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Un terreno minado

Adam Michnik

¿Se transformará Polonia, bajo la presidencia de Aleksander Kwasniewski, democráticamente elegido, en un Estado de la nomenklatura? ¿Destruirán los ex comunistas la independencia dé los tribunales y del Banco Central? ¿Destruirán la independencia de la televisión pública y el control civil sobre las Fuerzas Armadas y los servicios especiales?Esas preguntas se hacen, hoy millones de polacos, después de haber visto el nuevo gran cambio dado por el país. El símbolo de la oposición anticomunista, el hombre que cambió la faz política del planeta, el líder del movimiento Solidaridad que en los años 1980-1981 tenía 10 millones de afiliados, el premio Nobel de la Paz 1983, Lech Walesa, perdió las elecciones con un rival, Aleksander Kwasniewski, salido de las filas del comunismo.

Nada ni nadie podrá ignorar la elocuencia simbólica de ese hecho que anuncia el fin de un periodo de 15 años de dominación de Walesa en la política polaca. Las urnas decidieron que los ex comunistas tendrán todo el poder en sus manos, pero tendrán que gobernar en una sociedad partida en dos.

¿Por qué perdió la Polonia de Walesa? ¿Por qué perdió la Polonia católica, la de Solidaridad, la nacionalista y la de la oposición democrática anticomunista? Antes de triunfar en Polonia, los ex comunistas vencieron en Lituania, Hungría y Bulgaria, y en todos los países la respuesta fue igual: les dieron el triunfo los desilusionados, los descontentos, los frustrados, los insatisfechos con los cambios acarreados por la economía demercado con su creciente inseguridad social, con su gran paro laboral. Esa inseguridad relacionada con el mañana y el temor ante una descomunistización agresiva empujó a las grandes masas a dar su apoyo a los ex comunistas.

Como sucede en todas las revoluciones, la gente pensaba que con el triunfo de lo nuevo se haría el milagro y con la libertad llegaría también la opulencia. No fue así. La libertad resultó para muchos una responsabilidad demasiado grande. El bienestar llegó solamente para unos pocos, y con él la incertidumbre de que imperaba la injusticia. Paralelamente, las jóvenes democracias se enfrentaron al problema de los principios morales que debían servir de base al Estado de nuevo tipo. ¿Crear Estados étnicos? ¿Crear Estados dominados por la ideología de los vencedores? ¿Crear Estados confesionales? ¿Crear un Estado democrático para todos?

Hoy nos convencemos de que la drástica operación económica que hizo en Polonia Leszek Balcerowicz devolvió. la salud al país, pero los frutos, aunque ya palpables, siguen siendo insuficientes para asegurar una gran mejora del nivel de vida, garantizar trabajo a todos o ampliar el sistema de asistencia social.

Muchos obreros de las grandes empresas comunistas, que con sus huelgas obligaron al poder dictatorial a dialogar con la oposición y acordar la apertura democrática, resultaron particularmente castigados. Sus plantas fueron cerradas o perdieron los subsidios que recibían y los trabajadores se encontraron ante una situación de zozobra antes desconocida. También se asusta" ron los- campesinos, porque la apertura del mercado ante los productos occidentales les hizo muy difícil la venta de lo que producían, de peor presentación.

Aparecieron las consignas de que "la revolución debía ser llevada hasta el fin" y las nuevas élites fueron acusadas de "saquear" la riqueza del país. Las consignas populistas cayeron en terreno abonado, porque en los primeros años de la transición efectivamente aparecieron una gran corrupción, una potente economía sumergida y una gran desigualdad social. Se culpó de todo a la privatización, a la economía de mercado y a la deshonestidad de los gobernantes salidos de distintas corrientes de Solidaridad. La más descontenta y radical de ellas, populista, nacionalista y xenófoba, trató de salvarse de las críticas generales lanzando la consigna de la descomunistización, con la esperanza de que serviría de bandera para "terminar la revolución". Los revolucionarios propusieron hacer una purga nacional aprovechando las actas dejadas por la policía comunista, hacer una descomunistización total, expulsando a los antiguos miembros del partido de los cargos públicos.

Esos postulados aparecieron con mayor o menor fuerza en todos los antiguos países comunistas. Las soluciones que se dieron fueron diversas. En la antigua república alemana y en la República Checa se llevó a cabo una descomunistización muy severa. En Polonia y en Hungría apenas se dieron algunos pasos para sacar de los cargos relevantes a los personajes más desprestigiados. Sin embargo, la descomunistización no dio los efectos esperados en ninguna parte, porque los "chivos expiatorios" nunca son un buen remedio.

