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FÚTBOL DECIMOSÉPTIMA JORNADA DE LIGA

El Madrid levanta ampollas

Chamartín arremete de nuevo contra el equipo en el debú de Petkovic

José Sámano

, Chamartín está de uñas. La hinchada no da tregua y él Madrid tampoco es capaz de invertir la situación. Poco importa que el equipo dejara entrever en las últimas semanas una leve recuperación. Y que el visitante sea el Celta, un equipo terapéutico, de ésos que no asustan ni antes ni durante el partido: un conjunto ideal para enemigos con intención de redimirse. Ante este cartel, la grada recibió júbilosa al grupo de Valdano, a la espera de una fiesta capaz de reconciliarla definitivamente con el equipo. Pero se dio de bruces con un choque abúlico, espeso, fatuo en casi todos sus tramos.Lo que iba a ser una tarde balsámica acabó en una tortura. Derivó en un espectáculo impropio del Bernabéu, sin unas gotas de lucidez, sin emoción, sin pulso. Y el público disparó contra todos. Protestó a Rincón, abucheó a Esnáider, silbó a Michel y, sobre todo la tomó con Hierro. El malagueño abortó la única ilusión que quedaba en la grada. En el tramo final, Chamartín sólo aguantaba sobre el cemento para ver a Petkovic. Se había hablado de su pegada y quería verle lanzar faltas. Hierro, el primer ejecutor del equipo, no cedió y el escenario se dinamitó. Ni fútbol ni Petkovic. Hoy, la grada lo discute todo.

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Aquel Madrid que sólo una semana antes había dejado un rastro de altura en Sarriá, tardó media hora en desperezarse frente al Celta. En medio de la irritación general y tras 30 minutos de oscuridad, tuvo que ser el madridista más descarado -Álvaro- quien incendiara el partido. Hasta entonces nadie había intentado el vértigo, ni el uno contra uno, ni nada de nada. Sólo lo de siempre, la misma cantinela: toque y toque en las zonas templadas, donde todo es apariencia.

Demasiado mecánico, el Madrid olvidó que el juego también requiere chispa, unas dosis de electricidad y un poco de engaño. Y así lo entendió Álvaro. Sólo algún pecado juvenil podía librar al Madrid. Porque la generación qué irrumpe con fuerza en el fútbol español destaca por su atrevimiento. Y Álvaro no es una excepción. Quiere los focos para él, mientras que otros, quizá cegados por años de júbilo o lo que es peor, deslumbrados por un simple rayo de éxito, viven ausentes.

A falta del entusiasmo colectivo, el zurdo Álvaro recibió la pelota pegado a la cal de su banda. Su salida natural era por la izquierda, su lado menos tieso. Pero recortó hacia dentro. Zigzagueando se presentó, al borde del área y tan hambriento está el chico que no esperó a moldear su zancada para situar el balón en su pierna izquierda. Arreó un zapatazo con la derecha que se estrelló en la red. La locura de Álvaro dio un impulso al partido. Su fábula fue una invitación a los compañeros, un guiño para que el Madrid se tragara al Celta.

Curiosamente, sólo Rincón, al que la grada ya había reñido, entendió el mensaje. Desde la posición de Laudrup formó sociedad con el goleador de la tarde y le dibujó un par de pases muy lúcidos. Álvaro seguía con el intermitente puesto, sólo por su lado latía el Madrid.

En diez minutos, los únicos que no merecieron desparramarse en el cubo de la basura, el colombiano se dejó ver y el Bernabéu estuvo a punto de tirar de cohetes. ¡Por fin! El juego de Rincón es parsimonioso, pero, al menos ayer, bien intencionado. Tuvo más presencia que nunca, descubrió algunos espacios y se inventó varias fintas de gran delicadeza. La tarde era suya, pero Álvaro fue su único bastón. Los demás no estaban. Nada se supo de Esnáider; a Michel no le bastó su enorme voluntad; y Raúl no tuvo frescura.

Lo de Álvaro y Rincón fue una sociedad limitada, una simple mueca en medio del tedio. Uno y otro acabaron engullidos por el letargo general y el segundo tramo del choque fue un culebrón. El equipo estuvo más descosido aún. Sin luz por las bandas, ausente por el centro y escaso de espíritu en todas sus acciones. El Madrid volvió a bostezar. Como ya ha ocurrido en otros duelos de la temporada, los madridistas volvieron a trazar un fútbol helado, poco apasionado. Por supuesto que el Madrid tuvo el partido de cara. Por supuesto que tuvo siempre la pelota y esposó al pálido equipo vigués. Faltaría más.

Con las tracas tronando en Chamartín, Valdano tiró del mejor calmante posible. Dio paso a Rambo Petkovic y desvió así la atención popular. Pero Hierro sacó brillo a sus galones y se tragó la aspirina. Al serbio sólo le quedó poner voluntad y exhibir varios toques con ambas piernas. Su tibio debate con Hierro dejó claro que tiene desparpajo.

Justo que le faltó al Celta, que en una jornada de sesteo blanco, sólo se mostró decidido cuando enfiló la recta final. Nada había hecho en 80 minutos, sólo refugiarse, sin que nadie supiera de qué. Pero en el último suspiro, Milejevic tuvo el empate en dos ocasiones. Su nulidad evitó que Chamartín ardiera. El matrimonio de hace sólo unos meses ha dado paso a una seria amenaza de divorcio. Un trueque demasiado acelerado.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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