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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Escalada del terror

LA CAMPAÑA electoral para las presidenciales de junio en Rusia ha comenzado bajo el fragor de los combates entre el Ejército ruso y la guerrilla chechena y la cólera y el odio étnico en escalada continua. El estampido de los cañonazos con que Moscú trata de forzar a la rendición a los guerrilleros chechenos que retienen a decenas de rehenes en una localidad fronteriza entre Daguestán y Chechenia ya es sólo un intento desesperado por lograr una solución muy parcial a una crisis que ayer siguió extendiéndose. En Grozni, la guerrilla chechena capturó a una cuarentena de trabajadores rusos, y en el puerto del mar Negro de Trabzón, otro comando checheno secuestraba horas más tarde un buque con más de 150 civiles a bordo entre pasaje y tripulación. Si el presidente Yeltsin quería aplastar a la guerrilla en Daguestán para demostrar que está en campaña, aunque no sea todavía segura su candidatura, su arrebato de firmeza puede ya obligarle a una espiral de represión, violencia y muerte cuyo fin es difícil de predecir. El resultado de las recientes elecciones legislativas hacía presagiar un endurecimiento ante toda manifestación secesionista chechena. Con la victoria de comunistas y nacionalistas, el margen de maniobra del presunto reformista que es Yeltsin se reducía drásticamente. Apoyado por un Ejército incompetente que va de humillación en humillación, Yeltsin tenía que reafirmarse. Era de temer que lo hiciera de la peor manera. Ayer, al inaugurarse la nueva Cámara, el viceprimer ministro Anatoli Chubais, defensor del plan de privatización, fue expulsado del Gobierno para dar más fuerza al cambio de orientación, de su política, ya definido por los ceses de Andrei Kózirev, ministro de Exteriores, y del también viceprimer ministro Serguéi Shajrai, destacados reformistas del equipo presidencial. Así, el Gobierno de Yeltsin es cada vez más manifiestamente panrruso y muestra menos respeto hacia las inquietudes occidentales. Parece ignorar ya por completo el hecho de que las buenas relaciones con Occidente pasan por una resolución de los conflictos por cauces civilizados de diálogo y no por los de tierra quemada, tan en boga en el Cáucaso.De nada sirve a Occidente la secesión chechena, y es obvio que ésta ha sido auspiciada: en mayor grado desde Moscú que desde Washington u otra capital occidental. Es perfectamente comprensible que cualquier gobernante ruso trate de impedir una independencia que podría augurar el comienzo de la desintegración de la propia federación pos-soviética. Y habría bases para generar simpatía hacia la causa rusa en Occidente. Porque los métodos chechenos de guerra por el terror, si bien comprensibles desde la debilidad, son totalmente condenables. No hay ninguna razón ética ni histórica que los justifique.

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Dicho todo esto, Occidente, tampoco puede cerrar los ojos ante el empleo por parte rusa de medios indiscriminados de fuerza que ponen en peligro vidas inocentes. Lo ha expresado así el Consejo de Europa pidiendo que no se utilice "fuerza desproporcionada" para poner fin al secuestro. Pero no parece que Yeltsin, ni sobre todo su Ejército, estén hoy demasiado atentos a la opinión occidental. Estados Unidos y la Unión Europea han tratado de acomodarse a los legítimos recelos de Moscú a una futura ampliación de la OTAN hacia el Este. Pero si el comportamiento de Rusia, incluso en sus intereses interiores, no reconoce límite ni conciencia, los poderes occidentales habrán de concluir que pocas posibilidades hay de calmar las pretensiones del Kremlin. Y que frente, a una Rusia desbocada hacia la retórica de la violencia tiene que utilizar sus, propios recursos para que Moscú vuelva a asumir el discurso de la razón.

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