Los libros
Carmen Salanueva está preparando un libro. A todos los que tienen problemas con la justicia les da por lo mismo. Lo incomprensible es que los libros no huyan ante la amenaza de ser escritos por esa panda de iletrados. Si Carmen Salanueva hubiera decidido vengarse de su situacion realizando autopsias, los ayes de los muertos llegarían hasta los sótanos del BOE. Y si Juan Guerra, en lugar de desahogarse con una autobiografía se hubiera dedicado a la construcción de rascacielos, los edificios se habrían venido abajo para protestar y el susodicho estaría en la cárcel por intrusismo profesional.Mario Conde se alivió escribiendo El sistema. Con el dinero que tiene podría haber montado una piscifactoría o una granja de chinchillas; no lo hizo porque el sindicato de merluzas le habría puesto una demanda y el colegio profesional de roedores le habría llevado ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Lo único que se puede hacer impunemente en este mundo es escribir un libro. De hecho, si uno monta un consultorio médico sin título se busca la ruina. Y si caza un animal de una especie protegida, también. Y para conducir un tren has de ser maquinista. Es normal: nadie en su sano juicio se dejaría operar de la vesícula por un relojero. Los libros, en cambio, se dejan escribir por cualquiera. Cuando Carmen Salanueva termine el suyo, me gustaría hacerle una entrevista. Al libro, naturalmente. Daría cualquier cosa por saber qué piensa de sí mismo un volumen mecanografiado por una señora tan fantasiosa. Le preguntaría si su autora trató de hacerle creer que estaba siendo escrito por Virginia Woolf o se presentó como una reina en libertad bajo fianza. Y es que me han dicho que Mario Conde hizo creer al suyo que él era Scott Fitzgerald, de ahí que se dejara escribir el pobre. Mienten mucho.
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