¿Qué Gobierno? ¿Qué oposición?
El problema del PP es que hasta la noche del 3 de marzo creyó que toda España era como Madrid. O sea, que toda España se movía al dictado de los tertulianos madrileños o de algunos medios de comunicación que actuaban como grupos de presión políticos y que el país sólo estaba pendiente de las broncas que el propio PP montaba en el Congreso de los Diputados. También creía que el modelo político general sería el mismo de Madrid: un PP capaz de unificar toda la derecha, un PSOE demasiado metido en sus propias interioridades y una Izquierda Unida. con los votos suficientes para transformar una izquierda fuerte en dos izquierdas débiles y enfrentadas.Toda la política de oposición de los tres años últimos y toda la campaña electoral se plantearon desde esa óptica. Las diferentes derechas se unieron, efectivamente en torno al PP y José María Aznar pudo decir con razón que no veía a nadie a su derecha: todas, incluso las extremas, estaban con él. La batalla contra la izquierda se desarrolló sobre dos ejes: por un lado, el debilitamiento del, PSOE mediante las acusaciones de corrupción generalizada y la multiplicación de escándalos, unos basados en hechos reales y otros inventados; por otro, la pinza con IU, aprovechando la increíble ceguera de Julio Anguita y sus seguidores. Y, como remate, un tercer frente: romper el apoyo de CiU al PSOE en las Cortes mediante un ataque brutal contra unos y otros y una batalla contra los nacionalismos que, indefectiblemente, se convirtió en una confrontación en la que el propio PP acabó recuperando el viejo y temible nacionalismo español de la derecha más reaccionaria. No es de extrañar, pues, la conmoción que sus dirigentes sufrieron la noche del 3 de marzo. Ciertamente, el modelo ideal del PP había funcionado en Madrid, pero menos en otras zonas y desde luego nada en la mayor parte de España.
Por no entender, tampoco comprendieron lo que de verdad había en la historia de las mayorías absolutas y las mayorías relativas en nuestro país desde 1977. No entendieron, por ejemplo, que, después de las primeras elecciones, la UCI) pudo asegurar la gobernabilidad sin mayoría absoluta mientras contó con el apoyo de las demás fuerzas en los temas, decisivos como la elaboración de la Constitución y los Pactos de La Moncloa. Pero cuando intentó gobernar sola después de 1979, sin mayoría suficiente, se hundió.
Tampoco comprendieron que ésa fue una de las claves esenciales de la gran victoria electoral del PSOE en octubre de 1982. Lo que querían tantos millones de electores y electoras era que un equipo nuevo, con gente animosa, joven y segura de sí misma, sacase al país del agujero en que estaba, diese un impulso decisivo al iproceso reformador, despejase las incertidumbres, rompiese nuestro aislamiento y nos situase en el nivel de las democracias europeas más avanzadas. Para ello le dieron y le renovaron dos veces la mayoría. absoluta y le dieron tiempo suficiente para actuar. Finalmente, tampoco comprendieron el sentido profundo del resultado electoral de 1993, a saber: que en lo fundamental el PSOE había cumplido el encargo de los electores y, precisamente por ello, los mismos electores dieron por acabada la excepcionalidades decir, siguieron otorgando la mayoría al PSOE pero dijeron claramente que las condiciones ya no eran las mismas, que la sociedad era más diversa más plural y que la gobernabilidad tenía que asegurarse de otra manera: pactando con otras fuerzas y forjando mayorías diversas en torno a las cuestiones más importantes.
Los electores han encargado ahora al PP que gobierne, en condiciones más precarias que las que tuvo el PSOE. Pero el problema no radica sólo en esa precariedad. Si estamos discutiendo tanto sobre la gobernabilidad futura es porque el PP y sus inspiradores mediáticos en vez de entender este periodo de mayoría relativa como un signo de madurez del sistema lo entendieron como un signo de debilidad del PSOE y se lanzaron a la pura y simple liquidación de éste y a la conquista urgente de la mayoría absoluta recurriendo a todos los medios resucitando fantasmas históricos que casi teníamos enterrados del todo y causando unos estragos que costará mucho reparar, porque el insulto y la descalificación han llegado muy lejos y han afectado a los sentimientos profundos de muchos millones de ciudadanos y de ciudadanas. En definitiva, el PP y sus inspiradores y acompañantes apostaron todo a una sola jugada que los electores y las electoras han roto con un manotazo y les han dicho: nada de mayorías absolutas; demuestren ustedes que son capaces de forjar una mayoría con otras fuerzas. De ahí tantos cambios de chip a toda, velocidad.
