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El Getafe se suicida

Al Toledo le bastó su disciplina para llevarse un fácil triunfo

El asunto ha adquirido un tono fúnebre. Se muere el Getafe. Y lo hace a toda velocidad, sabedor de que mueve un pie y se la pega, a nueve puntos de la salvación como está. Es el madrileño un conjunto preso de muchas cosas. De sus limitaciones, por ejemplo. O de su fútbol monocorde, lineal, carente de la más peregrina astucia. Ayer, al Toledo le bastó no salirse del guión para provocar el roto de todos los días en el grisáceo y ajado traje de su rival. Huele a ciprés el Getafe. Aunque Luis Ángel Duque lo niegue, haciendo pública su inquebrantable fe en unos jugadores que lo dan todo, que se mueren en una tarea con pinta de imposible. El técnico, más sensato que de costumbre, les echó ayer un cable enorme a sus hombres, huérfanos como están de la más mínima autoconfianza. Les disculpó con reiteración, apelando a la psicología, a los nervios, al miedo. El pánico campa a sus anchas por su vestuario. La clave, la tristísima clave, la señaló con toda franqueza Duque: "Mis jugadores sufren una inmovilización cadavérica".

Campanas de funeral

Repican a funeral las campanas en Getafe. Y las razones son de una simpleza aplastante. El equipo es peor que la inmensa mayoría de sus enemigos. Que el Toledo, por ejemplo. Y ya está. Lo que le ocurre al cuadro getafense lo resume perfectamente una jugada de aspecto esperpéntico, de esas que repite la televisión en época navideña para solaz de sus espectadores.

Llegó un balón bombeado al borde del área y a por él se fueron Caballero y Angelín. El balón pareció regatearles a ambos. Por allí pasaba Urban, que metió el piececito para darle con la uña. Ad os por hora iba el cuero, rumbo a portería, eso sí. Pero allí estaba Expósito, que podía parar la bola. O despejarla. O guardársela. Ni las sombras le amenazaban. Pero su patadón sólo lo sintió el viento Fue gol, claro.

Y a todo esto, ¿qué hizo el Toledo? Pues, sencillamente, un saludable ejercicio de disciplina. Nada más. Se sintió siempre superior a su rival, porque lo es, y santas pascuas. Pudo marcar el getafense Antonio en dos claras ocasiones. No lo hizo. Pudo marcar una vez De Diego. Y lo hizo. Ahí se le fue el último aliento al Getafe, roto ya, desgarrado, histérico, que los arriesgó todo al borde de un precipicio cuyo destino es, sin duda, el cementerio mas próximo, su nuevo hogar.

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