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Lucha de planos

La reforma de la plaza más degradada de Centro reúne la propuesta estética de los técnicos y la práctica de los vecinos

Antonio Jiménez Barca

Los técnicos municipales llegaron con un elegante plan para la remodelación de la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta, en el distrito de Centro, basado en la estética, la teoría y la ciencia. Los vecinos dijeron "¡alto ahí!" y propusieron otro plan, pensado para algo bien distinto: la necesidad de vivir ahí y por la experiencia de muchos años de contemplar una de las plazas más degradadas de Madrid. Finalmente, técnicos y vecinos llegaron a un acuerdo el viernes: la plaza -empezará a levantarse en abril con un presupuesto de 45 millones- será una mezcla entre lo que se dibuja en un papel y las necesidades fruto de paseársela todos los días.El debate entre los vecinos de Aveco (Asociación de Vecinos y Comerciantes de Centro) y los técnicos bajó a los detalles. Por ejemplo, el proyecto municipal colocaba los bancos al lado de la calle. Algo normal y previsible. Los vecinos, en un plano elaborado por ellos mismos -hay delineantes y arquitectos entre los miembros de la asociación-, los ponían en el interior de la plaza, un tanto ocultos. La razón: que las prostitutas que frecuentan la zona no los utilicen para exhibirse, "ni los cuentapolvos anden por ahí todo el tiempo", según cuenta un vecino. La voz cuentapolvos la emplean en el barrio para referirse a los mirones que rondan la zona. Al final, los bancos se van a poner donde quieren los vecinos. Uno a cero a favor de la práctica.

Segundo aspecto: la petanca. El plan municipal proponía dos pistas de arena para la práctica de este deporte. Los miembros de Aveco no habían puesto ninguna. "Es que aquí no conocemos a nadie que juegue petanca", explica Javier González, miembro de esta asociación. En cualquier caso, los vecinos han aceptado las dos pistas a condición de que no se instalen en el centro de la plaza. "Además", prosigue el vecino, "nos han dicho que si nadie las utiliza se pueden tapar por muy poco dinero". Uno a uno.

Tercer punto: la cancha de baloncesto. Los vecinos dibujaron una verdadera pista de baloncesto, rodeada de una valla, y con dos canastas. Alrededor de la plaza, situada en la espalda de la Gran Vía, no hay muchos sitios para el deporte, y los habitantes de la zona creen que la cancha es una buena idea para organizar campeonatos. Los técnicos municipales opusieron, según cuentan los vecinos, razones estéticas. Un verdadero campo de baloncesto en medio de la plaza era una patada en la yugular del entorno. Aquello iba a parecer el barrio neoyorquino de Harlem. Los vecinos de la zona asintieron. Uno a dos a favor de los urbanistas.

Cuarto asalto: cagadero canino. El del plan municipal era mucho más pequeño que el de los vecinos. Aquí no cedieron los aborígenes, porque saben que hay mucha gente con perro en la zona. Otra vez empate.

Quinto asunto: los soportales son lugar de consumo y tráfico de droga desde hace años. Los vecinos idearon un sistema para cerrarlos, por medi de alargar la zona para perros. Los arquitectos estuvieron de acuerdo. Tres a dos.

Sexta cuestión: la grada y la encina. Los habituales del lugar proyectaron que tanto las escaleras interiores de la plaza como el escueto jardín mugriento y la encina solitaria desaparecieran para dejar paso a una especie de escenario. Los técnicos municipales piensan que es mejor dejar el árbol. Pero nivelarán el terreno que rodea la encina para que éste sea utilizable. Empate final.

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(Aunque el equipo local guarda un as en la manga: "La encina está casi seca, je, je", advierte un vecino).

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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