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San Juan, San Pedro y San Pablo

La Comisión Ejecutiva del PSOE propuso anteayer a Felipe González como candidato para la presidencia del Gobierno en las elecciones de marzo de 1996; la decisión final será adoptada formalmente pasado mañana por el Comité Federal. Antes del verano, Felipe González había dejado caer discretamente en algunos medios, con mayor fuerza esta vez que en vísperas de las citas de 1989 y 1993 su propósito de no encabezar las listas socialistas en los próximos comicios. ¿Fue sincero aquel anuncio de retirada o sólo constituyó una finta maquiavélica? Pese a que el debate resulte inevitable, las discusiones en torno a las causas de ese viraje de 180 grados serán ociosas e inconcluyentes: desde el mes de julio hasta ahora, algunos acontecimientos han cambiado tanto el escenario político-judicial que las premisas del silogismo abandonista y su conclusión lógica también han quedado modificadas. De añadidura, los intérpretes de esa mutación no están obligados a elegir necesariamente entre el candor de los móviles de Felipe González y la astucia de su conducta: algunos adultos se dejan mecer en ocasiones por la irrealizable ensoñación adolescente de abandonar su oficio para iniciar una nueva vida.Sincero o no, el propósito de retirada del presidente del Gobierno quedó seriamente averiado por la exposición razonada sobre el caso GAL enviada al Supremo a finales de julio por el juez Garzón. El inquietante compás de espera abierto por las actuaciones judiciales respecto a las comparecencias, suplicatorios o procesamientos de los cuatro imputados aforados (González, Barrionuevo, Serra y Benegas) paralizó desde entonces las estrategias electorales socialistas; mientras que el eventual carpetazo dado al sumario reivindicaría a Felipe González como víctima de una feroz campaña de desprestigio, el procesamiento de Barriponuevo debilitaría la presunción de inocencia penal del ex ministro socialista y reforzaría las exigencias de responsabilidad política por los crímenes de los GAL dirigidas contra el presidente del Gobierno. Si bien Felipe González ha demostrado a lo largo de su carrera una gran maestría para el manejo de los tiempos políticos, en esta ocasión quedó prisionero de una variable fuera de su control; el pausado ritmo de la Administración de Justicia, y el adelanto a marzo de 1996 de las elecciones generales frustraron su deseo de demorar su decisión hasta que el Supremo desvaneciése las incertidumbres: porque al día de hoy se ignora todavía, si Barrionuevo será o no procesado y si el presidente del Gobierno será o no llamado a declarar.

El nombramiento de Solana como secretario general de la OTAN ha sido el segundo obstáculo para una retirada ordenada de Felipe González desde la primera línea de fuego hasta las trincheras. Con Solana como candidato, el presidente del Gobierno hubiese podido hacer compatible su renuncia a encabezar por séptima vez la lista electoral socialista con la conservación de la Secretaría General del PSOE y el mantenimiento de su autoridad sobre el grupo parlamentario. De haber prosperado esa estrategia, los socialistas habrían creado una situación de bicefalia al estilo del tándem formado en el País Vasco por Arzalluz y Ardanza. Ahora bien, ese tipo de emparejamientos requiere que el miembro más débil de la diada acepte sin discusión el liderazgo político del más fuerte. Solana cumplía a la perfección ese requisito, pero no resulta fácil encontrar otro socialista que reuna sus mismas condiciones; para plantearlo en términos evangélicos, una vez abandonado por San Juan (tras la marcha de Solana a la OTAN), Felipe González no podía contar con San Pedro (el gallo cantó tres veces para Guerra en 1990) y desconfía de San Pablo (Borrell no forma parte del núcleo fundacional de los primeros apóstoles dentro del PSOE nacido en Suresnes).

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