Así chocaron dos lógicas, la de la reconciliación y la de la reconquista. Aparecieron también dos populismos enfrentados: el procomunísta, nostálgico, y el anticomunista, con semblante bolchevique. El primero recordaba que bajo el comunismo no había paro y sí había vacaciones baratas para los niños. El segundo acusaba a los comunistas de haberse hecho con el capital en todo el país, de "saquear" sus riquezas.

Al hacer un balance del comunismo hay que pensar en la gente que lo apoyó, porque creyó honestamente en su utopía; en aquellos que lo respaldaron por razones pragmáticas, porque podía realizar sus sueños solamente en el mundo real en que vivían, que era el comunista. ¿Cómo valorar a comunistas reformadores como Nagy y Dubcek, qué trataron de hacer más humano el sistema? ¿Y los comunistas que, defendiendo sus ideales, se convirtieron en disidentes, en oposición? También hay que hacerse la pregunta de si todos los anticomunismos merecen ser aplaudidos. No lo merece el anticomunismo que. conduce a la rehabilitación del fascismo.

Los nuevos Estados poscomunistas buscan hoy su identidad. El comunismo fue rechazado en nombre de la libertad, pero esa libertad puede conducir a la creación de Estados para todos los ciudadanos o solamente para determinadas etnias. El chauvinismo poscomunista con frecuencia echa mano a las religiones que aspiran a desempeñar el papel de ideologías políticas dominantes.

Ese tipo de religión, una religión integrista, es la que observamos hoy, en Serbia, una religión que pretende presentarse como el bastión que defiende al pueblo ante un mundo impío. Los integristas se consideran dueños de verdad y afirman que por sus bocas habla Dios. Los que piensan de otra manera son herejes. Por ejemplo, a los adversarios de una ley restrictiva del aborto los definen como partidarios del holocausto. Ese tipo de religión se empeña en evangelizar al pueblo con ayuda de las instituciones del Estado y exige privilegios frente a otras confesiones. Ese integrismo rechaza la integración con Europa, porque ve en Occidente la "civilización de la muerte", la Babilonia de nuestros tiempos la fuente de todos los pecados.

Ante ese integrismo surge un anticlericalismo cavernícola que se basa en un nuevo nihilismo poscomunista. El anticlericalismo cavernícola no es una respuesta al integrismo religioso, sino un fenómeno que cuestiona todo pensamiento que se basa en valores positivos, porque su fuerza es el cinismo. Es la ideología de la nomenklatura que ha hecho fortuna y sustituyó el carné del partido comunista por el talonario de cheques, pero sin cambiar su visión del mundo.

Un Estado democrático no puede ser dirigido como un movimiento masivo de protesta contra la dictadura. El líder carismático está condenado, por su forma de ser y ambiciones, a un conflicto permanente con la clase política. Y esas tensiones son inevitables en el primer periodo de la transición hacia la democracia. La democracia es una libertad sometida a las normas del Estado de derecho. En la etapa de la transición, la libertad es a veces excesivamente caótica y muchos la perciben como un desorde con el que hay que acabar. Esa es una de las causas del retorno de los ex comunistas al poder, la causa de la restauración de terciopelo.

Aunque el retorno de los ex comunistas al poder significa la reaparición' del reparto de cargos entre los camaradas, un ritmo inferior' de la privatización el abandono de la descentralización del Estado y el abuso arrogante de la mayoría parlamentaria sin la búsqueda de compromisos con la oposición, no se puede hablar de la restauración del comunismo, porque en líneas generales las reformas son continuadas. La restauración de terciopelo es la etapa en la que los hombres del antiguo régimen buscan la adaptación al nuevo sistema democrático, de merca do libre, y en ese sentido es un gran paso hacia adelante.

Lech Walesa ha pagado por sus errores, pero también por los grandes. cambios que impulsó. Y puede decir, como Churchill, que ganó la guerra más difícil para perder luego . unas elecciones.

Los electores de Kwasniewski no quieren el retorno del comunismo, la dominación de Rusia, la dictadura del partido ni una economia. estatal. Votaron por urta Polonia tranquila y normal. Kwasniewski supo, presentarse como la mejor alternativa para un Walesa autoritario, plebeyo y de modales groseros, como un político moderno y reconciliador, un hombre del futuro, el político de la Polonia de todos".

Los polacos dieron su voto mayoritario a esa imagen de Kwasniewski, pero tenemos que recalcar que optaron por una' gran incógnita. Lo único seguro es el fin de la era del gran electricísta.

Adam Michnik es editor del periódico polaco Gazeta Wyborzka

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