El escarmiento
¿Qué tiene que decir un votante del PSOE, como yo, días después de que se haya decidido la elección, y mi voto, como el de muchos millones, haya ido al partido perdedor? Pues que voté al PSOE, no como otras veces, con la convicción de que merecía ganar por lo que se ha hecho en este país, sino, esta vez, a conciencia de que el PSOE merecía perder. No voté, sin embargo, para que perdiera, de modo que, como otros que conozco, estaba en conflicto conmigo mismo y en una suerte de contradicción dificílmente resoluble. Al ganar el PP, mi disgusto ha sido mayúsculo, mitigado de inmediato por lo exiguo de su éxito. Pero si no hubiese perdido el partido al que voté, mi disgusto, de otra y muy distinta índole, me hubiera sumido en una irritación conmigo mismo. ¿Por qué? Sin quererlo, habría tenido que desobstruir mis: fosas nasales y dejar entrar, bien a mi pesar, por una de ellas la pestilencia de un Barrionuevo y sus secuaces, por la otra, las rufianerías de un Guerra y su escuela (galeotes, cosculluelas, maruganes, beneguillas, etcétera), gente de galera en fin, para la cual el patriotismo de partido justifica todos los medios, por repugnantes que sean, si son eficaces (parafraseando a Mussolini: il partito a sempre ragione), consolidándolos inevitablemente con mi voto. Ahora que ha perdido el PSOE, estoy entre aquellos que, haciendo un paréntesis mental pueden decir que votan a ese PSOE que imaginaron limpio alguna vez, que puede llegar a serlo ahora que necesariamente se ha de renovar, tras su derrota, mediante un serio barrido de su propia casa. Los votantes debemos recordar a los que militan que es a nosotros a quienes se deben, que tienen obligaciones para con nosotros, que de ninguna manera el PSOE es cosa de ellos, o sólo cosa de ellos. Ellos pagan su cuota y además votan, pero son pocos. Nosotros sólo damos el voto, pero somos muchos. Espero que tomen buena nota de ello.
En las próximas elecciones generales, el triunfo de esta izquierda posible que se construirá con el nuevo PSOE será, entonces, triple: primero, frente a la derecha de Aznar -que, además, ha dado su techo: ¿de dónde puede arrancar más votos ya?, ¿cuándo se le pueden volver a dar condiciones más favorables que las habidas ahora, en las que a las pestilencias y rufianerías de los que he señalado se conjuntaron las de los ansones, sebastianes, pedrejotas, capmanis y los santos, por sólo citar a algunos?-; segundo, frente a esa seudoizquierda anacrónico-demencial de Julio Anguita y ("todo puede ser peor", dijo Antonio Machado) Luis Carlos Rejón, esas dos desgracias, nacional y andaluza, respectivamente, que se nos han venido encima durante estos años y que espero que se desvanezcan para bien de la patria; y tercero, frente al PaleoSOE de la burocracia, del siniestro poder tras la sombra, de la infinita e inacabable ramplonería. La derrota del PSOE no ha sido -hubiera podido serlo- un descalabro. ¿Ha quedado en escarmiento? Desearía que lo fuera, que la euforia por las tribulaciones de Aznar y su equipo no nos hiciera olvidar que hemos perdido en las urnas y por una razón: porque no algo, sino mucho, huele a podrido (y no precisamente en Dinamarca).-
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