Un alcohólico asesina a tiros a su madre y a un cuñado en casa
, Con una escopeta de caza y en plena borrachera, Victoriano Recio Sánchez, alcohólico, de 45 años, mató ayer a su madre, Amparo Sánchez Escudero, de 65, y a su cuñado Francisco Ojeda Bayón, de 27. El asesinato fue cometido a las 20.35 tras una disputa en el domicilio de la familia, en Carabanchel. La hermana del criminal -y esposa del fallecido- presenció la escena mientras cambiaba la ropa a su hijo de un año. Incluso, según relató luego, sintió en la espalda el filo de un balazo. Pero antes de que el cañón girase hacia ella consiguió huir. Se dirigió en una frenética carrera hasta el cercano bar Satélite, propiedad de su padre. "¡Subid, subid, que Victoriano se ha puesto a disparar!", fue lo único que acertó a gritar. El padre y un puñado de clientes acudieron hasta el tercer piso de la calle de Alcaraván, 41. La puerta estaba cerrada. El asesino se había fugado. Alfredo D., un hombre rubio y corpulento, derribó la entrada y se encontró con dos moribundos tirados en el suelo, del comedor: Amparo
Sánchez, con un tiro en los riñones, y Francisco Ojeda, en el corazón. Alcanzó a coger a Ojeda, quien aún balbuceaba. En brazos lo acercó hasta el ascensor. De poco sirvió. El cuñado del homicida se metió dentro para morir sobre el suelo del elevador. Tampoco corrió mejor suerte la madre, pese a los intentos de reanimación del servicio de ambulancias Samur. El padre del homicida, de 66 años, se había hundido ante el abismo: "¡Me la ha matado. Era lo mejor de mi vida!", repetía junto al cadáver de su esposa, mientras golpeaba su bastón contra el suelo. Unas arcadas acallaron su voz.
Entretanto, el asesino seguía en paradero desconocido. La movilización policial no se hizo esperar. Las patrullas del Cuerpo Nacional de Policía y de la Policía Municipal, así como los agentes de la Brigada Provincial de Policía Judicial, se desparramaron por el barrio en busca de Victoriano Recio. En cualquier momento -temían los investigadores- podía volver a matar.
PASA A LA PÁGINA 3
El homicida se ocultó en la chatarrería de su padre antes de entregarse a la policía
VIENE DE LA PÁGINA 1Entre el vecindario de Carabanchel corrió el pánico. Un asesino andaba suelto. La policía, sin embargo, localizó al hombre sobre las diez de la noche. Victoriano Recio se había refugiado en el almacén de la calle de Salvador Alonso donde su padre guarda la chatarra (allí siempre echaba una mano el fallecido Francisco Ojeda, un infórmático en paro que sacaba dinero ayudando a su suegro).
El lugar fue rodeado por os agentes. Aparecieron incluso los geos. Las sirenas, las luces, los gritos conminaron a salir al homicida, quien se entregó. La reconstrucción de las horas previas al doble crimen, muestran a un Victoriano Recio ebrio, acodado en la barra del bar Avenida. "¡Que me pongas una copa de 103 [cognac]!", le dijo al camarero del establecimiento. El empleado, al que el padre del borracho había pedido que no sirviese alcohol a su hijo, se negó. Victoriano se puso bravo. Hinchó pecho y, según el relato de un testigo, le espetó al camarero: "¿Pues ahora me tomo el 103 y un pelotazo!". Le sirvieron lo que pedía. Con el alcohol en la sangre, salió del establecimiento sobre las 20 horas. Rumbo a la casa donde convivía con sus padres, su hermana y su cuñado Francisco Ojeda. En su camino se cruzó precisamente con Ojeda, quien estaba cambiando una rueda a la furgoneta de su suegro, empleada para recoger chatarra. El cuñado advirtió posiblemente algo anormal en la conducta de Victoriano, quien había subido al piso, y le siguió.
Quienes conocían a Victoriano, el mayor de los seis hermanos Recio -tres hombres y tres mujeres-, no se mostraron excesivamente extrañados por su comportamiento criminal. Aficionado a la caza, este instalador de calefacciones llevaba años hundido en la botella. Perdía los empleos uno tras otro. A la deriva por los bares -excepto el de su padre, al que tenía prohibida la entrada-, su cuerpo enjuto, pequeño, era capaz de brutales estallidos. El primero llegó a principios de los ochenta, cuando durante una bronca familiar efectuó dos disparos para imponerse. El padre, entonces, le arrebató el arma y se la entregó a la policía, quien, como ayer lamentaban los familiares, se la habían devuelto. "No fue la única queja de la que tuvo conocimiento la policía. El padre, no les dejó de pedir ayuda, pero no le hacían caso", recordaban los allegados, quienes formaron un remolino frente a la vivienda, al que iban llegando los hermanos. Soledad Recio, mujer del fallecido, era incapaz de hablar. El torbellino giraba a su alredeor. "¡Lo voy a matar, lo voy a matar!", chillaba desesperado el más joven de los hermanos. Detrás suyo, aún se podía ver el cadáver de Ojeda.
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