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Tribuna
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El Corte Inglés

Hace algunos meses, unos amigos españoles viajaron a Cuba y al regresar contaron todo lo que la gente cuenta cuando visita Cuba; con un añadido más. La segunda noche, mientras dos de ellos estaban cortejando a unas chicas de la isla, una de ellas, prolongando la s zalamerías en las que avanzaban, les dijo: "Oye, ¿y por que no nos habláis un poco de El Corte Inglés?".Dentro de unos días El Corte Inglés traducirá los 30.000 millones que pagó por Galerías en otros 23 centros a lo ancho del país, desde Jaén a Oviedo, desde Badajoz hasta Alicante. En verdad, El Corte Inglés ha dejado de ser una cadena de almacenes para convertirse en una cadena ganglionar. Lo que no han logrado otros intentos constitutivos de la unidad de España lo redondea la bandera de esta empresa bajo la que compran, ambulan y desean millones de españoles. Hace poco no tener un Corte Inglés en la provincia era un desdoro, ahora es una discriminación regional. Unos podían ser antes de Galerías Preciados, más humana y trágica, mientras otros defendían con convicción la disciplina ejecutiva de El Corte Inglés. Las comparaciones han perecido con la historia de la transición. El Corte Inglés ha pasado de ser de una marca a una antonomasia y de sede comercial a una iglesia laica. Si la Navidad, las estaciones y las onomásticas se celebraban allí más que en la parroquia ahora es de un golpe, en monopolio, la Iglesia absoluta. El cielo bajo techo, pulimentado, ambientalizado, destemporalizado. Ir a El Corte Inglés es cruzar por un agujero de la realidad nacional hacia un universo de optimismo donde una música cenital, unas chicas con rimel y unos empleados atildados enseñan los senos de la prosperidad: la joyería, los viajes, los salchichones, la lencería de seda. ¿Como no referirse de vez en cuando a El Corte Inglés?

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