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Tribuna
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Como los chorros

Y otra cosa que no entiendo muy bien, la verdad, es lo de la limpieza. Según una reciente encuesta de la Organización de Consumidores y Usuarios, hecha pública el 25 de octubre (EL PAIS, 26 de octubre), Madrid, es una de las ciudades más sucias entre las 70 más importantes de España, ocupando, según los socios de tan responsable entidad, el puesto 46 en cuanto a satisfacción con el servicio de recogida y él 52 en lo referente a la limpieza viaria.Sin embargo, basándome en la observación cotidiana y directa de mi entorno callejero más inmediato, resulta muy difícil comprender dicha circunstancia, porque lo que sufrimos en mi barrio es un terrible y abusivo exceso de limpieza. El otro día hablaba en estás mismas páginas de la auténtica fiesta del agua montada por el Ayuntamiento, en plena sequía, para regar parques, jardines y, espacios verdes de Madrid, con pasmosa prodigalidad. Hoy quiero denunciar los increíbles excesos perpetrados en el aseo de las calles de la urbe o,al menos, algunas calles.

Verán: las ventanas de mi humilde casa, que es la suya, dan a G. R. M. (utilizo las siglas en el intento de defender su honor, como se hace hoy con los asesínos, violadores y otros delincuentes), una callecita angosta y corta, poblada por funcionarios, muchos de ellos ya jubilados, y otras gentes de orden, limpias y modosas como ellas solas. Aquí no hay bares escandalosos del sábado noche, ni multitudes de jóvenes enfebrecidos que pulvericen las litronas sobre el pavimento después de trasegar su contenido. Como no existen tales bares, ni tales jóvenes, no beben, no orinan, no defecan.

Sin embargo, y no sé sabe por qué extraña razón, esta calle se limpia con saña todos los días del año, incluidos los festivos, y no sólo los corrientes y molientes, sino los más aparatosos,como Navidad Año Nuevo, Viernes Santo, que se yo. El follón continúa durante el verano, sin respetar vacaciones ni sueños de la ciudadanía, ya que estos trabajos se desarrollan siempre con las primeras luces del alba. ¿Por qué? ¡Misterios insondables del pensamiento municipal!

Pero lo importante no es buscarle explicaciones al extraño,fenómeno, sino, ante todo, consignar que estos señores están arruinando mi existencia: me acuesto tarde, y luego explicaré por qué, vivo en un segundo piso, la' tragedia se masca.

Esta situación comenzó con los señores vestidos de verde, porque los señores vestidos de butano, o sea los antiguos barrenderos, eran mucho más discretos y considerados, ¡dónde va a pararl Y aquí un inciso, con la venia: ¿se han dado cuenta de lo raro que es todo? Los butanos. fueron reemplazados por los verdes sin que nadie dijera ni mú. En otro contexto, pero no menos chocante y hasta terrorífico, las, españolas noctámbulas que vendían flores por la calle fueron sustituidas por chinas, sin que nadie, supiera cómo ni por qué. Los vendedores de tabaco rubio, también por oriéntales.. ¿Dónde están los parados re' sultantes, por qué se han dejado birlar su sueldo o ganancias sin protesta? Se trata de u , n monstruoso genocidio? ¿Se encontrarán algún día las fosas comunes resultantes?

Pero volvamos a mi caso: ¿por qué me acuesto tan tarde? A veces porque salgo, confieso, y no siempre por razones estrictamente laborales. Otras porque, aunque esté en casa, espero que escampe el paso rechinante del camión de la basura, a eso de las tres de la mañana. Entonces voy, me meto en la cama y duermo como un querubín hasta las siete y pico, nada menos, hora' en que empiezan los señores de verde su labor de exterminio... del vecino. En agosto fue horrible, con todo, el mundo f

uera y la calle limpia como los chorros. ¡Los señores de verde barren con pala! Enorme estrépito para retirar la basura inexistente.

Mi barrendera particular canta, espabiladísima, increpa a gritos al perro guardián dé la tienda de abajo, justamente inquieto: "No armes tanta bulla, tú!". Y la de la, bulla es ella. Cuando no es la barrendera, es la barredora, horriblemente ruidosa y contaminante, asistida por unos marcianos de verde, provistos de tubos atronadores para limpiar la. nada de los bordillos.

Esto. no hay quien lo aguante, no soy ni sombra de que fui. ¿Por qué la insistencia cerril, por qué el estrépito? Y, ¿por qué el derroche? Si todas las calles de Madrid se limpiasen con el mismo furor, ni el mismísimo, presupuesto de Estados Unidos -en sus buenos tiempos, claro daría de sí para cubrir tal despilfarro.

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