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Reportaje:

Sultán, el egipcio que vive de la muerte

El verdugo de El Cairo, con 300 ejecuciones a su espalda, cuenta como realiza su oficio desde 1973

(EFE)

Su existencia puede parecer una paradoja porque vive de la muerte, pero Helmy Abdel Razeq Sultán, el único verdugo en activo de Egipto, no está dispuesto a ceder su plaza pese a llevar 23 años en el oficio.

Sobre sus anchas espaldas, pero no sobre su conciencia, Sultán lleva más de 300 ejecuciones en la horca desde que accedió al cargo en 1973, y sólo tiene un recuerdo permanente de desagrado con respecto a su primera ejecución. "La segunda fue más fácil", asegura, "y las demás casi una rutina".

Su primer ejecutado - "un campesino que había matado a cuatro personas y luego las había descuartizado"-, sí le afectó y le dejó una cicatriz en el alma, reconoce. "Aunque estaba convencido de que, según la justicia divina, merecía la muerte, no pude dormir en tres días. Tenía pesadillas en las que el criminal se me aparecía e intentaba matarme, pero no duraron mucho tiempo", ha contado el verdugo recientemente a una publicación egipcia.

Es un hombre sonriente, de gran estatura y unos poderosos bigotes, que jamás había pensado en ser verdugo. Incluso reconoce que hace años era "supersticioso". "Si, por desgracia, daba la mano al verdugo (anterior), me las lavaba varias veces después", comenta relajadamente Sultán.

Pero esa clase de superstición sólo pareció durarle hasta que en 1969 sus superiores en el Ministerio del Interior le propusieron, junto con otros 16 compañeros, presentarse a las pruebas para el cargo de verdugo. Entre esas pruebas estaban incluidos exámenes médicos y psicológicos.

Sultán fue el elegido tras superar los requisitos y después de comprobar que reunía con un nivel aceptable todas las demás características exigidas por los seleccionadores: "Ser musulmán, piadoso, educado, de buena reputatación, de gran talla, fuerte, con buena salud y sangre fría". Ésas son las cualidades imprescindibles que debe tener un verdugo en Egipto, según afirma el responsable de Asuntos Penitenciarios, el general Nader Aqel.

Con la frialdad que se le supone, el verdugo elegido entonces explica ahora que su asistente, como él vestido de negro, se ocupa de encadenar al reo. "Yo soy el responsable de pasarle la soga por el cuello y de levantar una manivela que abre una trampilla por la cual se precipita en un pozo y se estrangula".

"Después", agrega el funcionario, "bajo al pozo junto al médico forense, que es quien se encarga de certificar la muerte del reo" concluye.

Padre de ocho hijos después de 36 años de matrimonio, Sultán es conocido en su barrio como "el esposo feliz", un hombre amable que,, debido al tiempo libre de que dispone, gusta de la compañía de sus amigos y vecinos en las terrázas de los cafés.

Y sus amigos escuchan congusto las anécdotas que cuenta relacionadas con "las últimas voluntades extrañas" que los reos presentan en el patíbulo para "retrasar" el momento fatídico.

En pleno invierno, comenta entre relajado y divertido, "uno me pidió una sandía y otro, Iegumbres frescas". "Una vez, una mujer me pidió bombones", pero, ya experimentado, Sultán añade orgulloso: "Yo ya los tenía en el bolsillo". Las últimas palabras de esa mujer, recuerda Sultán, fueron un insulto, que al verdugo casi le sonó como un halago: "Diablo, siempre estás preparado

Los psicólogos aseguran que tal oficio le dejará finalmente rastros negativos, un sentimiento inconsciente de culpabilidad. El verdugo- egipcio lo sabe: "Estoy convencido de que nú oficio tendrá algún día efectos psicológicos secundarios, a pesar de mi capacidad de mantener la sangre fría. El verdugo que me precedió acabó paralizado", reconoce Sultán.

Sin embargo, por nada del mundo dejará su trabajo antes de jubilarse, a no ser que se vea obligado a ello y, en todo caso, el verdugo trata de ver el "lado positivo" de las cosas. Helmy Abdel Razeq Sultán no duda en afirmar que su oficio le ha hecho ser "más compasivo con la gente".

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