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Raúl enciende todos los focos

El Madrid pasa ronda en la Liga de Campeones de la mano de su estrella

José Sámano

Jerarquia, autoridad y contundencia. Eran Ios tres atributos reclamados por Jorge Valdano en las horas previas a la cita suiza. Cargado de dudas por su temporada irregular, quería el técnico destripar al equipo en una prueba europea de escasa trascendencia y apariencia plácida. Una cita ideal para tomar el pulso a la plantilla, sometida a grandes convulsiones desde el inicio de campaña. Y el Madrid aprobó el examen. Aún está lejos de ser un grupo atractivo, brillante, dejó en Zúrich algunas rimas interesantes: el equipo jugó con aplomo, con las líneas encorsetadas y el fragor que se presupone presupone a quien quiere trepar a la élite peldaño a peldaño. Imponiendo su autoridad incluso en partidas irrelevantes de aspecto tedioso. Valdano había apelado a las diatribas propias de quien suspira por un rincón en la cima por atributos propios; no sólo por la dimensión histórica de un escudo. Y sobre el césped descubrió algunas respuestas para alimentar sus sueños.Pero por encima de todas las huellas quedará siempre la estela de Raúl. Su crecimiento como jugador es meteórico. En Zúrich todo el equipo se iluminó a sus espaldas. Estuvo en ataque, tapando agujeros en la medular y mostrando templanza cuando se necesitaba y vértigo cuando la situación se invertía. Es aplicado y tiene hambruna de gol. No cabe pensar que en su cerebro juvenil haya hueco para algo más que el fútbol. Su juego trepidante mantuvo al Madrid siempre de cara al partido. Es contagioso para sus compañeros y se ha convertido en el foco de referencia para todos los trances.

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Con el Grasshopper siempre abrochado en ataque por la insultante superioridad de Hierro y Sanchis, y la escasa destreza de los suizos, los madridistas afrontaron el encuentro con decisión y agresividad. Sin recelos, con cierto caudillaje. Laudrup tomó el control de mandos y sin más demora trazó dos diagonales que dejaron a Raúl y Esnáider solos en la guarida rival. Dos golpes suficientes para meter al Grasshopper en un túnel del terror, tembloroso por las embestidas. La aceleración inicial dio paso a un sosiego incomprensible. La furia inicial quedó maquillada por fútbol agreste. Afloró la liturgia del sueño: toque, toque, tiqui, tiqui. Nada trascendente.

Poco a poco, el equipo se fue vertebrando en torno a Milla y por esa vía perdió toda su frescura. Cuando el turolense adquiere el mando, el juego adopta una cadencia insoportable. El balón se enreda en una secuencia de viajes soporíferos. Milla es un gran recuperador en la batalla, un tipo muy aseado tácticamente, pero en ocasiones él y sus compañeros trastocan su papel.

El turolense es sólo un recurso para la conducción. Un desahogo para quien esté en apuros, pero no está dotado como conductor: sólo tiene una velocidad. Al ritmo de Milla el Madrid se fue diluyendo, hasta que ante Ias constantes exigencias desde el banquillo recordó la quinta velocidad de Hierro. Con la defensa suiza muy adelantada y Luis Enrique y Amavisca ensanchando el campo, los zapatazos del del defensa malagueño agrietaron al Grasshopper. Más pendientes de las bandas los suizos, Laudrup y Raúl, hasta entonces atrapados en un charco, tuvieron más espacio. El Madrid sumó más argumentos ofensivos. El danés, cómodo en un duelo escasamente físico, descubrió un sinfín de caminos. Ya se sabe, "el aquí te miro allí la pongo". Una obra de arte tan familiar pata el fútbol español que de tanto initentarlo ya ha dejado bizco a más de un retoño.

Maniatado el enemigo y con Laudrup en un papel mesiánico, al Madrid inicialmente le faltó pegada. Todo era cuestión de tiempo. El partido siempre estuvo del lado blanco, que a medida que intensificó su ritmo fue perfilando la victoria. Hasta que aparecieron Esnáider y Raúl.

Esnáider trazó su mejor actuación desde que regresó a Chamartín. Laborioso y más calmado que de costumbre, el argentino se integró en el juego colectivo. Sin suerte como rematador, dejó grapados para la retina dos servicios magníficos: uno para el arreón de Michel en el segundo gol -un zarpazo de izquierda que taladró la red- y otro poco después, por el carril interior, que desperdició Raúl.

El líder de la regeneración auspiciada por el cuerpo técnico dejó rasgos inolvidables. Su quinto gol europeo y un gesto para el laboratorio de cualquier afamado analista. Minuto 85: el partido culminado, sin nada que decir. El Madrid pierde la pelota en la zona media y en el contraataque suizo irrumpe el cuerpo de garabato de Raúl pura despejar con fiereza y amortiguar la amenaza. El hambre futbolístico de este chico no es escrutable. Sus piernas de alambre son dos pulmones a los que hoy por hoy está enganchado el Madrid. En su espinoso tránsito hacia la cúspide que anhela VaIdano, él parece el mejor timonel. Un escaparate para sus compañeros.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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