico, eran "para afirmar su personalidad (la de las mujeres)" y "para devolverles la seguridad en sí mismas". ¿Y cómo es posible que varias de esas fotos aparecieran publicadas en una revista de tirada nacional? De la Cal responde que alguien pudo robarlas de su consulta.

A, media mañana de ayer, el doctor cruzó los pasillos de la audiencia para prestar declaración. Los jueces han tomado medidas para que denunciantes, testigos y acusado estén, o bien preservados de los objetivos (le los fotógrafos, o bien en lugares diferentes para evitar tensiones. Pero las presuntas víctimas no podrán evitar ver de nuevo la cara del médico, y eso, según el letrado Javier Osés, será lo más desagradable para sus defendidas.Gloria Labarta representa al mayor número de denunciantes, y ayer, antes de comenzar la vista, aseguraba que sus patrocinadas estaban nerviosas, "pero con una gran responsabilidad y contentas de haber denunciado".Una mujer es también la defensora del facultativo. Cristina Ruiz Galve aseguraba que, pese a todas las manifestaciones y al tratamiento psiquiátrico a que fue sometido voluntariamente su defendido tras iniciarse las actuaciones judiciales, cree que De la Cal es inocente. Por eso pedirá su absolución.

De la Cal no niega casi nada, pero matiza casi todo. Insiste en que las pacientes se desnudaban voluntariamente y que las exploraciones que practicaba formaban parte de un plan de las autoridades responsables de la sanidad pública para confeccionar expedientes oficiales. Así lo volvió a decir ayer en sus parcas palabras ante el tribunal. Permanentemente cabizbajo, a veces monosilábico, en repetidas ocasiones silente u olvidadizo, el médico -inhabilitado por su colegio profesional desde poco después de conocerse las denuncias- sólo fue contundente ayer al afirmar: "Ni soy tonto ni estoy loco".

Alguna de sus presuntas víctimas sí han estado a punto de sufrir serios trastornos. Conchita Hernández, la Orimera en denunciar en su día los supuestos abusos del doctor, contó ayer que tuvo que irse a vivir a París porque no pudo aguantar la presión de lo ocurrido.

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