El valor de diez centímetros
Imaginemos un partido de fútbol. Un partido cualquiera de Primera División. El, equipo de casa lleva la. iniciativa dominando el choqué, mientras los visitantes se dedican a contragolpear con timidez, pero sin aparente peligro. En uno de esos contraataques consiguen un gol y acto seguido aparcan la flota de autobuses de su ciudad de bajo del larguero. Hasta el final del encuentro los delanteros locales se hartan de fallar ocasiones. La última de ellas, la más clara. El delantero centro lanza fuera el balón cuando, según los cronistas, eso era lo más difícil que podía hacer. Una expreisión que han institucionalizado como el summun del error, aunque todos sepamos que lo más difícil sea precisamente lo contrario. Al día siguiente, las páginas deportivas, que todo el mundo esperaba optimistas barruntando la fácil victoria, local, se vuelven ásperas y lacerantes, especialmente con "ese torpe delantero que se empeña una y otra vez en dar la razón a quienes le critican". La que parecía iba a ser una semana tranquila se convierte en el prejudio de una tormenta con aparato eléctrico de no conseguir algo positivo en el próximo desplazamiento al campo del líder. Casi nada.
En su reunión semanal, la junta directiva acuerda, en un alarde de madurez, mantener la confianza en los jugadores y sobre todo en el entrenador, cuestionado por un sector del público y secretamente por algunos directivos. Sin embargo, se intuye cierto desencanto en las comparecencias públicas del presidente, que sugiere. sutilmente mayor esfuerzo y responsabilidad a la plantilla. Los aficionados padecen, no en silencio precisamente, la incapacidad atacante, la bisoñez defensiva o la falta de un líder carismático en su equipo, según sea el caso, mientras engrosan la estadística de los estudios, especializados, tos cuales afirman que la marcha de un club de fútbol en el campeonato de liga es directamente proporcional a la actividad sexual de sus seguidores.
Durante la semana el delantero centro le da mil y una vueltas a la fatídica. jugada. Sólo piensa en la oportunidad de resarcirse de este tormento el domingo siguiente. Eso si es titular. Porque si, se jugaba el puesto la jornada anterior, perpetuará en su memoria ese balón que le venía con la rosca cambiada y que diez centímetros más abajo hubiera sido gol, otorgándole la condición de imprescindible en su equipo, cuando sólo le ha traído desasosiego. Se imagina calculando el golpeo y colocando, la pelota en el sitio justo. Ahora todo sería diferente. Felicitaciones del entrenador, abrazos de los directivos-, docilidad de los periodistas, sexualidad realizada de los aficionados. Apenas diez centímetros. Ésa parece ser la distancia entre el éxito y el fracaso, aunque el delantero centro no se lo acabe de creer.
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