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Del Estado y los chismes

El Estado es una habitud de lo general. Excede los intereses particulares y trasciende los momentos concretos. Por eso la verdadera política, la que se hace en y para el Estado y no a su través y costa, tiende a ser general y duradera; el ciudadano es el que atiende a lo que es común; e intereses y cuestiones comunes, perdurables y generales, son las que ocupan y preocupan al hombre de Estado.Es claro que también hay otra manera de entender la política y de atender a ella, adoptando la perspectiva de lo instantáneo y particular y disolviendo, en último término, el Estado en un haz más o menos conexo de relaciones simpáticas o antipáticas. Ésta es la perspectiva que parece haber adoptado gran parte de nuestra clase política, escasa en estadistas, y otra no menor de los fautores de opinión, cuando reducen la gestión de la cosa pública, la representación de la ciudadanía y la información sobre tales extremos, a un cúmulo de chismes que ocultan lo general, primero, para erosionarlo y disolverlo, después. Los escándalos y corrupciones irritan, nadie puede ponerlo en duda. Pero irrita, aún más, que los propios fautores de la corrupción y el escándalo hagan de ello objeto excluyente y exclusivo de la vida pública con olvido de los problemas generales y daño grave de los intereses del común. Los Estados, como toda realidad histórica, nacen y mueren. Pero morir ahogado y sepultado en el chisme es un destino poco envidiable para un Estado ilustre, como pese a todos sus defectos es el nuestro. ¡Y qué chismes! Los acuñados y propalados por la coincidencia -no creo siquiera en su capacidad de conspirar- de una pareja y pico de delincuentes y sus séquitos, unos políticos notablemente ineptos y otros no poco ambiciosos. Las estafas de algunos, las malversaciones de otros y la ineficacia de los de más allá, convertidas en armas arrojadizas entre quienes compiten por el poder, ya directamente, ya a través de quiénes, por ser cotejados, se resignan a ser manipulados.

Nada de eso, por cierto, se utiliza para mejorar la cosa pública, evitar los errores y fortalecer la afección a lo general y común sobre lo parcial y particular, sino todo lo contrario. La marea de chismes deletéreos induce a la desmoralización colectiva y erosiona el prestigio y la autoridad de las, instituciones. Así, del consabido déficit de capacidad se pasa a la quiebra de la legitimidad en la que el propio Estado se fundamenta.

Y entre tanto, es evidente que las grandes ocasiones, para responder a desafíos o responder a oportunidades, pasan como sombras. ¿Quién va a ocuparse (le las amenazas a la defensa española que, según los recientes documentos de la UEO, proceden del Sur, si apenas damos abasto pata triturar lo que queda de la seguridad nacional? ¿Qué importa el diálogo transatlántico entre Europa y los Estados Unidos, a punto de relanzarse en Madrid, cuando la atención nacional está pendiente de las declaraciones del prófugo, cuando no del convicto de turno? ¿Para qué ocuparse de la mejora de los servicios públicos, del mayor rendimiento del funcionariado o de la economía en las prestaciones, si el poder, que para ello debiera servir, es sólo botín a conservar o a conquistar?

Y si entre tanto las instituciones más señeras y prometedoras de nuestra vida colectiva se ven en un brete,¿qué más da? Ante la ocasión de dañar al enemigo, traicionar al aliado, ocupar o vender un renglón más y, en último término, escandalizar al ciudadano.

¡Pobre Estado de los españoles! Tan resistente que ha sufrido decenios de incuria, tan agradecido que pareció florecer con la ilusión colectiva de la democracia, inaugurada más que recobrada... Con el aguante de los líquenes que no dobla ningún huracán. Y pobres españoles, que uno a uno no son peores que cualquier otro ciudadano de la zona templada norte. Pero cuya vida colectiva parece que no puede vertebrarse en tomo a las categorías, sino que ha de perderse en las anécdotas y que, por tanto, no puede proporcionar a cada mujer y hombre concreto ese grado más alto en la escala vital que es ser miembro de un cuerpo político en forma, capaz de trascender lo concreto, inmediato y caduco, y ascender a horizontes más amplios.

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