Con estos antecedentes y este bagaje acumulado, es lógico que resulte tan difícil forjar una nueva mayoría, no ya de gobierno, sino incluso una mayoría para la investidura de José María Aznar. Suponiendo que esto se consiga, no parece factible, ni ahora ni a corto plazo un Gobierno de coalición con los nacionalistas catalanes y vascos, y ni siquiera una mayoría parlamentaria con pactos concretos con unos u otros. Para intentar llegar a acuerdos de este tipo, sin tener ni siquiera la seguridad de que podrá conseguirlos, el PP tendrá que cambiar muchas cosas entre ellas reformular su propia presencia en Cataluña y reconvertir toda su visión de la política española. Y en cuanto a su capacidad de forjar grandes consensos parlamentarios, es evidente que no cuenta con un liderazgo suficientemente sólido para dar confianza a los demás.
Pero es que, además, no le quedan muchas alternativas. Primero, porque el PP ha llegado a donde ha llegado habiendo tocado techo, y es muy difícil que pueda volver a aglutinar en torno suyo a un conjunto de derechas tan considerable como el actual. Segundo, porque no parece que esas derechas unidas ahora en torno al PP puedan aguantar unidas un Gobierno de minoría ni un, Gobierno que pacte con los nacionalistas catalanes y vascos. Dudo mucho de que este conglomerado de derechas, que pensaba sacar tajada de la mayoría absoluta y de la desbandada del PSOE, pueda resistir, sin partirse en varios trozos, los efectos de un cambio de perspectivas tan radical ni las limitaciones de una mayoría precaria que a muchos les impedirá entrar a saco en los cotos que pensaban reservarse. Esto es lo que queda de la nueva mayoría, tan anunciada.
En estas condiciones, ¿qué va a hacer la izquierda? Desde luego, seguir como hasta ahora es el mejor regalo que se le puede hacer al PP. ¿Va a continuar IU con su línea de las dos orillas, que sólo sirve para echar votos inútiles a la basura? Yo no digo que todos los votos de IU tengan que traspasarse al PSOE, pero, de seguir así las cosas, no va a haber más remedio que emprender, una lucha dura y tenaz para evitar que tantos votos de izquierda se pierdan como se pierden. Baste recordar que el total de votos de la izquierda es superior al de la derecha, pero qué el PSOE ha perdido la mayoría por unos 280.000 votos, mientras 700.000 votos de IU se perdían en las circunscripciones donde ésta no ha obtenido nunca ni va a obtener un solo diputado.
Pero no me refiero sólo a esto. Naturalmente, cada uno va a hacer la política de oposición que crea más conveniente, pero el PSOE debe ser y será sin duda la fuerza decisiva y el eje principal de la oposición y, como tal, deberá ser capaz de forjar consensos y mayorías alternativas. Esto dependerá de su propia capacidad, pero también de la actitud de los demás y, en lo que a la izquierda se refiere, de la disposición. de los demás a llegar a acuerdos o de seguir tirando por la vía suicida del enfrentamiento y de la pinza. Para evitar esto, el PSOE tendrá que multiplicar los contactos y fomentar las relaciones entre todas las gentes de izquierda, pero también tendrá que ser muy claro en las propuestas y en las acciones.
Pero la oposición sólo tendrá éxito si es capaz de plantear con rigor y explicar con claridad los grandes problemas y las grandes aspiraciones de la mayoría de los ciudadanos y las ciudadanas y movilizar las energías de éstos. No sólo se tratará de marcar de cerca al Gobierno y de hacer imposible la instrumentalización por parte de éste de las grandes instituciones públicas, sino de intensificar e diálogo con los diversos sectores sociales para defender las conquistas sociales de estos años y hacer posible su desarrollo. Y aquí todo está en movimiento. Se mueven los sindicatos, se mueven las mujeres, se mueven los jóvenes. Y más allá de estos movimientos están los grandes problemas del presente y el futuro, desde la preservación de los recursos naturales hasta la mundialización de las relaciones económicas y de los intercambios de información y la construcción de un sólido espacio europeo, o sea, lo que todos estamos denominando ya los grandes retos del futuro. El periodo que ahora se abre será decisivo para la formación de una nueva mayoría avanzada. Para eso será necesario superar muchas cosas del pasado y, sobre todo, tener mucha lucidez, mucha energía y mucha clarividencia para dar las respuestas que exige el futuro.
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