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Reportaje:

Cruz y raya

Punto de encuentro y desencuentro, cruce mestizo y castizo del Madrid periférico de Pueblo Nuevo, San Blas y la Ciudad Lineal, aquí perdía la. calle de Alcalá sus números y su fama para dar inicio a la antigua carretera de Aragón. Aquí estaba la Cruz de los Caídos, mazacote pétreo y escasamente heroico pese a las terribles y fúnebres consignas falangistas que acompañaban al inicuo yugo y a las amenazadoras flechas, invitando a una muerte gloriosa en acto de servicio a los indiferentes ciudadanos que circulan en su entorno, ajenos al heroico apocalipsis que se les proponía. Para completar el despropósito, al monumento, una vez finalizado, se le agregó en su culmen un mínimo busto, del tamaño de una hucha del Domund, un pegote con la efigie de José Antonio Primo de Rivera, entronizado como protomártir de una cruzada que sembró de cruces funerarias el país.La cruz fantasma aún emerge en el recuerdo de los ciudadanos que siguen llamando a esta plaza, huérfana hoy de cruces y de nombres, por su antigua denominación. Cayó la cruz, no sin ofrecer numantina resistencia a la piqueta, y antes a un par de petardos anónimos y caseros que apenas habían logrado desmochar las flechas de su haz. Cayó la cruz y en su lugar brotaron dos fuentes gemelas en fealdad, dos surtidores presuntamente decorativos que parecen construidos en hormigón de búnker, a prueba de vándalos y de estéticas.

Las desangeladas fuentes, estorbos para el tráfico rodado y peatonal, intensifican la grisalla ambiente los días de lluvia, borrando cualquier atisbo de humanidad en un entorno que sólo alegran engañosamente los rótulos de neón dé las cafeterías y los salones de juegos recreativos. Difusa su bella y modesta estampa, la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de Pueblo Nuevo ennoblece el arranque de Arturo Soria y se asoma tímidamente a la plaza con su ladrillo neomudéjar, su chato y armonioso campanario de ermita y sus delicadas grecas tejidas por anónimos alarifes. Su ábside, que da a la calle de los Misterios, el uno de los secretos mejor guardados de la zona, enclaustrada su ciega, arquería en un estrecho callejón. En su atrio, rotulados por manos infantiles, hay carteles que invitan a los jóvenes a participar en actividades corales y grupos de oración. En este lado de la plaza se ha levantado uno de esos parques tapa-aparcamientos en el que una plaza de metal cubierta de grafitos inscribe las reglas del código de comportamiento para los canes urbanos. Mientras sus dueños tratan de leer sus artículos, los chuchos estercolan a su aire el entorno y depositan sus regalos a los pies de los toboganes y los columpios infantiles.

En la esquina de Hermanos García Noblejas, un solar sirve de aparcamiento asilvestrado y temporal, circundado por las marquesinas de los autobuses urbanos y ocupado por camionetas y furgones de alquiler. Una valla publicitaria consigna que allí se construirá un centro comercial y de ocio, centro que levanta las suspicacias de algunos pequeños comerciantes que han hecho de los últimos tramos de Alcalá un centro comercial lineal abarrotado de bares, tiendas de confección, zapaterías,juguetes, muebles y alimentación.El tráfico humano de Alcalá desemboca en la plaza sin nombre, cuya referencia es ahora la del metro de Ciudad Lineal. Hay aquí un surtido mercado de alimentación que ocupa unas galerías subterráneas, y entre los establecimientos surgidos a su alrededor abundan los salones de juegos recreativos, bingos y loterías con sus campanillas luminosas, sus tréboles y demás símbolos del azar y la suerte. A media tarde, una multitud de señoras de edad, aferradas a sus bolsos, toman al asalto las cafeterías para darse la merienda, una merienda castiza, al margen de. consideraciones dietéticas, aunque algunas clientas intentan compaginar placer y dieta endulzando el espeso chocolate y los rotundos churros con sacarina y edulcorante, exigiendo leche descremada y café descafeinado.Compiten las cafeterías, incluso los pubs, en el tamaño y calidad de sus especialidades churreras. En uno de los establecimientos más concurridos de la zona, la parroquia espera pacientemente la irrupción en los mostradores de las porras gigantes, sabrosos misiles de colesterol con forma y nombre de arma disuasoria y de casi un metro de longitud. Los camareros conocen por sus nombres a las voraces consumidoras, las mujeres se imponen abrumadoramente a los hombres en una proporción de 80 a 20. Los camareros median en la pacífica distribución de las mesas y los asientos, amables y profesionales malabaristas moviéndose en el flujo torrencial y sorteando todos los escollos con sus atiborradas bandejas.

Los ludópatas no comen, se alimentan de cerezas, melones y frutas electrónicas que, giran en los cilindros de las tragaperras. Hay salones de recreativos, mixtos, con cafetería y zona infantil jaleada por el estruendo de toda clase de mortíferos proyectiles y ruidosos motores. Pero predominan los salones para adultos, sin más ruidos que los que producen las campanillas de la suerte y una 'iluminación mortecina de purgatorio. Pocos son los elegidos. para el paraíso de los premios especiales y muchos los que tras purgar sus carteras en las maléficas ranuras abandonan el local camino de sus infiernos familiares, con los bolsillos vacíos y una expresión de culpabilidad en sus rostros tras haber dilapidado el tiempo y la calderilla manejando como esclavos botones y manivelas en un suplicio de Tántalo, engarfiadas sus manos en las caprichosas palancas y escuchando reiterativos soniquetes.Hay por aquí bares, pubs, restaurantes y cafeterías para todos los horarios y necesidades. De madrugada, los trabajadores de la zona industrial de Canillejas le dan al churro y al sol y, sombra para tomar fuerzas. A mediodía, ese mediodía que en estas latitudes se materializa con un par de horas de retraso, corre la cerveza, se descuajan los callos a la madrileña y chisporrotean las patatas bravas. Luego llegarán los cafés y las meriendas, y cuando caiga la noche se iluminarán discretamente los discopubs como la Taberna de Alcalá o el Bus, que adorna sus muros con viejos carteles de la EMT, donde aún figura el viejo e ingrato nombre de la Cruz de los Caídos.

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