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NUEVO MAPA POLITICO

Negociar con Pujol

El complejo acercamiento a González desembocó en el enamoramiento

Llegar a acuerdos con Jordi Pujol no requiere sólo el consenso en unas medidas de gobierno. También son preceptivos un clima de confianza y lealtad; y que el presidente de la Generalitat se convenza de que su base social ha digerido el pacto. Todo esto, en el mejor de los casos, lleva tiempo. Se lo va a: llevar a José María Aznar en su pretensión de que Pujol apoye su investidura.También Felipe González hubo de pasar por esos raseros hace tres años, cuando los nacionalistas dieron por primera vez el paso de "mandar en Madrid". La colaboración entre González y Pujol fue el fruto de un prolongado y complejo acercamiento que, partiendo de profundos recelos, desembocó en un franco enamoramiento.

La relación se desarrolló en tres fases, paso a paso, siempre con enormes precauciones por parte de Pujol y con los compromisos mínimos para poder estar, pero también para poder irse.

El clima básico de confianza se cultivó nada más vaciar las urnas, cuando ambos líderes despejaron en privado los agravios históricos. De ellos, el más importante fue la garantía de González de que no había tenido nada que ver en el caso Banca Catalana. Al mismo tiempo, los nacionalistas constataron una actitud más receptiva del presidente al hecho nacional catalán. Los hombres de Pujol atribuyeron esta sensibilidad a la creciente influencia de los socialistas catalanes en el entorno íntimo de González. Este siempre ha cuidado las relaciones políticas, y privadas, con los dirigentes del PSC; Narcís Serra no fue elevado a la categoría de vicepresidente por su convicción de catalanista, pero desde luego esa característica jugó a su favor.

Todo este cambio ambiental posibilitó el voto favorable de CiU a la investidura de González. Removidos los escollos previos, nacionalistas y socialistas se pusieron a trabajar, inaugurando la segunda fase, plena de recelos, pero en la que ya estaban sentados en la misma mesa. La redacción de los presupuestos del 94 fue la prueba de fuego. En ellos, los hombres de Pujol vieron cómo se les abrían las puertas del reino. Cómo podían intervenir del primero al último capítulo del instrumento fundamental para gobernar. Por primera vez en 20 años el nacionalismo catalán se sintió con una mano en el timón del Estado. También descubrieron otra realidad: la necesidad de que al final las cuentas cuadren.

La cooperación se generalizó a partir de ese momento. La comunicación comenzó a ser habitual. No obstante, la tercera fase, la colaboración plena, se debió esencialmente a dos elementos: la reforma laboral y la cesión a las autonomías del 15% del IRPF. Con la primera, Pujol comprendió que González no necesitaba ser arrastrado hacia determinadas reformas económicas, queridas por buena parte de su electorado: sencillamente creía en ellas.

La segunda fue todavía más importante. González venció la oposición de significativas fuerzas de su partido para reorientar el discurso autonómico hacia posiciones defendidas por los nacionalistas.

A partir de entonces, las leyes se precocinaron antes de mandarlas al Parlamento, e incluso se pactaron las enmiendas. La mayoría parlamentaria funcionaba como un reloj y las encuestas indicaban a Pujol que su electorado se sentía altamente satisfecho.

Mientras, los hombres del Partido Popular acusaban a Pujol de un pacto para "taparse mutuamente las vergüenzas". Aznar empezó entonces a ser demonizado en Cataluña. Por otro lado, la presencia de un enemigo común profundizó el consenso de la mayoría gobernante, aunque la imagen de una Cataluña insolidaria y egoísta en el resto de España empezó a preocupar al presidente de la Generalitat.

La lógica de estas relaciones desembocó en algo más profundo: el acuerdo sobre un paquete de leyes presentadas conjuntamente en 1995. González y Pujol tenían técnicamente un pacto de legislatura, sólo que renovable año a año. La fortaleza europea de González terminó por redondear el idilio.

Sin embargo, la tormenta monetaria del primer trimestre del 95 resquebrajó el romance. Muchos empresarios catalanes fruncieron el ceño con disgusto. Poco después, los escándalos de etapas anteriores (GAL y corrupción), entonces en pleno auge, consiguieron romper la colaboración. Pujol temió ser arrastrado electoralmente en la caída socialista. Los resultados de las municipales de mayo se entendieron como un aviso.

Ahora vuelve a tener otra vez en sus manos la posibilidad de influir en el Gobierno de España. Pero Pujol piensa que las cosas no se cambian en un día. Para empezar, necesita confianza en su hipotético socio (que se retiren las minas) y que los suyos empiecen a digerir un posible acuerdo con el diablo de ayer.

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