La unidad
El terrorismo y el paro son dos cargas de tal envergadura en la vida -y en la muerte- de los españoles que todos los demás asuntos, en estos momentos, son a la fuerza de segunda fila. Unos partidos políticos que asumieran el servicio a la nación como deber superior no habrían de encontrar impedimentos para sumarse y afrontar conjuntamente estos males que perjudican la experiencia de vivir aquí. Y más, si como se esta observando día tras día, entre los dos grupos principales las diferencias se achican, sus programas se superponen y casi sólo a estos partidos los distinguen los atuendos, las mentiras y los peinados de sus líderes. Nadie espera que con el PP se viva mejor que con el PSOE, ni con el PSOE mejor que con el PP. Podría, sin embargo, ser un adelanto que las fuerzas de unos y otros se aunaran ante una situación de emergencia. ¿O a cuántos tienen que asesinar ETA todavía y a qué grado de inseguridad debe llegar la población? ¿A cuánto tiene que ascender el paro? Ni el país debe seguir sin acciones extraordinarias ni se ha de convertir en cuestión partidista el esfuerzo para encararse con casi una cuarta parte. de la población sin porvenir y un terrorismo con futuro. Suena grotesco en esta campaña ver enzarzarse a los líderes en banderías cuando la colectividad esta amenazada a su alrededor. Los sentimientos tristes y autodestructores que ha vivido España en los últimos años no acabarán ni con un presidente con bigote ni con cualquier otro ajeno a la necesidad de agrupar a todos por un tiempo y en una misma tarea. Ni Anguita, ni Felipe, ni Aznar, ni los demás, tienen interés por separado ante la magnitud de los grandes problemas nacionales. Seguir mordiéndose entre sí en estas circunstancia rebaja no ya su calidad de dúctores, sino de meros españoles con los que valdría la pena colaborar.
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